martes, 27 de marzo de 2012

EL OTRO ATENTADO


EL NACIONAL - Martes 27 de Marzo de 2012 Opinión/8
Libros para comer
EDGARDO MONDOLFI GUDAT

Los libros pueden ser peligrosos; pero a veces pueden conducir también al arrepentimiento de sus autores. El papel es difícil de tragar y, mucho más, que transite el aparato digestivo. Pero hay quienes han aceptado el trance con tal de hacer que desaparezca lo que alguna vez escribieran. Tal fue el caso del periodista, políglota y polígrafo Félix Bigotte en el siglo XIX, según lo ha referido Simón Alberto Consalvi.

En un artículo publicado por este mismo diario, SAC revela lo siguiente al hablar del episodio: "Bigotte escribió el Libro de oro, una requisitoria contra la autocracia de Antonio Guzmán Blanco que lo condenó al desierto. Hizo después las paces con el caudillo, y fue elegido para el Senado por Aragua.

Y allá pronunció palabras de contrición, y dijo que estaba dispuesto a comerse el libro en prueba de penitencia. Arrancó algunas hojas e hizo el gesto patético. De ahí la leyenda del hombre que se comió un libro".

Distinto es, desde luego, el caso de quien se ve forzado a digerirlo contra su voluntad, pero en presencia de otro déspota. Fue lo que le ocurrió al periodista dominicano Jesús de Galíndez, detractor de la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo y autor de La era de Trujillo, una de las más feroces requisitorias contra el régimen de Chapita. Trujillo lo hizo secuestrar en 1956, cuando Galíndez, profesor exiliado, se disponía a abandonar sus clases habituales en la Universidad de Columbia. Sin levantar sospechas, fue contrabandeado de vuelta a la isla y llevado a presencia del propio Trujillo, quien lo aguardaba resuelto a ejecutar en persona una fría venganza contra el periodista disidente. Uno de los testimonios, al menos indirecto de lo ocurrido con Galíndez, corrió por cuenta de Pedro Estrada, en conversación con el historiador Agustín Blanco Muñoz.

El hombre fuerte del perezjimenismo, quien no era precisamente un hijo de la Caridad de San Vicente de Paúl, le refirió a Blanco Muñoz que el propio Trujillo le había contado así lo sucedido: "En una mesa hizo colocar una jarra de agua y un ejemplar del libro. Sentó a Galíndez y le dijo: Usted se va a comer el libro desde la portada hasta el fin, comido, página por página. Cuando a un hombre se le hace eso ­remataba diciéndole Trujillo a Estrada­ hay que matarlo. Y simplemente lo tiramos al horno crematorio".

Esto último lo traigo a colación por el hecho de que actualmente me veo metido en una investigación historiográfica en torno al atentado contra Rómulo Betancourt, ocurrido el 24 de junio de 1960. Detrás de esa acción terrorista, que por poco le cuesta la vida al líder adeco durante su segunda presidencia, anduvo metida de manera irrefutable la mano larga de Trujillo y de su dictadura vesánica.

De hecho, casi como preludio a lo que habría de acaecerle unos años más tarde durante aquella mañana del día de san Juan en 1960, Betancourt le escribiría a su entrañable amigo, José Figueres, presidente de Costa Rica, en mayo de 1957, festejando que éste saliera ileso de un atentado en su contra alentado por Trujillo. El exiliado Betancourt le diría textualmente a Pepe Figueres desde Puerto Rico: "En este momento estoy leyendo la noticia de que han sido apresados tres pistoleros que iban a asesinarte. Trujillo, como toda fiera acorralada, está ahora más peligroso que nunca. Es un caso de paranoia típico, un loco suelto".

Betancourt pudo atestiguar esa misma locura en carne propia, en la avenida Los Próceres, en el junio inesperado de 1960.

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