domingo, 5 de junio de 2011

TRAZOS DE CERCANA LEJANÍA


EL NACIONAL - Sábado 04 de Junio de 2011 Papel Literario/3
Higiene lunar: Carreteras nocturnas de Igor Barreto
MIGUEL GOMES

Quien desee entender las dramáticas transformaciones que en las últimas tres décadas se han operado en la vida cultural venezolana --o, acaso, en el ánimo de sus círculos artísticos y letrados-- podría confrontar el "Sí, manifiesto" (1981) de Tráfico con buena parte de la poesía que los autores que integraron aquel grupo, así como otros de su generación o posteriores, han venido publicando desde fines de los años ochenta. A la voluntad esbozada en ese entonces de "oponer a los estereotipos de la poesía nocturna" una "de higiene solar, dentro de la cual el poeta regrese al mundo de la historia" (Juan Carlos Santaella, ed., Manifiestos literarios venezolanos, Caracas: Monte Ávila, 1992, p. 19), ha seguido una progresiva inmersión en registros menos dualistas de la experiencia, en los cuales las rutas de la noche no parecen sin más descartables y revelan su capacidad de atrapar la inmediatez de muchas vivencias colectivas.

El salto espiritual se observa en todo lo que separa a Soy el muchacho más hermoso de la ciudad (1986) del muy reciente Carreteras nocturnas (2010), libros de Igor Barreto, uno de los fundadores y poeta característico de Tráfico. Si en el primero, además de perfectas muestras de la estética exteriorista y "urbana" de la primera fase de su obra, predomina el aire lúdico de los años ochenta, pródigo en aquello que Renato Poggioli denominaba "culto vanguardista de la juventud" (Teoria dell’arte d’avanguardia, Bolonia: Il Mulino, 1962, p. 51), en el segundo el humor se adensa, el diálogo con lo real incluye de lleno la introspección y el espesor del tiempo traspasa una mirada alejada de todo triunfalismo y ligereza. Las diferencias se agudizan con la supervivencia de un poemario a otro de un explícito referente nacional, pantalla sobre la cual se proyectan los cambios de esta escritura.

El descenso a las tinieblas En Soy el muchacho la parodia propicia una aceptación de la modernidad venezolana de entonces, desarrollista, de estallidos caóticos, donde el individuo debía adoptar como destino una íntima incongruencia con el entorno percibida con dejo humorístico y hasta gozoso, como ocurre en el poema "Amor a la patria", escrito sobre ecos perezbonaldianos: "Cuando estoy lejos // me doy cuenta / de que amo el desorden // y vuelvo" (Caracas: Fundarte, 1987, p. 32); o, en una pieza elocuentemente titulada "Conclusión": "El país / me dejó atrás // pero el país no fue a ninguna parte" (p. 39). En contraste, las distonías de Carreteras nocturnas se vuelven materia trágica, lindante con la desesperación y un decir que, si se esfuerza en mantenerse fiel a lo racional o epigramático, frecuentemente acaba entregado a un magma insumiso, grotesco, en deuda estilística con la coulée de imágenes recomendada por Breton o las efusiones escatológicas de Artaud. Un poema como "La abeja" materializa el pathos en objetos y seres circundantes: "Nada más próximo / a la locura / que la rabia / de una abeja / contra la luz / de una bombilla. / [...] / La noche / de las cosas / engaña / con diminutos soles. / Y la abeja calcina / la cuadrícula / de sus ojos / mientras tensa / sus alas / --la letra / "a" / de la locura-- / y con saña / blande / su único / sable / contra el piso" (San Fernando de Apure: Sociedad de Amigos del Santo Sepulcro/El Puente, 2010, p. 13). Pero en "Habladurías" las embestidas del inconsciente y sus libres asociaciones se vuelven indetenibles tras el estímulo de una realidad tanto o más sórdida: "Los perros son perros y las personas, personas. / Y digo más. / Los perros de raza son verdaderamente los únicos perros: / [...] / el dálmata 100 de Walt Disney / o el lobo siberiano / que el comandante Castro le regaló / un 11 de abril / al triste coronel Chávez. / Pero... / sólo basta que estos / anuden sus sexos con dolor / como nadie lo ha hecho en la escala darwiniana, / si sufren de escabiosis, de micosis, / si se amoratan y mal paren, / si pierden una pata en la autopista / o la oreja se infecta / y moscas de lomo azul cobalto con ellos se amadrinan. / Entonces / aquellos que otrora fueron sólo perros / se transforman --súbitamente-- en personas" (p. 29).

Asco y paroxismo, como podrá apreciarse por las citas precedentes, no son gratuitos o fruto de la irreverencia del "muchacho" que nos salía al paso en la primera poesía de Barreto, sino que surgen de un enconado intercambio con vivencias compartidas por muchos venezolanos. En el lenguaje de Carreteras nocturnas la desintegración del sujeto, asediado por la pesadilla del presente, lejos está del optimismo primicial de quien confía en la modernidad y los modos de vida urbanos; paradójicamente, el contacto con "el mundo de la historia" ahora parece posible mediante un descenso a las tinieblas que radicaliza la ruptura del poeta con sus inicios, luego de una extensa y productiva excursión por el imaginario rural en Crónicas llanas (1989), Carama (2000), Llano ciego (2006) y El duelo (2010). Debido a la evanescente frontera que elabora entre lo real (la decadencia del país) y lo mítico (la nekya, el descenso del hablante a los Infiernos), Carreteras nocturnas hace más feroz su vuelta a la ciudad y su tránsito por las arterias de asfalto gracias a las cuales esta y las provincias se comunican.

Contra la interpretación Esa lectura del aquí y ahora nacional comienza con el motivo de la caída, patente en el poema con que se abre el libro, "Volando cometas chinas en Caracas un domingo de marzo", donde, con un trasfondo de "favelas incrustadas / en la epidermis de las montañas", contemplaremos cómo la cometa en forma de dragón "se volcó / y zozobró --otra vez-el país contra la tierra" (p. 12).

Tras la caída sobreviene la oscuridad en sus facetas más diversas: la hemos visto con un ropaje metafísico de "noche de las cosas" en "La abeja"; en otras oportunidades, será un prosaico fenómeno meteorológico: "De pronto / el cielo / se llenó / de bolsas negras" (p. 14); o una visión indeslindable de la cultura de masas: "Al llegar el Apolo 11 / al espacio / y rebasar / el último / anillo de luz / en el umbral / de lo negro" (p. 22).

En la pieza titulada "Carreteras nocturnas", no obstante, el problema se plantea sin oblicuidades. En ella, llega a su clímax un motivo paralelo recurrente que sugiere el significado más pleno de la oscuridad y, a la vez, una reflexión sobre el ejercicio de la escritura. Varios poemas han prefigurado el acto de trazar y representar como referente cohesionador de la colección. Así, leeremos en el poema "Laika" la asociación del universo incluso afectivo a su percepción en signos: "mi perra pointer / es un dibujo japonés. / [...] / la encontré / a la orilla del río de tinta / de una carretera desierta" (p. 15); esporádicamente, con la metáfora de la cartografía, la amalgama de experiencia y expresión resulta absoluta: "Toda línea / que hagamos / a mano alzada / será un mapa / del cosmos. / Si la observamos / con minúscula atención / surgirán puntos / en su recorrido" ("Dibujos", p. 21). En el poema que da título al conjunto esos preparativos se articulan de modo no solo totalizador, sino sardónicamente épico, si se repara en la sutil alusión a la Divina Comedia que hay en los primeros versos: "Al cumplir los 35 años / me entregué con pasión / a las carreteras nocturnas" (p. 36). La selva oscura en que se pierde la recta vía de Dante alberga ahora un ansia paradisíaca equiparable a la voluntad de representación de la nación: "en ese tiempo viajaba / por el país imaginario / que todos construimos, / un país que me seguía" (p. 36). El verbo construir delata la certidumbre desencantada, para nada infantil o juvenil, de la artificiosidad del paraíso perdido; aunque también el artificio se vincula enseguida al oficio literario, con imágenes como la de los trazos sobre el asfalto: "Solía entonces / asomarme / a la ventanilla del autobús / y mirar en trance / la línea que segmenta / la mitad de la carretera, / aquella línea / atravesada audazmente / por la pelambre de un zorro" (p. 36). Pese a que la carretera es diegética, no olvidemos que figura asimismo en el título del libro: es el "nombre" que el autor ha dado a su obra.

En el cariz explícito de los gestos verbales está el logro mayor de estos poemas, porque si apuestan por la alegoría, lo hacen con tanto énfasis que de inmediato advertimos el guiño, la desfachatez muy campy que obliga a cuestionar su devoción por temas trascendentales como el de los avatares de la nación: "A los 35 años / ya era un viajero / por lugares de crápula y peligro, / y había descubierto algo / tan importante / como el destino familiar / esperado al final de la ruta. / Finalmente / atinaba con aquello / que parecía / una metáfora del país" (p. 37).

La corrosiva ironía a la que se somete lo alegórico se extiende en el poema con pasajes que adoptan, de pronto, un aire ensayístico para facilitar prédicas o lecciones que luego habrán de invertirse: "El novelista Enrique Bernardo Núñez / en Una ojeada al mapa de Venezuela / escribió esta frase: // Ante todo la tierra que tenemos delante reclama de nosotros una interpretación" (p.38). Nótese que la violencia a la que me refiero encarna de una vez en la socarrona atribución de la cita de un ensayo a un "novelista"; el dislate satiriza la erudición de medio pelo que abunda en los mass media, no tardando en traducirse en un plano tonal mucho más ambicioso con el abrupto paso de lo sublime a lo nauseabundo que nos hace aterrizar desde las alturas de la "interpretación" telúrico-patriótica en la realidad incluso excrementicia de lo "nuestro": "Deben ser como las 2 a.m. / y la proa del bus-cama / reduce la velocidad / estacionándose bajo el entechado / de un restaurante de carretera. / Al abrirse las puertas del bus / nos desplegamos aturdidos / a la soledad de los urinarios" (p. 38). Las fotografías de Ricardo Jiménez que acompañan a los versos de Barreto, más allá de su función testimonial, subrayan, por su pertinaz atención al menoscabo de lugares e individuos, a la desolación o a la penumbra, esa dimensión "ctónica" de la visión poética. Por si quedaran dudas, la voz lírica pone sobre la mesa, sin tapujos ni rubor, la matriz analógica con que ha elaborado su alegoría: "quiero decir que el país / es como los restaurantes nocturnos / de carretera" (p. 39).

En este sentido, Barreto está siguiendo en poesía tácticas similares a las de algunos de los mejores narradores venezolanos de hoy: echar mano de obvios alegoremas para subvertirlos y deconstruir la solemnidad de los discursos proféticos, heroicos o magisteriales desde dentro; piénsese, para no ir muy lejos, en la carga metafórica de las "enfermedades" patrias en el caso de Alberto Barrera o en la de nuestra historia petrolera, "subterránea", en el de Gustavo Valle. Que en más de un género reaparezca la iniciativa se explica porque observamos una reacción colectiva a circunstancias que afectan a numerosas configuraciones discursivas circulantes en el país. Quien mejor ha descrito dichas circunstancias ha sido Ana Teresa Torres en el que es, sin duda, el estudio hasta hoy más completo e intelectualmente riguroso de las implicaciones del chavismo para la psicología colectiva venezolana.

La llamada "Revolución Bolivariana", señala en La herencia de la tribu, constituye desde sus comienzos una "alegoría melancólica de la Independencia" que predispone a quienes han estado expuestos a sus efectos a persistentemente reconocer y descifrar el presente en términos de un pasado fundacional y heroico, con correspondencias mesiánicas entre "padres" de la nacionalidad y el líder actual (Caracas: Alfadil, 2009, pp.165-190). Combatir con indeterminación, ambigüedad, contradicciones o sátiras frontales las alegorías es la respuesta que varios escritores mayores han elegido para no abstenerse de cultivar una literatura responsable sin sacrificar valores estéticos que hagan de la escritura algo más que una herramienta. La posición de la poesía de Barreto, en concreto, se vislumbra en reiterados pasajes de "Carreteras nocturnas": una vez retomada la remisión a Una ojeada al mapa de Venezuela, se advierte que en 1939 --año de publicación del libro de Núñez-- "todavía se hablaba de `hermosa barbarie’ / mas hoy / las favelas acorazan / las montañas / con su muro de ladrillos anaranjados. // Es la maldita circunstancia / del presente por todas partes" (p. 40). Podríamos ver en ese presente el orbe de "lo real" --tal como lo concebía Lacan-- que pulveriza las proclamas recién salidas del registro más narcisista de "lo imaginal" con que las alegorías oficiales, ideologías en el más crudo sentido marxista, intentan identificar al "triste coronel" y los orígenes de la nación. Terry Eagleton, refinando disquisiciones de Louis Althusser, lo ha formulado con lucidez en un volumen reciente: "la ideología reinventa lo imaginal en el plano social" (Trouble with Strangers: A Study of Ethics, Oxford: Wiley Blackwell, 2009, pp. 10-11).

La "noche" de la poesía de Barreto bien podría considerarse un correlato del sombrío período en el que se ha sumido el país; semejante conclusión reforzaría, sin embargo, las prácticas analógicas provenientes de las esferas del poder. Si alguna "higiene" hay en las tinieblas recorridas por el poeta, esta podría consistir, ni más ni menos, en una rotunda crítica de las interpretaciones "claras", despojadas de la perplejidad que suscitan los auténticos símbolos --catalizadores, al menos en arte, más de intuición que de razón; distantes, por ello, de las doctrinas que exige la alegoría--. La nocturnidad niega las relaciones especulares que nos impiden coexistir con el Otro aceptando las diferencias. No creo que en estos tiempos haya manera más sobria ni más conmovedora de hacer una poesía ética, de verdad pluralista, comprometida con una digna vida en sociedad.


Ilustración: Georgia O’Keefe, "New York".

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