lunes, 20 de junio de 2011
RETRATISTA DE LA VENEZUELA RENTISTA (RVR)
EL NACIONAL - Sábado 18 de Junio de 2011 Papel Literario/3
A propósito del reconocimiento otorgado por la AICA
Rolando Peña, Maestro del arte venezolano
En cuanto a su obra; hay que decirlo, Peña ha llevado a cabo un discurso estético multiforme que guarda gran coherencia en el logro de una totalidad orgánica
JOSÉ ANTONIO PARRA
En días recientes la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA) le otorgó a Rolando Peña el galardón de "Maestro del Arte Venezolano". La experiencia de este creador está llena de ricas texturas y gran exuberancia dada la multiplicidad de formatos en los que ha trabajado. Sujeto mismo de un destino que lo llevaría a ser artífice de una obra tanto vehemente como refinada, ya a la edad de 7 años tuvo lugar su primer performance cuando fue fotografiado por uno de sus hermanos orinando el Lago de Maracaibo.
Rolando es quizá uno de los artistas que tuvo mayor vinculación con personajes del star system de la contracultura; es de este modo como llevó a cabo en la década de los sesenta el espectáculo multimedia The illumination of the Buddha, junto al Dr. Timothy Leary (profeta del LSD y provocador de oficio) y Allen Ginsberg. Igualmente en ese período trae al país toda una serie de conceptos de avanzada y montó en la UCV los primeros espectáculos que combinaban la multimedia con la danza, el teatro, el cine, la proyección de diapositivas y las luces. En este contexto crea Testimonio y el Homenaje a Henry Miller, en colaboración con José Ignacio Cabrujas. No obstante, la vida de este artista-personaje tiene cualidades similares a las del mítico conde de Saint Germain o el propio Francisco de Miranda durante los tiempos en los que recorrió las cortes Europeas. Para Peña estos escenarios son familiares; así, mientras tuvo participación activa en la Factory de Andy Warhol, éste le bautizó con el nombre de Príncipe Negro. El artista tuvo oportunidad de conocer en ese territorio a Nico, Edie Sedgwick, Ultra Violet, Paul Morrissey, Joe Dallesandro e incluso a Lou Reed. Ya para ese momento, Rolando había compartido con el legendario Porfirio Rubirosa y más adelante, durante los años ochenta, con Truman Capote, Pelé, Sharon Stone, John Lennon y Yoko Ono en las singulares noches de Studio 54 en Nueva York.
En cuanto a su obra; hay que decirlo, Peña ha llevado a cabo un discurso estético multiforme que guarda gran coherencia en el logro de una totalidad orgánica. Durante su juventud, el Príncipe se formó en la danza y el teatro llegando a ser discípulo de Martha Graham y Alwin Nikolais.
Su búsqueda arqueológica --volcada sobre sí-- lo encaminó al cuestionamiento del status quo del cual proviene y es así como durante el año de 1979 concretó su performance The seven vanishing points, en el que destruye una serie de espejos que le reflejaban.
El creador en ese punto hace fragmento a su propia imagen representacional e inaugura una cosmogonía novedosa.
Quedaba en evidenciada la vuelta de tuerca que daría su obra a nivel semántico, dado que al año siguiente --1980-comenzarían sus experimentaciones con el petróleo y sus significados-significantes propios.
En esa elaboración coherente, no sólo en niveles superficiales, sino en niveles profundos del discurso, el Maestro apelaría no sólo a multiplicidad de medios sino también a andamiajes plásticos polimorfos. Lo simbólico quedaría develado aquí no sólo a través de claves inscritas en lo mágico religioso --que tendrían un cierto matiz cínico-- sino por medio de los referentes obvios del objeto petróleo, en los que el artista pondría su mirada en tanto fuente de energía a la que él nombra como "movilizadora no sólo de este mundo sino de otros". En esta fase de su obra, Rolando "desmonta" los aspectos "saudíes" de la cultura petrolera al tiempo que lanza una advertencia demoledora al incluir junto al objeto de la representación profecías apocalípticas hopis.
El mito aquí es parte de una poderosa trama que expresa la realidad social, política y económica; no sólo de la nación venezolana durante este período histórico, sino de un mundo que palpita y derrama su sangre por el combustible.
A través de miradas sucesivas al petróleo, El Príncipe Negro ha hecho de su leit motiv ombligo mismo de un fenómeno estético. El arte, la ciencia y la tecnología se hacen una totalidad armónica. En este camino, su lenguaje ha llegado a estar subido de tono, con una intensidad grandilocuente; un grado tan superlativo como el nivel de los reconocimientos de los que ha sido objeto, no sólo en el presente con el premio AICA, sino también con su participación en Documenta 7 en Kassel y en la Bienal de Venecia de 1997, donde representó a Venezuela. De igual manera, obtuvo la Beca Guggenheim en el año 2009 por su mirada ecologista a través de la propuesta Petróleo Verde, en colaboración con el astrofísico Claudio Mendoza y el Dr. Juan Carlos Sánchez, quien formó parte del grupo intergubernamental sobre cambio climático de la ONU que recibió el Premio Nobel de la Paz junto a Al Gore en 2007.
El artista ha comparado al fenómeno del arte con los prodigios del mago --de un Houdini ha dicho él--, de aquellos que hacen posible lo imposible y visible lo invisible. De esta manera se torna vivencia su forma propia de religiosidad, sutil mezcla de taoísmo chino con budismo que desemboca en el Zen.
Con la obra de Rolando Peña asistimos a un momento privilegiado de las artes universales, una mirada desenvuelta en la que lo emblemático, el mito y lo simbólico se conjugan en una trama con gran potencia y provocación.
Fotografía: Leonardo Noguera
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José Antonio Parra,
Leonardo Noguera,
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