jueves, 1 de marzo de 2012

¿LEY Y CULTURA, O... CULTURA Y LEY?


EL NACIONAL - Jueves 01 de Marzo de 2012 Opinión/7
La hora de la cultura
ANTONIO LÓPEZ ORTEGA

Carlos Fuentes sostenía que la cultura era el discurso genésico del que los otros discursos de nuestra "peculiar Modernidad" ­llámese el político, el económico o el social­ debían abrevar su sed. Con esta concepción el escritor mexicano colocaba la cultura en su sitial de honor, no como un referente subalterno sino más bien central o esencial. Quienes todavía piensen que la cultura es el jarrón chino de los gabinetes gubernamentales, me temo que están pensando en anacronías ya hoy muy superadas. El comentario viene a cuento porque de cara a la renovación política que se espera para octubre, intelectuales y analistas vuelven a preocuparse por los planes de gobierno, sobre todo después de una década donde los debates y las innovaciones se han reducido a nada. Triste y regresivo legado es el que hemos tenido en todos estos años llenos de populismo extremo, falsas ofertas y una concepción cultural que no ha escapado del formato de los desfiles militares.

La primera deuda pendiente es jurídica y remite a la inexistencia de una ley de cultura: la Constitución de 1999 reservó cuatro artículos sobre derechos culturales que no han tenido desarrollo alguno. La segunda deuda es institucional y remite al papel rector del Ministerio de Cultura, que fija las estrategias y políticas de la nación en función de las grandes necesidades sociales y ciudadanas. La tercera deuda es de competencias y remite al papel que deben jugar las tres instancias de Gobierno según los preceptos de la descentralización: el papel del Estado central, que según la media latinoamericana está más centrado en preservación patrimonial y construcción de infraestructura, no puede ser el mismo de las gobernaciones o de las alcaldías. La cuarta deuda es la de una política certera y moderna en cuanto a industrias culturales, bastión de crecimiento de las más importantes economías latinoamericanas. La quinta deuda es la participación del sector privado o empresarial bajo fórmulas de patrocinio o esquemas de mecenazgo. La sexta deuda tiene que ver con el digno y eficiente tratamiento de los patrimonios tangibles e intangibles, tanto para restaurarlos como para promoverlos. La séptima deuda deriva hacia la vinculación histórica entre cultura y educación, que entre nosotros se traduce por el lugar principalísimo y ductor que la cultura debe tener en el aula de clase. La octava quizás debería ser la primera y tiene que ver con lo que según la Unesco debe ser la prioridad de toda política cultural: fomentar y asegurar los espacios de la creación.

Son apenas ocho puntos de unos mandamientos incompletos, pero sin duda todos muy prioritarios. La agenda de trabajo es tan vasta como atractiva, y la ocasión invita a que las distintas comisiones o grupos no trabajen de manera atomizada sino integrada, estableciendo prioridades, distinguiendo competencias y delegando funciones. Nuestra institucionalidad cultural es, si se quiere, una criatura de reciente data, que en las últimas tres décadas del siglo XX tuvo un crecimiento importante.

Es hora de recoger ese legado y de ampliarlo hasta el nivel de los grandes modelos que, en el campo legislativo, programático y gerencial, existen en el orbe iberoamericano. Llevar la discusión sobre el peso de la cultura hasta las más altas instancias, confiando en que el campo de las realizaciones esté más cerca, es hoy tarea indeclinable.

Ilustración: MCA_The Language of Less (Then and Now)_Richard Serra_Prop 1968

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