sábado, 3 de marzo de 2012

DÍAZ SOLÍS (1)


EL NACIONAL - Sábado 18 de Febrero de 2012 Papel Literario/4
Gustavo Díaz Solís 1920-2012
Vida y obra
EQUIPO PAPEL LITERARIO

Nace en Güiria, estado Sucre, en 1920. Fue docente y crítico, especializado y traductor de la literatura inglesa y norteamericana. Como académico, su carrera reúne diversos e importantes títulos: obtuvo el doctorado en Ciencias Políticas en la Universidad Central de Venezuela en 1944 y realizó el posgrado de Literatura Inglesa y Norteamericana en la Universidad de Chicago (EEUU), materia que impartió como docente en la Escuela de Letras de la UCV. A finales de la década del cuarenta e inicios de la siguiente se desempeñó como profesor de Educación secundaria en el Instituto Pedagógico de Caracas (1949) y como profesor titular de la Universidad Central de Venezuela, cargo que abandonó en 1951, junto a otros distinguidos profesores, en protesta por la intervención de la Universidad durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Además, Gustavo Díaz Solís fue consultor jurídico del Ministerio de Educación (1946-1948), presidente del Colegio de Profesores (1956-1957), director general del mismo ente gubernamental (19591960), director de las escuelas de Letras (1974-1976) y de Periodismo de la Universidad Central de Venezuela, representante electo en cinco períodos de los profesores ante el Consejo de la Facultad de Humanidades y Educación (19601970) y Secretario (1980) de su alma mater, y presidente del Celarg (1987).

Mención aparte merecen su obra y los premios obtenidos. De su obra publicada se conocen las colecciones y antologías de cuentos Marejada (Editorial Bolívar, 1940); Llueve sobre el mar (Cuadernos de la AEV, 1943); Cuentos de dos tiempos (Gráficas Panamericanas, México, 1950); Cinco cuentos (Cuadernos de la AEV, 1963); Ophidia y otras personas (Monte Ávila, 1968) y Cuentos escogidos (Monte Ávila, 1997). En 1942 obtuvo el primer premio del Concurso de Cuentos del semanario Fantoches, en 1947 el tercer premio del Concurso Anual de Cuentos de
EL NACIONAL y en 1995 se le otorgó el Premio Nacional de Literatura. Además, Gustavo Díaz Solís, quien ya era una figura notable de las letras venezolanas para la época, fue testigo en 1976 en el juicio contra Salvador Garmendia por la publicación del cuento "El inquieto Anacobero".

Además, Díaz Solís tradujo en 1991 Cuatro cuartetos, de T. S. Eliot; la poesía de los ingleses William Wordsworth y Samuel Taylor Colerigde (Baladas líricas, 1987) y Seis poemas de Robert Frost.

La crítica opina En el primer tomo de La vasta brevedad (Alfaguara 2010), la antología del cuento venezolano del siglo XX, preparada por Antonio López Ortega, Carlos Pacheco y Miguel Gomes, se apunta: "`Cuentista absoluto’ denomina [José] Balza a Díaz Solís.

"Cuentista absoluto" denomina Balza a Díaz Solís.

Acertado epíteto, por su dedicación exclusiva a la fi cción breve; pero más aún por ser el más artista entre sus contemporáneos

Acertado epíteto, por su dedicación exclusiva a la ficción breve; pero más aún por ser el más artista entre sus contemporáneos, por ese acercamiento `indirecto’, donde tema, anécdota, personajes y emplazamiento están siempre al servicio de un propósito estético que los desborda, lo cual crea sucesivos niveles de lectura cada vez más exigentes (...) Todo cuento es trabajado como obra única, donde cada perfil, palabra o cadencia rítmica deben ser cuidados con precisión de orfebre para que se cumpla, sin ser obvios, declarativos o unívocos, su cometido expresivo y comunicativo (...) Rasgos constantes son la morosidad narrativa. La sencillez, nitidez y potencia descriptiva del lenguaje y la empatía con el mundo animal".

Por su parte, el 29 de noviembre de 2008, Alejo Urdaneta escribía, para la Serie Decanos de la Literatura Venezolana de Papel Literario, un texto sobre los aspectos poéticos de la obra del cuentista, así como un repaso por sus libros más importantes: "Nuestro narrador nació frente al mar, y el océano ha sido polo de atracción en su obra antológica en la narrativa venezolana (...) Baste nombrar su primer libro: Marejada, todavía en el criollismo del relato venezolano.

La obra de Díaz Solís adquiere pronto formas nuevas en el estilo. Su segundo libro, Llueve sobre el mar, es la aparición de la poesía dentro del género narrativo (...) El narrador dice, en forma poética, que la luna no está sola en sí misma, porque se hace forma en las montañas y el mar. La luna todo lo engrandece y otorga realidad nueva a la luz que infunde a la playa; no es más ella misma.

Llueve sobre el mar es la adversidad del hombre ante lo que le rodea (...) Hay en todo cuento un propósito poético. Así como la poesía es un desbordamiento en torno a una situación única que cierra su ciclo dentro del texto, así también en el cuento prevalece la situación única subyacente".

Urdaneta coincide, además, con la opinión crítica volcada en La vasta brevedad cuando apunta: "Uno de los cuentos más notables de Díaz Solís es "El niño y el mar". Con economía de recursos, nos narra una historia sencilla pero con un significado apenas insinuado en la literalidad de la narración. El niño llega a la orilla del mar con simples utensilios de pesca: una lata alargada con un asa de alambre. Sin darse cuenta lo va envolviendo la pleamar mientras está atento a pescar algo que no sabe qué es.

En esa lucha con el animal que no ha visto lo acecha la muerte de la marea, y cuando ve el cangrejo siente el miedo y el impulso de salir del mar: "Entonces advirtió que estaba pisando en agua, que el mar asaltaba el terraplén de las algas y avanzaba espumoso y vivo por todos lados, recobrando piedras y rocas y plantas marinas que vivían de nuevo en el ritmo del agua. El niño vio lejos la playa y la duna y el cielo detrás de la duna. Envuelto en el ruido del repunte corrió hacia la playa saltando y chapoteando...". El desenlace descubre que fue el cangrejo alzado en sus patas espinosas el que atemorizó al niño y lo salvó de morir ahogado. El tema del cuento puede decirse con la forma de un poema, pero aun sin eso, su contenido está difuminado poéticamente en los trazos con los que se insinúa el relato. El narrador utiliza el lenguaje común: la palabra de la tribu, pero desplaza ese lenguaje hacia significados análogos y distintos que sugieren vivencias que no están en el texto. No es necesario que se utilice la dicción poética para que se produzca el efecto de poesía.

Las catedrales están hechas con las mismas piedras que pisamos en el camino.

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