sábado, 8 de enero de 2011

(c) araque dos


EL NACIONAL - Sábado 08 de Enero de 2011 Papel Literario/3
William Niño Araque (1953 ­ 2010)
William Niño, militante de ciudad
William Niño era, ante todo, un militante de ciudad. Alguien que, generosamente, y alguna veces pienso que injustamente, sacrifi có su autoría y su reconocimiento personal con tal de que los proyectos de amor por la ciudad cobraran vida
TULIO HERNÁNDEZ

A ESMERALDA, SU ALIADA INCONDICIONAL

El camino comprensivo que William Niño Araque prefería para acercarse a aquellos temas que le importaban fue siempre el de la belleza. O, para decirlo con el lenguaje de las Ciencias Sociales, era el resultado de una epistemología donde la estética era su categoría fundamental.

Esa aproximación le trajo no pocas interpretaciones prejuiciadas. Muchos creyeron adivinar en su manera de explicar a Caracas una suerte de mirada naif que sustituía la situación real de una ciudad víctima del caos urbano, la inseguridad sangrienta y la ingobernabilidad galopante por su visión edulcorada.

No es extraño que haya ocurrido así. Porque efectivamente William Niño, el arquitecto, urbanista, crítico de ciudad, curador y editor que se despidió de este mundo el pasado 18 de diciembre, tenía una mirada de Caracas liberada del pesimismo crónico que desde hace muchos años nos secuestra a todos. Pero también de los formalismo académicos o de las exigencias fácticas del urbanismo planificador.

La mirada de Niño era particularmente original.

Precisamente porque trataba de hacernos comprender, en una especie de sacerdocio de la esperanza, que la ciudad donde vivimos tiene un conjunto de condiciones, tanto naturales como edificadas, que la hacen única, hermosa y digna de ser amada y que, a pesar de su degradación, es un espacio potencialmente transformable en lugar para el goce estético, la convivencia ciudadana democrática y la calidad de vida compartida por todos.

O es la moderna o no es Caracas Su primer gran aporte fue ayudar a quitarnos las anteojeras que, en medio de la catástrofe urbanística y social en que se nos fue convirtiendo la ciudad posdemocrática, nos hacían olvidar el privilegiado lugar natural en donde se halla asentada. Reconocernos en la transparencia de sus cielos; la brisa con lejano acento marino que la acaricia desde el abra de Petare; la inmensa y hermosa muralla de protección natural siempre cambiante de colores que constituye El Ávila; las bandadas de pericos y guacamayas que atraviesan el cielo de su valle alegrándonos las tardes; la bendición que significa habitar un lugar en donde nunca hay frío extremo ni calor infernal, fue una obsesión permanente en sus escritos, conferencias y declaraciones.

Pero no nos confundamos. Nuestro amigo nunca se hizo eco de la vieja tradición de poetas y cronistas que por siglos sucesivos han admirado a Caracas sólo por sus bellezas naturales. Aquellos románticos entusiastas que en siglos distintos la adjetivaron con frases como "la ciudad de la eterna primavera", "la sultana del Ávila" o "la odalisca dormida a los pies del sultán enamorado".

Todo lo contrario. No hay en su obra escrita nostalgia alguna por la naturaleza perdida.

Ni queja mínima por "la ciudad que se nos fue". Miembro de una generación que nació y creció cuando ya Caracas era ese curioso enjambre de descomunales superbloques, atrevidos túneles y vertiginosas autopistas, con la misma pasión que celebraba su naturaleza, y con empeño propio de un predicador, se dedicó a convencernos de que lo más importante de Caracas estaba asociado no a un pasado mítico sino a los valores arquitectónicos y urbanísticos de su modernidad.

Esa era su tesis fundamental. No hay nada qué buscar en el pasado lejano. O nunca existió esplendor alguno o si existió, igual se deshizo. Salvo algunos guiños del siglo XIX guzmancista, Caracas es una ciudad enteramente del siglo XX y esa condición, antes que conducirnos a un lamento interminable por carecer de memoria urbana, debe ser asumida como el único orgullo en el cual nos podemos reencontrar.

Pero no por resignación. O por no tener más alternativa.

Sino porque la obra construida entre las décadas de 1940 y 1980, en esta ciudad hija de los dólares de la renta petrolera, es una de las mejores, más ambiciosas, atrevidas y originales arquitecturas de la modernidad con las que cuenta América Latina.

Ese era su credo. Es necesario cambiar radicalmente la idea que tenemos de lo que es patrimonio histórico o patrimonio cultural. La creencia de que sólo son patrimoniables los castillos y las casitas blancas con faroles negros y callecitas empedradas por donde paseó Bolívar, o los monumentos arqueológicos del mundo indígena, es atrasada y colonial. Sólo nos reconciliaremos con la ciudad en la que vivimos cuando entendamos a plenitud que el gran patrimonio de Caracas es su arquitectura y su monumentalidad moderna. La que comenzó a construirse en 1947 bajo el gobierno de Isaías Medina Angarita y tuvo su punto de despegue con la urbanización de El Silencio, bajo la sabia conducción de Carlos Raúl Villanueva .

A la larga, la declaración de la Ciudad Universitaria como Patrimonio Histórico de la Humanidad le dio la razón. En su campo fue un pionero y el autor de una suerte de poética de la Arquitectura sin antecedentes en nuestro país. No sé si peco de afectividad por el dolor que aún me produce su reciente desaparición, pero no puedo evitar escucharlo explicando con voz emocionada, una y otra vez, aquello en lo que creía. Son momentos sublimes sus descripciones épicas del complejo de "52 prismas neoplasticistas" del 23 de Enero; la presencia magnánima del Hotel Humboldt como corona celestial de la gran montaña; las armónicas formas del Hotel Tamanaco esperándonos reposadas al final del Paseo Las Mercedes; las visiones idílicas de los jardines del Country Club entretejidas en sus redes de bambúes; o las simétricas figuras que el sol dibuja y desdibuja todos los días en los pisos de la Plaza Techada del Rectorado de la Ciudad Universitaria.

La pasión por divulgar La belleza, el arte y la estética, que no son lo mismo pero se confunden, perseguían a William Niño. O, si queremos decirlo con mayor precisión, desde el lenguaje de los afectos, estas se le presentaban como acompañantes solícitas en todo lo que tuvo oportunidad de hacer y dirigir.

Tal vez por eso una de las mejores cosas que pudo ocurrirle fue entrar a formar parte desde muy joven del equipo de trabajo de la Galería de Arte Nacional en una época de esplendor que contrasta con su presente empobrecido, sectario y gris.

Entrar todos los días laborales, y algunos fines de semana, a uno de los más emblemáticos edificios de Carlos Raúl Villanueva; atravesar uno de los más hermosos jardines de la ciudad; hacerle un guiño a la negra de Zitman, recostada sensualmente sobre su hamaca de moriche, era, lo imagino con certeza, uno de sus grandes disfrutes.

En la Galería de Arte Nacional William desarrolló la que sin duda fue otra de sus grandes pasiones, la de divulgar de la manera más democrática posible los saberes colectivamente acumulados sobre el arte, la ciudad y la Arquitectura. No puedo en este momento, que escribo lejos del país y por tanto de mi biblioteca personal, y cuando la GAN no tiene tampoco una buena página Web donde consultar su trayectoria, verificar en cuántas y cuáles exposiciones participó, concibió o dirigió. Pero no olvido su papel fundamental en Tendencias de la arquitectura venezolana contemporánea en la que se reunió la obra de Sanabria, Galia, Vivas, Castillo, Tenreiro y Dorronsoro.

Tampoco su decisiva presencia en la exposición sobre Carlos Raúl Villanueva que dejó como testimonio un bello libro titulado Carlos Raúl Villanueva: un moderno en Sudamérica.

En 1995, cuando me correspondió presidir la Fundación para la Cultura y las Artes (Fundarte), decidimos hacer una gran exposición en el Museo Jacobo Borges sobre las maneras como la fotografía testimoniaba la evolución histórica de la ciudad.

La llamamos Caracas retratada. Con el apoyo del alcalde Aristóbulo Istúriz, entonces un demócrata irreprochable, decidimos que fuese William Niño el curador de la exposición y Maite Espinaza la productora ejecutiva.

Fue una gran experiencia.

Con una capacidad de trabajo descomunal, William concibió un concepto en el que se narraba el devenir de la ciudad a través de sagas independientes --la vida cotidiana; los grandes sucesos y tragedias; la construcción de edificios, plaza y avenidas; los avatares del poder y la política; y el mundo del deporte, los medios y el espectáculo-que al final confluían. Fue todo un éxito. Una de las exposiciones con mayor número de visitantes, con un predominio de los escolares de Catia, en la historia del Museo Borges.

Esa voluntad divulgativa le llevó a mantener un programa de radio, La ciudad deseada, que realizaba en compañía de Federico Vegas y Maria Isabel Peña. También fue el productor y conductor de una serie de micros para Vale TV, entre los que resultan memorables uno sobre Villanueva, otro sobre Sanabria, uno más reciente sobre Miró y otro, muy celebrado, sobre El Ávila, titulado "El collar de esmeraldas".

Con el apoyo de la Fundación para la Cultura Urbana, fue el promotor del programa de movilización urbana titulado 100 ideas para Caracas, que luego se replicó con éxito en las ciudades de Barquisimeto y Maracaibo e, incluso, en la vecindad de Cúcuta.

El oficio de ensayista y editor La vocación divulgativa de William Niño encuentra su expresión más acabada en el persistente trabajo con el que concibió, dirigió y concluyó un número elevado de publicaciones que ya es hora de inventariar.

Yendo de atrás hacia adelante, me permito destacar sólo los más recientes. En primer lugar Fotografía urbana venezolana. 1850-2009, libro editado por la casa de bolsa Econoinvest, coordinado en equipo con Esmeralda Niño y Vasco Szinetar. Tal vez, el más importante libro en su género publicado en el país.

Similar importancia tiene la saga de libros de fotografías aéreas de ciudades venezolanas: Caracas cenital, Valencia cenital y Maracaibo cenital. Son trabajos rigurosos producto de un esfuerzo descomunal en el que Niño, en llave con el fotógrafo Nicola Rocco, y el apoyo incondicional de Herman Sifontes, presiente de Econoinvest y promotor cultural de primera línea, peinaron fotográficamente a Caracas, Maracaibo y Valencia, desde un helicóptero, para hacernos entender el tamaño, morfología, complejidad y extensión de tres de nuestras grandes ciudades, a través de la fotografía aérea.

Pero Niño fue también un frecuente colaborador en numerosos libros de varios autores. En dos libros sobre ciudades que me correspondió compilar fueron incluidos textos suyos: en Caracas en veinte afectos (Museo Jacobo Borges, 2000), aparece el ensayo "Ideas breves anteriormente escritas a propósito de la ciudad", en donde entra en su fase más propositiva, ofreciendo veinte estrategias indispensables para la recuperación de la ciudad.

Y en Ciudad, cultura y espacio público. Veinticinco conferencias de la Cátedra Permanente de Imágenes Urbanas (Fundación para la Cultura Urbana, 2010) se encuentra un texto más complejo y sugerente, "Caracas territorio de una moderna monumentalidad", en el que expresa su pensamiento sobre la patrimonialidad y la arquitectura moderna a propósito de la ciudad capital venezolana.

Un militante de ciudad Ahora que nos corresponde la penosa tarea de intentar valorar a plenitud su obra, reviso lo escrito hasta acá y me pregunto: ¿cómo caracterizar con pertinencia la disciplina profesional de William Niño? Y me encuentro con que cualquiera de las definiciones ya dadas es insuficiente. Llamarle arquitecto, urbanista, investigador o crítico de arquitectura y ciudad sería siempre incompleto. Por eso creo que la mejor manera de entender su obra como el resultado de una vocación única y un sentido de propósito claro, es asumir que William Niño era, ante todo, un militante de ciudad. Alguien que, generosamente, y alguna veces pienso que injustamente, sacrificó su autoría y su reconocimiento personal con tal de que los proyectos de amor por la ciudad cobraran vida.

Esa condición, la de militante de ciudad, la explica, como en un evangelio, en su ensayo "Ideas breves anteriormente escritas a propósito de la ciudad" cuando dice: "(Esta ciudad) como toda leyenda gótica no necesita de saqueadores (más próximos a un historia de corsarios), necesita de un abad que la sacralice, un arcángel que la resguarde, un cardenal que la ordene, un monje que la limpie, un jardinero que la pode, un carpintero que la barnice, un descubridor que la seduzca, un seductor que la enamore; una pasión que recupere sus heridas y nos la torne pulcra, sagrada, hermosa, transitable, virginal y posible, hecha de arquitectura".

William, nuestro militante de ciudad, era a un mismo tiempo ese abad, ese arcángel, ese seductor, ese descubridor y ese carpintero por cuya presencia clamaba.

EL NACIONAL - Sábado 08 de Enero de 2011 Papel Literario/4
William Niño Araque (1953 ­ 2010)
Homenaje de Vasco Szinetar

Con algunas imágenes, tomadas en distintas épocas, que retratan momentos, instantes y afectos, Szinetar rinde tributo a William Niño, a la amistad que por muchos años mantuvieron y a la complicidad que los llevó a emprender trabajos, investigaciones y publicaciones en conjunto


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