sábado, 8 de enero de 2011

(c) araque uno


EL NACIONAL - Sábado 08 de Enero de 2011 Papel Literario/2
William Niño Araque (1953 ­ 2010)









Geografías de lo moderno
"Las personas no deberían hacer su historia sino antes su geografía".
John Berger
FABIOLA LÓPEZ-DURÁN Y HENRY VICENTE

Tal vez nadie como William Niño logró materializar en su quehacer vital y profesional la voluntad por lo urbano contenida en la versión del poema de Vicente Gerbasi que, a inicios de los ochenta, identificó a grupos literarios como Tráfico y Guaire: "Venimos de la noche y hacia la calle vamos". William, quien a finales de los setenta participó en los talleres literarios del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, y más tarde frecuentaría el taller Calicanto y los grupos que de allí nacieron, encontró en la interacción entre lugar-espacio-paisaje y el privilegio que le otorgaba a la palabra, un aparato interrogativo para descifrar aquello que para él era tierra incógnita y deseo: la ciudad.

Nos referimos a la interacción lugar-espacio-paisaje como tríada dialéctica, tal y como lo observara W.J.T. Mitchell, en la que el lugar se manifiesta como ubicación específica, estable; el espacio como "lugar practicado" activado por movimientos, narrativas y signos; y el paisaje como lugar encontrado, como espacio presentado y representado a la vez.

Así, como triada conceptual, parecía entender William la Fuente de Mercurio, de Calder de la Exposición Internacional de París de 1937 que, según él, "expresaba el mundo del movimiento, la utilización de los nuevos materiales y sobre todo, los efectos inéditos entre las formas estables, los elementos móviles y el paisaje". De manera similar visualizaba a Caracas: como un anillo frente al Caribe con El Ávila al centro --invariable-pero activada por la dinámica de su naturaleza tropical, sus autopistas, túneles, arquitecturas y promenades, e "interceptada" por las vistas que de sí misma, como en un mise-en-abîme, "invaden" sus espacios en el centro de Petare, al pie del Ávila, en las colinas del sur, o en las terrazas de Caricuao.

Los signos habitables, su primera exposición de Arquitectura, que introdujo la obra de seis arquitectos contemporáneos venezolanos a los espacios de la Galería de Arte Nacional,
representaría, pa- ra quienes nos iniciábamos en estos caminos críticos, un punto de partida. La exposición indagaba en trayectorias en auge y ciclos no clausurados, y fijaba el espacio fundacional desde el que William se convertiría en pionero de la asunción de la Arquitectura como artefacto cultural y de su ingreso a las más diversas plataformas de debate y comunicación. Y es que, desde su cercanía a los grupos literarios, cultivó la palabra en el tono "conversacional" que identificó a dichos grupos, así como se sintió parte de una generación de escritores que se hicieron, como dice Arturo Gutiérrez Plaza, "cómplices con la ciudad".

Pero, de todos ellos, fue William el que entendió la ciudad como su madre natura.

Caracas fue el mapa sobre el que se desplegó su tentativa de encuentro con los demás, fue para él la conjunción del lugar, el lugar practicado y el lugar encontrado.

Y si esta ciudad fue el territorio en el que William indagó lo moderno, no lo hizo desde la ciudad letrada de Ángel Rama sino desde la ciudad del "vagabundo". Sustituyó las metáforas temporales por las espaciales. Asumió que la sucesión de tiempos es también una sucesión de espacios que recorremos y nos recorren, dejando en nosotros las huellas que dejamos en ellos.

Fue por lo tanto la geografía su norte, más que la historia y sus avatares. El título de su artículo sobre Enrique Bernardo Núñez así lo sugiere, esa "crónica del tiempo lento", anuncia el privilegio del espacio en detrimento del tiempo.

Un tiempo "demorado" para poder "detener" el paisaje trasegado por autopistas y distribuidores "arácnidos", con la incólume presencia del Ávila y de las palmas reales, latanias, washingtonias y datileras que para William constituían el aura extraviada de esa natura original de la ciudad, y que gracias a su sugerencia fueron sembradas en el valle de Caracas como parte del programa que un día lideró Alicia Pietri de Caldera.

En estos momentos, en los que la Arquitectura y el espacio urbano aparecen como medios imprescindibles a ser estudiados en toda su complejidad histórica y teórica, pues tal y como lo observa Andreas Huyssen, han sido ellos precisamente los transmisores de modernidad en las llamadas regiones en desarrollo. Ahora, cuando la dico- tomía de alta y baja cultura ha mostrado su incompetencia, estamos llamados a indagar en esa tríada conceptual de lo construido, lugar-espacio-paisaje, que participó y participa de los discursos globales que dieron forma a eso que hoy llamamos modernidad. Así lo intuiría William, y así, en profunda complicidad con la ciudad, dedicó su vida a identificar esos puntos que permitirían comenzar a armar nuestras propias geografías de lo moderno.

EL NACIONAL - Sábado 08 de Enero de 2011 Papel Literario/2
El mundo desde Caracas
La caraqueñidad para William era una manera de ser, una visión del mundo desde la perspectiva de éste balcón monumental que mira al Caribe
MANUEL DELGADO

William no se podía separar de su ciudad. Como le gustaba tanto bajar a La Guaira, tuvo que elaborar y demostrar la hipótesis de que el litoral es parte de Caracas, para poder sentirse más a gusto frente al mar. Tal vez por eso mismo planteó la utopía de que para el año 2020 el país será una sola ciudad, y así poder recorrer toda Venezuela sin salir de su casa. En varias oportunidades participamos juntos en eventos internacionales y aun por pocos días le costaba salir. Más de una vez perdió el avión, o dejó el equipaje en el taxi y la última vez que tratamos de viajar juntos a Medellín, al llegar al mostrador tenía el pasaporte vencido.

Creo que todos eran saboteos inconscientes para no alejarse de su casa. No es difícil imaginar lo que debió haber sufrido cuando tuvo que hacer el equipaje en dos horas y permanecer fuera cuatro meses, para preservar su libertad.

A pesar de todos los tropiezos, cuando por fin lograba salir, era el mejor compañero de viaje. La segunda ciudad que más le gustaba era Bogotá, tal vez por ser todo lo opuesto de la suya, una sabana alta y verde, de gente conservadora y edificios ordenados en medio de una cordillera neblinosa. Primero la conoció de la mano de Rogelio Salmona, quien la mostraba comparándola con la nuestra. Con su aparente mal carácter, se quejaba de que Bogotá era un pueblo grande, en cambio, Caracas era una metrópolis pequeña. Últimamente, la caminó toda de la mano de Silvia Arango quien lo recibió como a un hermano durante su exilio. Recorrió todos los edificio de Rogelio, tomando fotografías y haciendo anotaciones; admiró los nuevos parques y la red de bibliotecas construida por la Alcaldía Mayor entre barrios y humedales. Decía que eran como cuatro complejos Teresa Carreño ubicados en los barrios más populares de la ciudad.

Además de Bogotá, tuvimos oportunidad de viajar juntos a Medellín, Cali y Cartagena promoviendo la arquitectura Venezolana desde los años noventa. En su último viaje este año, a pesar de estar tan abatido, tuvo tiempo de presentar su proyecto de ciudades cenitales y proponer algo similar para las ciudades de Colombia. Gracias al arquitecto Jorge Pérez Jaramillo y a la Sociedad Colombiana de Arquitectos, que se dieron cuenta que era imposible desperdiciar su talento y energía, trabajó en el diseño de la exposición para la XII Bienal Colombiana de Arquitectura y en la muestra de Arquitectura en América.

Ambas lograron un excelente nivel justamente por contar con un profesional de su talla. Me contaron los amigos de Medellín que aprendieron mucho con él, de su visión novedosa que le permitía notar lo que nadie veía y una energía y buen humor que hacía sentir bien a todos los que lo rodeaban.

Por su propio mérito, la Universidad Metropolitana le ofreció una cátedra sobre ciudades latinoamericanas.

También visitó otras ciudades del mundo: Buenos Aires, Rio de Janeiro, Nueva York y Venecia, pero las que más le gustaban y a las que siempre quiso volver eran Boston y Barcelona. Caminando y compartiendo con algún amigo cercano, William descifraba de una manera intuitiva los secretos de cada lugar. Estuvo en Boston tres veces. Cuando fuimos juntos al Fenway Park, afirmó con todo acierto que se parecía a la Plaza de Siena. Mientras cruzaba por primera vez el puente sobre el río Charles, después de una larga caminata, me dijo "estamos es el epicentro de la ciudad", y tenia razón, se trata del único momento donde es posible percibir la amplitud y el carácter de esta ciudad acuática. Descubrió el Collar de Esmeraldas, nombre que se le da al sistema de Parques creado por Frederic Law Olmsted, y no se le quitaba la idea de hacer algo similar enlazando El Ávila con los otros parques a través de las quebradas. En Abril de 2006, representando a la Fundación para la Cultura Urbana, Rafael Arráiz y William fueron invitados a dictar una charla en el MIT. El tema no podía ser otro que Caracas, mientras Rafael se encargó de analizar aspectos históricos, William habló de su presente y de su futuro. Me costó trabajo traducirlo adecuadamente y nos reímos juntos al descubrir que lo contrario de lo que decía también tenia sentido. Al final hubo un gran debate en el que su perspectiva visionaria se entrelazaba con el rigor de la academia.

La caraqueñidad para William era una manera de ser, una visión del mundo desde la perspectiva de éste balcón monumental que mira al Caribe. Igual que en otra escala, la ventana de su casa en el edificio Altolar, mirando el valle desde un lugar privilegiado, así percibió a Caracas frente al mundo: como un oasis repleto de naturaleza y buena arquitectura, donde producir e imaginar refugiado de las tormentas del mundo exterior.

EL NACIONAL - Sábado 08 de Enero de 2011 Papel Literario/1
William Niño Araque (1953 ­ 2010)
Un hombre que fue ciudad
"Los hombres (...) también son ciudades. Ciudades sin muros, ni torres, ni palacios, ni avenidas. Ciudades hechas de pasos, de gestos, de voces que a un tiempo dicen: trabajo, perdón, lejos, adiós".
Oswaldo Trejo También los hombres son ciudades
ENRIQUE LARRAÑAGA

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Urgidos de "tips", reducimos aquello cuya multiplicidad nos excede a etiquetas simplistas. A William Niño le colgamos una, repetida mil veces, en vida y tras su tan temprana partida: "experto en ciudad". Nunca me gustó. Pero sólo ahora entiendo que no por incorrecta, sino por demasiado estrecha para quien, multifacético, heterogéneo e inmoderado, no vivió la ciudad a la distancia sino escrutándola, incluso temerariamente, con ímpetu, indiscreción y apetito de amante.

No había prudencia ni desapego en las opiniones de William, muchas veces fuertes, como retando a quienes, por ignorancia o temor, niegan lo evidente o se esconden tras una falsa asepsia académica. Solo e insomne, solía tomar su carro, tarde en la noche, y recorrer la ciudad sin medir riesgos, para rastrear sus miserias y develar sus misterios; lo imagino luego, igualmente solo, asomado a su balcón, buscando en el amanecer la calma siempre negada a las almas inquietas.

Pasear la ciudad con William era como compartir intimidades desconocidas, aunque también propias.

Conversar con él era pasar sin transición de lo sublime a lo profano, de la crítica al desespero, de la ironía a su sagacidad hasta, a veces, asistir al surgimiento de una idea nacida de su elocuencia como otra ocurrencia desconcertante.

No, no hay "expertos en pasión". Y William fue, ante todo, un apasionado.


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Hoy quisiera para hablar una terraza / donde Caracas nos tratase con afecto / y alcanzásemos un sitio / (dos mecedoras tal vez) / donde el viento se manejase leve / y lo viésemos todo / con la pretensión amable de los mapas Rafael Arráiz Lucca Balizaje

Supe de William Niño por sus esporádicos artículos de prensa de los ochenta.

Lo conocí cuando, desde el Colegio de Arquitectos, rescató la Bienal de Arquitectura y comencé a compartir con él cuando, en 1989, me sumó a la Fundación Museo de Arquitectura con motivo de la muestra "La casa como tema".

No puedo evaluar la evolución discursiva y conceptual desde los enrevesados textos tempranos a otros cada vez más precisos, pero nunca simplistas; ojalá alguien lo haga y le ayude así a su reciente promesa de compilarlos y publicar un libro, con otros hasta entonces sólo ideados; y ya, para siempre, perdidos.

Sé, sí, que cada publicación y exhibición conducida por William supo hábilmente compendiar y organizar datos y ofrecerlos sin distingo, con tanta, casi desconcertante, amplitud que alientan miradas contrarias. Casi como un arqueólogo, William recopiló testimonios diversos, (Los signos habitables, 1985), profusos (Tomás José Sanabria arquitecto, 1995), iniciáticos (Wallis, Domínguez, Guinand. arquitectos pioneros de una época, 1998), y referenciales (Carlos Raúl Villanueva. Un moderno en Sudamérica, 2000), en museografías pulcras y libros cabales a los que, sin mezquindades que luego debió sufrir, incorporó múltiples voces mientras dirigía todo con exigente amabilidad.

Entre éstos, otros que no caben en esta nota y varios que sé que olvido, destaco el ya paradigmático El espíritu moderno. 1950 (1998), por su revelador escrutinio interrelacionado de ciudad, arquitectura, política, cotidianidad y hasta banalidad; y, particularmente, el casi incunable Santiago de León de Caracas. 1567-2030 (2004), el más completo compendio de nuestra historia urbana, que ensambla más de 25 voces y casi 40 proyectos y registra el pasado con tanta efusión y coraje como sueña el futuro, más allá del pertinaz embate de una realidad renuente y refractaria.


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"La ciudad durante los últimos 15 años ha generado una territorialidad dañina, agresiva con el entendimiento territorial y (...) para la intervención de arte no hay centro ni periferia".

Ruth Auerbach El desafío de un arte urbano

Su pulsión compiladora le permitió ver en un paseo casual una fuente documental para, con las sagaces fotografías de Nicola Rocco, estructurar uno de sus legados decisivos: la serie Cenital; primero Caracas, luego Valencia y Maracaibo y otras ciudades que seguirían.

Con afán casi lujurioso, las fotos de Nicola, ojos de William (o al revés...) acortan la distancia impuesta por el vuelo para penetrándola, indagar cada rincón de la ciudad con sensual avidez. Como viajando por la piel del ser amado, cada una revela matices del tejido de geografías humanas, urbanas y naturales que nos preguntan y reclaman, como una aguja que atraviesa las páginas y los capítulos que las ordenan.

Quedé pendiente de escribir una nota sobre el último regalo que me hizo, un ejemplar de Fotografía urbana venezolana. 1850-2009, otro libro que irá creciendo y haciéndose indispensable cuando las circunstancias permitan conocerlo. Pensaba destacar cómo, haciendo coexistir y enriquecerse mutuamente el afán de coleccionista de Herman Sifontes, el afortunado azar de hallar una pieza en venta, la impronta curatorial de William y Vasco Szinetar y la infaltable presencia de Esmeralda Niño, este libro construye una experiencia tan urbana (de lo familiar a lo metropolitano; del drama a lo abstracto; de la sonrisa al estupor) como cada foto y, como ellas, la colección y el libro, polifónica y multisensorial: armoniosamente caótica como una disertación de William y con similar genio para rescatar una atmósfera fluida que, como El Ávila, preserve la totalidad sin sacrificar la riqueza de cada pliegue, y deje que un oportuno destello se cuele, rescate la sombra y la haga luz.


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"La ciudad es también el efecto de un deseo y un espacio de proyección de fantasías tan poderosas como la realidad misma. (...) La conclusión es inminente: la ciudad imaginada precede a la real y la impulsa en su construcción".

Tulio Hernández y Luis Alberto Quevedo La ciudad desde la cultura

Quien haya participado en un evento organizado por William Niño, escrito para uno de sus libros, asistido a una de sus cenas o hablado con él alguna vez sin prisas, seguramente haya quedado ahíto de excesos, multiplicidades y diversidad.

Voraz coleccionista, su casa mezcla sin pudor objetos disímiles; intelectualmente ecléctico, su discurso deambulaba con fluido desparpajo; su agudo sarcasmo marcaba posición sorteando la polémica, aunque no pocas sostuvo, pública o privadamente; su frecuentemente excesiva voluntad de incorporar todos los puntos de vista hizo muchas veces esos eventos extenuantes; Sin temor a la profusión ni a la contradicción, William convocaba a lo que hacía y alrededor de él una compleja pero estimulante pluralidad: diversa, complementaria, entrecruzada y hasta contradictoria; cada uno de sus proyectos era, así, como un espejo de sí mismo: arrojado, inquisitivo, inquieto, lúdicamente lúcido e inagotablemente agotador.

Agradezco a William que su desmesura me haya permitido conocer buenos amigos y su amplitud disentir más de una vez con respetuosa vehemencia.

Pero, sobre todo, comprobar que también los hombres son ciudades: capaces, como ellas, de admitir lo simultáneo sin temor ni temeridad ante lo diverso; de explorar el caos para evitar que explote; de monumentalizar lo cotidiano y de hacer cotidiano lo excelso; de celebrar los excesos urbanos sin comprometer su urbanidad; de acometer retos no siempre plenamente entendidos y de rectificar si es necesario; y, quizá primordialmente, de congregar, de modos no siempre discernibles pero que dan al encuentro su espacio real.

Dicen que la ciudad nunca muere pues siempre supera lo que parece acosarla.

Esa ciudad que fue William permanecerá en quienes vimos alguno de sus destellos.

Ojalá nuestro corazón sepa fundar otras, sin que las pequeñeces lo estallen.


Fotografía: Efrén Hernández

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