sábado, 25 de junio de 2011

GOLPEGRAFÍA


EL NACIONAL, Caracas, 23 de Noviembre de 2001 / Opinión
El golpe no llegó de golpe... (I)
Jesús Sanoja Hernández

Finalmente, vale recordar lo que escribió Alberto Carnevali, temperamento rigorista y uno de los frustrados sucesores de Betancourt –como Valmore Rodríguez y Ruiz Pineda–. Para el sagaz político merideño que más tarde en 1951 elaboraría la tesis de la “rebelión civil”, tan atractiva para la juventud díscola y clandestina de AD, la crisis militar comenzó, para ya no ceder, el 16 de noviembre en la noche, con el complot de El Mono Mendoza en La Guaira y con las noticias de que el mayor de aviación, Jesús María (el escribe erróneamente José) Castro León estaba sublevado.

Cuando Carnevali recibe la información estaba conversando con el ministro Pérez Guerrero en la Casa Nacional de AD y no precisamente en torno al sexo de los ángeles, sino acerca del problema de la inflación, dramatizado porque paralelamente a las ganancias del comercio importador, que eran astronómicas, las clases medias recibían el impacto del creciente costo de la vida. Al día siguiente los rumores habían tomado la calle y en el Congreso los parlamentarios hacían comparaciones y vaticinios, y comentaban la caricatura de Ramán, la del célebre mango adeco a punto de caer del gajo gubernamental. Intuía Carnevali que los mayores Mendoza y Castro León eran como la presencia visible de una fuerza oculta y más poderosa, y destacaba el hecho, no desconocido por AD cuando aceptó acompañar a la Unión Patriótica Militar en la “revolución del 18 de octubre”, de que muchos de los altos oficiales habían realizado su instrucción militar en la Escuela de Chorrillos.

En otras palabras, el golpe estaba coordinado no solo en función de una realidad militar venezolana sino, asimismo, exterior.

La tesis la desarrollaría posteriormente Betancourt, en un decidido empeño por demostrar la no injerencia del Departamento de Estado y los intereses norteamericanos en la fragua del complot, y de traspasar la culpa exterior a la “internacional de las espadas”, cuyo jefe visible era Perón y sus logias militares. Y ciertamente, el alzamiento de Odría, triunfante el 29 de octubre, le otorgaba veracidad continental a tal versión y eliminaba la enojosa alusión del ex presidente Gallegos, quien, vía a La Habana, había señalado la presencia del coronel Adams en los nidos de la conspiración. La sincera o encubridora aclaratoria del presidente Truman, dirigida a Gallegos, sirvió de pretexto a Betancourt para desolidarizar a Estados Unidos de cualquiera conexión con los sucesos del noviembre venezolano.

No se olvide, sin embargo, que al lado de la posible influencia del peronismo y el odrismo naciente, en todo caso sólo detectable en el plano militar, se habían producido, desde 1945, importantes, y en su mayoría negativos, cambios en la política internacional. Así como Ramón J. Velásquez atribuye a las mutaciones causadas por la alianza antifascista de la Segunda Guerra Mundial y a los frentes populares, una especial influencia en la gestación del octubrazo de 1945, así el anuncio del Plan Marshall por parte de Truman, la celebración tempestuosa de la Conferencia de Bogotá, en la cual Betancourt presidía nuestra delegación, y, en resumen, la iniciación de la “guerra fría” inclinarían las formas de gobierno en América Latina hacia las dictaduras.

Cada momento tenía su correlato histórico. Al primero correspondieron la liquidación de la tiranía de Ubico en Guatemala, el ascenso de Bustamante, apoyada por el gemelo de AD en el Perú, el hoy cincuentenario APRA y los desplazamientos en Brasil y Ecuador. Al segundo, que desataría en Estados Unidos el marcathismo y en los países socialistas los procesos en el seno de los partidos comunistas, correspondieron el afincamiento de Perón en la jefatura de un extraño movimiento caudillista–populista, el golpe de Odría contra el tambaleante régimen bustamantista, el noviembre venezolano y con algunos años de aplazamiento, el madrugonazo de Baptista en Cuba, la invasión mercenaria de Castillo Armas en Guatemala y el desconocimiento del triunfo de Jagan en la Guayana Inglesa.

Dentro del cuadro de la guerra fría, una dictadura como la instaurada en Venezuela en 1948 y consolidada en 1952, permitía el suministro continuo de petróleo a bajo precio, producido con planes de racionalización intensiva que implicaban despidos de obreros, liquidación de los sindicatos y aumentos de la productividad. Políticamente, las adhesiones de regímenes militares a la estrategia de Estados Unidos no eran punto de discusión, ni en los cónclaves internacionales o panamericanos, ni en la prensa y la radio, cuya censura era total.

Pero, dejando a un lado estas hipótesis, así como otras que ven en el 18 de octubre y el 24 de noviembre simples recambios impuesto por la puja petrolera entre la Standard y la Shell, habrá que analizar la “crisis militar” de noviembre desde varios puntos de vista y no sólo desde el de la inquietud cuartelaria. Así se hará, porque el pedazo de historia que estalla el 24 de noviembre no entraña exclusivamente un asunto castrense, sino político, económico y sindical.

EL NACIONAL, Caracas, 30 de Noviembre de 2001 / Opinión
El golpe no llegó de golpe... (II)
Jesús Sanoja Hernández

En lo militar habían brotado muchos conflictos entre 1945 y 1948, el mayor de los cuales fue indudablemente el del 11 de diciembre de 1946, cuyos focos estaban centrados en Valencia y Maracay, con participación directa del hermano de Pérez Jiménez, y con vínculos en la fuerza aérea de Maracay y los cuarteles y caciques de Trujillo y Anzoátegui. Los demás fueron achacados sucesivamente a inadaptados y reaccionarios, cuando no a López Contreras y Chapita, a través de mediaciones como las de Julio César Vargas, otro militar que tenía hermano suyo en los más altos rangos de gobierno. A este tipo de conspiraciones se les podía calificar de retrógradas, al punto que veían en el betancurismo, como “Mr. X” en sus columnas de El Gráfico, un fantasma comunista, y editaban en República Dominicana la segunda entrega, tan clandestina como la primera, del Libro Rojo, con voceros tan descalificados como Pepper, Landaeta y el tristemente famoso Stanley Ross, quien en 1955 produciría un “informe confidencial” para Vallenilla Lanz, al costo entonces escandaloso de Bs 50 mil.

Por encima de que fuesen o no complots tradicionales, AD buscó ligarlos a los partidos de oposición URD y Copei, acaso porque en algunos de ellos aparecieron hombres vinculados a estas organizaciones. Los urredistas eran encarcelados con frecuencia poco común y el mismo Villalba fue a dar a los calabozos, junto con Domínguez Chacín y Medina Sánchez, por sus “nexos” con el intento subversivo de diciembre del 46. El escándalo de presuntas torturas en El Trocadero conmovió entonces al país, acostumbrado ya al debate cívico, a la tolerancia medinista e incluso al rechazo de López al sistema de tormentos físicos. Escribieron sobre el escabroso tema Antonio Arráiz y Ron Pedrique, debatieron Andrés Eloy Blanco y Caldera, y el affaire quedó cerrado con una intervención absurda en la Constituyente.

Copei sufrió las mismas acusaciones sobre todo por su “ligazón” con la araujada de Jajó y Tuñame, y por las intervenciones de Pulido Villafañe y de Roberto (Robertín) Vethancourt, bien fuesen en el parlamento, bien a través del periódico Segundo Frente. En abril de 1947 el propio Caldera hubo de ser diáfano y precisar que la guerra civil era peor que la constitución de la Junta Revolucionaria en el gobierno: “Somos opositores cívicos, pero no conspiradores”.

Pero la “crisis militar”, sobre la cual nunca AD dejó de señalar la influencia nefasta de Copei y URD, que agitaban en la arena pública y en el Congreso, se haría realmente seria en 1948. Ya no retrocedería.

La “crisis militar” se convirtió, pues, en política. En marzo de 1948 tornó a Venezuela, desde Lima, Julio César Vargas. A los pocos días Tarre Murzi propuso en Diputados la radiotrasmisión de los debates, que había sido un factor pedagógico, según los comunistas, que debía ser una muestra de democracia abierta, según los urredistas, que sería una muestra de polémica constructiva, según los copeyanos, pero que ahora los de AD, Valmore Rodríguez a la cabeza, consideraban un factor de perturbación.

URD fue más lejos. Salvó su voto respecto al mensaje final de Betancourt, alegando que era imposible toda comparación con el régimen imperante en Suiza, pues se habían producido “prisiones sin causa, extrañamiento de compatriotas, allanamientos de hogares, tribunales de excepción, detenciones de periodistas, maltratos físicos”, etcétera. Yendo al fondo económico, URD impugnó la negociación Rockefeller, que no tenía antecedentes “sino en la Compañía Guipuzcoana”, y cuestionó la política petrolera por la venta del royalty y la insinceridad ante la Ley de Hidrocarburos de 1943.

Copei ya había entrado en una etapa de ruptura total con AD. La oposición cívica de que hablaba Caldera se había visto enturbiada por el feroz anticomunismo del frente donde actuaba Pulido Villafañe, de quien se pidió allanamiento en el Senado. El Gráfico fue sometido a investigación por una información que equivocadamente había hablado, en junio, de Marcos –en vez de Juan– Pérez Jiménez, como implicado en actos subversivos, en momentos en que el presidente Gallegos aparecía en una foto, sonriente y en medio de dos hombres felices y cordiales, pero con charreteras: Delgado Chalbaud y Pérez Jiménez.

¿Qué reflejaba esa foto? Una placidez exterior que ocultaba honda preocupación presidencial, pues el novelista, en un arranque ético como el que lo perdería el 24 de noviembre, había acudido a la radio para la transmisión en cadena de un mensaje a la nación. No pasaba nada, según Gallegos, aunque pasaba mucho, como lo demostró la mancheta de El Nacional, del 24 de junio.

Estaba escrito: el golpe no llegó de golpe...

Fotografía: Reportaje sobre la muerte de Alirio Ugarte Pelayo. Este se encuentra junto a Calos Delgado Chalbaud, Marcos Pérez Jiménez y Rubén Corredor. Momento, Caracas, nr. 516 del 05/06/66.

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