miércoles, 22 de junio de 2011
UN RATO EN LA OBSCURIDAD
De estos días de poder
Luis Barragán
Antaño, la literatura cinematográfica intentó alcanzar a la escrita para abordar la derrota del guerrillerismo marxista. Varias veces imitado, Román Chalbaud consagró en las salas de cine aquellos códigos que poblaron de aplausos las del teatro que los anunciaron.
De no recordar mal la escena, ella tuvo también la intención de fotografiar a la Virgen María que se encontraba detrás de los invitados, y, al levantarse de sus sillas, precisamente el sacerdote, acaso un obispo, fue quien la ocultó a la cámara (“La quema de Judas”, 1974). U, otro ejemplo, la crítica se afianzó en la toma de una sesión solemne del Congreso de la República, encopetados sus miembros por la sobriedad de la vestimenta y aplausos (Carlos Azpúrua, “Amaneció de golpe”, 1998).
Celebrándolos, convengamos en la validez de ambos tropos que reportaron la originalidad y hasta la acidez humorística de una postura política, por más que el sacerdote y el resto de los invitados no supieran de la intención fotográfica o la sesión parlamentaria incluyera a aquellos que no pocos problemas tuvieron por sus posiciones, aunque la supuesta actualización de los códigos delate una ansiedad manipuladora, o la propia e insospechada denuncia de lo que ahora acaece. Imitándose a sí mismo, Chalbaud y su “Días de poder” (2011), pésimamente actuada (salvo el actor que hizo el perfomance teatral), ilustra muy bien el anacronismo de un lenguaje que equivale, según la sentencia popular, a escupir al cielo.
El guión realizado junto a José Ignacio Cabrujas, apunta al arriesgado y convencido activista clandestino contra la dictadura que, al caer, se convirtió en un corrompido burócrata desconocedor de la protesta popular por el más elemental derecho al trabajo. Perdió su hogar de siempre, a favor de una famosa y atractivísima artista de televisión, al igual que a su hijo único que ya había incursionado en la subversión universitaria. No obstante, aunque mejores señas de la conversión las trae “Las grietas del tiempo” de Domingo Alberto Rangel, una novela de principios de los sesenta, el director invirtió toda la representación en Acción Democrática o, mejor, en el romulato.
Negándonos a una nota filobetancourista, por cierto, la película emblematizó directamente al partido de gobierno que se asociaba con otros en detrimento del cupo ministerial, sus actos y figuras más connotadas. La caricaturización extrema, añadido el golpe de joropo o la mansión que alojó al confundido o arrepentido protagonista agonizante, como las vicisitudes estudiantiles, hallaron la eficacia de una sátira hiriente.
Escupitajo al cielo, la sátira no versó sobre la ya remota y conocidísima papirántica adeca, sino en torno al gobierno de hoy, avisándonos de la caducidad de los códigos de los que no se puede impunemente abusar. Una mirada a la proximidad, la película de bajo presupuesto, salida de los altos hornos de la Villa del Cine, muy bien revela la manipulación de un pasado que pretende ocultar el presente, porque el chavezato, insigne endeudador del país, ha extremado los privilegios del poder golpeando duramente a la clase obrera, añadido el sicariato sindical, fielmente representado por el Airbus Presidencial.
La ironía involuntaria de Chalbaud es contra el presente que parece no agotarse, o ya lo ha hecho escudándose en un pasado distante, y muy bien cualquier amable lector puede ilustrarnos del ritmo burgués de vida de aquellos que forman parte de la dirección del Estado. De modo que, después de largos doce años, no le es fácil hablar al poder.
Y si de escenas se trata, muy bien encajada la de un director de deportes de una de las alcaldías del país que, esgrimiendo una patente de corso, reunió a su personal para también comentar que la fantasía personal del momento la centraba en María Corina Machado. Sencillamente, quien se quejó del tratamiento público de algo tan espeluznantemente público y revelador en una reunión de trabajo, fue despedida.
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