jueves, 9 de junio de 2011

(DES) ARQUITECTURACIÓN DE LA HISTORIA


EL NACIONAL - DOMINGO 30 DE JULIO DE 2000 SIETE DIAS / OPINION
La arquitectura como historia
SIMON ALBERTO CONSALVI

Tres palabras mágicas bastan para escribir la historia de Venezuela. El que sean mágicas no excluye ni los dramas ni sus avatares. Son como las piedras mágicas con las cuales cualquiera puede tropezar, si equivoca la lectura de sus signos. Fue Eduardo Arcila Farías, el gran historiador de la economía venezolana, quien señaló esas tres palabras, y dijo eso, que la historia de Venezuela se podía escribir con ellas: cacao, café y petróleo. Son, en efecto, los grandes capítulos de nuestro proceso económico y social, y en su torno se fue estructurando la sociedad, y floreciendo sus formas culturales.

Una de éstas es la arquitectura, la cual, a su vez, explica diversas características de la vida y del quehacer de los venezolanos de diversas épocas. Es lo que se registra en las páginas (imágenes y textos) de este libro encantador y admirable de las Haciendas venezolanas, editado por Armitano: el legado del cacao y del café, el testimonio arquitectónico de los tiempos que pertenecieron a la Venezuela del sudor y de las lágrimas. En la aventura que hizo posible esta obra cooperaron dos venezolanos de muy larga y de muy fecunda trayectoria, como de muy notable contribución al análisis y a la comprensión de nuestros anales: la historiadora Ermila Troconis de Veracoechea, y Graziano Gasparini, arquitecto de fina sensibilidad y dominio del saber.

Gasparini considera que Haciendas venezolanas es un complemento de su obra sobre la Casa venezolana, de 1992. Al proyectar el nuevo libro, juzgó pertinente invitar a la historiadora Troconis de Veracoechea para que escribiera lo que podríamos llamar historia económica, el contexto social en que florecieron las haciendas venezolanas y la arquitectura de sus casas, desde la muy sencilla de los tiempos iniciales, "la armadura de horcones con paredes de bahareque y techo de paja", hasta lo que señala como un cambio arquitectónico de importancia, generado en el siglo XVIII bajo el impulso de la Compañía Guipuzcoana y el auge de la economía del cacao. "Las casas de hacienda -escribe la historiadora- formaron parte de la arquitectura civil, que junto a la militar y religiosa le dieron una fisonomía propia a aquellos tiempos coloniales, destacándose por la sobriedad volumétrica y la simplicidad que en todo momento las caracterizaron".

En este ensayo se estudia la aventura fugaz del trigo y de las minas de oro. Luego, el cultivo de la caña de azúcar, que entra a Coro procedente de La Española. La historia de la economía colonial arranca con episodios como el del ingreso del primer lote de ganado, que entra por Coro, a comienzos del siglo XVI, y que, como el azúcar, se extiende también a la región de El Tocuyo, "donde se reproduce en tal forma que allí nace la importante ganadería de Carora, que luego es producto de trueque y venta en zonas tan distantes como el Nuevo Reino de Granada, ampliándose -como escribe la historiadora-, hacia los llanos de la Provincia de Venezuela". El ganadero se vincula a la tierra, y reside con su familia en sus propiedades rurales, y es, al propio tiempo, pionero de la conquista de territorios desconocidos todavía en el siglo XVII. Luego de estudiar el cultivo del tabaco, Veracoechea se detiene en el período del cacao, esencial para esta historia. El cacao predomina en tierras de Barlovento y en las costas del Litoral Central. Los grandes hacendados vivían en Caracas, pero tenían sus casas rurales "con amplitud y comodidades, teniendo así la oportunidad de pasar allí largas temporadas con la familia y con las amistades". En este capítulo se estudia el auge y la caída de la Compañía Guipuzcoana, de tan controversial papel en la economía de la colonia. El siglo XIX es el siglo del café, pero también es el siglo de las guerras civiles devastadoras, que dejan su huella en la destrucción o la decadencia de las antiguas casas de hacienda. Es el tiempo de la tierra arrasada, que Mariano Picón-Salas describe en las páginas de su novela Odisea de tierra firme.

Graziano Gasparini nos introduce en el mundo de "La arquitectura del azúcar, del cacao y del café". Las casas de hacienda que nos vienen de la época colonial, según Graziano, son las de mayor relieve desde "el punto de vista dimensional, formal y repetitivo". "Predomina una fórmula -dice el arquitecto- que, con excepción de pocas variantes, se dio en todo el país y se mantuvo casi inalterada hasta finales del siglo XIX. El valor arquitectónico se percibe más en la generosidad de los espacios y en la sencillez volumétrico-mudéjar que en lo ostentoso, o (en los) usos de materiales rebuscados".

Son muy pocas las casas de hacienda que sobrevivieron desde el siglo XVI o comienzos del XVII, porque cuando no fue la guerra, operó la desidia o la crisis. Pero entre ellas está la de Yogore, en El Tocuyo, estado Lara: "...una de las más antiguas y reveladora de una composición arquitectónica que tuvo fortuna en el Renacimiento tardío". "Persiste en ella -dice- aquella fórmula de los volúmenes macizos en los extremos, que contrastan con la secuencia de esbeltos soportes en la parte central".

Para Graziano, la similitud formal de la casa colonial de hacienda se identifica con el gusto de las últimas décadas del siglo XVIII, período en el cual se construyeron la mayoría de las existentes, y era expresión de la bonanza de la economía agrícola, basada en la exportación del cacao. En el siglo XIX, los cambios en las casas de hacienda se vinculan al cultivo del café: los grandes patios donde se ponen los granos al sol.

Graziano se pregunta: ¿qué importancia tiene hoy, para nosotros, la arquitectura de las casas de hacienda? Responde, persuadido: primero, conviene conocerla para que sea preservada la memoria de una fase fundamental de nuestra historia socioeconómica; en segundo lugar, porque "debemos tomar en cuenta que la mayoría de ese tipo de construcciones se ha perdido irremediablemente -en 70%- a raíz de las guerras, de los abusos caudillistas, del abandono, desidia, quiebras...".

Azúcar, cacao, café, son los tres capítulos de la arquitectura de las casas de hacienda, que Gasparini estudia (e ilustra con sus espléndidas fotografías) en este ensayo. Haciendas venezolanas es, en fin, un libro en cuyas páginas se conjugan el arte y la historia, la erudición y la sensibilidad de dos autores de trayectoria dilatada, que, a sus ya reconocidas obras, unen ahora ésta sobre la historia económica y las casas de hacienda venezolanas, que, como dice Ermila Troconis de Veracoechea, no tienen el ni el lujo ni el esplendor usuales en los Virreinatos de Nueva España y de Perú, porque nuestras dimensiones económicas eran otras. Reflejan, en todo caso, la sobriedad y el buen gusto de épocas que se borraron con la riqueza del petróleo, con el diletantismo extravagante, y la imitación indiscriminada de modelos extranjeros.

Nota LB:

¿Cuál arquitectura asociada a la historia actual? ¿Por qué de la escasez de los espacios especializados en la prensa a la materia? En términos de opinión, ¿qué ha ocurrido con la logia opinática de los arquitectos? ¿Padecen, en mayor medida, la crisis de la logia de los economistas? ¿Hay una arquitectura de la incongruencia de estatus social? ¿Somos un enorme centro comercial, incluyendo los de economía popular gubernamentales? O, en propiedad, ¿una inmensa valla?, pues, ambas manifestaciones constituyen los mejores atriles para la publicidad y la propaganda....

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