martes, 3 de agosto de 2010
advertencia
El liderazgo (in) esperado
Luis Barragán
Recordamos un viejo y valioso ensayo de Naudy Suárez, mediante el cual citaba la intención de fundar la democracia cristiana en Venezuela por el ex – canciller Esteban Gíl Borges. Yendo a la fuente (diario El Universal/Caracas, 17/05/1936), constatamos el prestigio del que gozaba tan prominente jurista y diplomático, aunque posteriormente cedió toda la relevancia política que se esperaba a favor de otros actores (des) conocidos.
Ocurre que en toda etapa de crisis o transición, sintiéndose un cierto déficit o insuficiencia del liderazgo estrictamente político, la sociedad apela a sus más destacadas figuras, incluyendo a una intelectualidad que suele garantizar el piso moral que es o parece ser la común, básica e inicial demanda de la población. Salvo los tiempos más recientes, en los cuales la llamada antipolítica oferta a celebérrimas figuras televisivas, añadidas las deportivas y hasta de farándula, en otros – bajo el dominio de la opinión impresa y radial - lo importante residía en la palabra, calibrando las honduras y sobriedades de quien las pronunciaba.
Huelga comentar los estudios de Suárez, Eloi Lengrand o Arturo Sosa, en torno a la emergencia y trascendencia del liderato de décadas como la del ’30 o ’40, frente al consagrado, alcanzando una inevitable especificidad política. Esta también comporta un largo aprendizaje de habilidades y consecuencias que hacen la especialidad en los asuntos del bien común, aunque pueden sorprendernos los más noveles.
El país de 1958 se enteró de una promoción generacional que hizo la lucha antidictatorial, al lado de quienes le reportaron mayores noticias en la escena pública. A veces, el momento nos sorprende con una generosa oferta dirigencial, mientras que, en otras, deficiente, urge el inmediato reemplazo por personalidades provenientes de otros ámbitos, oficios o especialidades.
Derribado el perezjimenato, regresaron los más conocidos directivos de los partidos políticos (por cierto, el conocimiento de trayectorias y opiniones es un dato esencial a la política – por lo menos – democrática), coincidiendo con el ascenso de otros militantes que el país apenas descubría. No hubo garantía alguna – como tampoco en el lejano o reciente pasado – de una definitiva entronización o consagración, por lo que también se abrían las compuertas de una competencia a ratos cívica, por obligación electoral, y a ratos violenta, por obra de las distintas insurrecciones.
Competencia al fin y al cabo, al talento demostrado por el aspirante a los más estelares roles, se unían las propias e inalterables exigencias del momento político. De modo que los grandes movilizadores de masas, otro dato importante, movieron oportunamente sus piezas de ajedrez, sin renunciar al inexcusable tablero de una situación por siempre delicada.
A guisa de ilustración, Wolfgang Larrazábal conquistó una importantísima cifra de votos que, perdida la justa electoral, especulamos, después lo llevó a la embajada en Chile para evitar el desgaste de la polémica cotidiana, quizá fungiendo como una reserva frente al ahora presidente Rómulo Betancourt, quien actuó en medio de las mayores e intrincadas dificultades. Iniciado el período constitucional, probado el Pacto de Punto Fijo bajo los rigores del proceso cubano que entusiasmaba a unos a la vez que a otros les despertaba el morbo conspirador, visitó Caracas y, así como puede verse el interés de la gran prensa nacional, la del sistema, igualmente se lee el aplauso de Tribuna Popular, órgano del PCV (Caracas, 22/07/60): ergo, se hacía también de las circunstancias para representar una salida a cualquier nefasta eventualidad, apropiándose del momento político con un sano pragmatismo.
Valga la curiosidad, Teodoro Petkoff era un dirigente regional notable, aunque le faltara el calibre necesario para la estelaridad, pues, de acuerdo a la reseña en la que lo anuncian como novísimo presidente de la Asamblea Legislativa del estado Miranda, confundió al redactor de la nota al titularlo como “Petcof” y tratarlo luego como “Petckot” (Tribuna Popular/Caracas, 06/05/60). Confusión nada grave, pero que indica la imposible adivinanza de un ulterior protagonista que dejó atrás a otros que, por si fuera poco, pisaban la condición adelantada hasta de presidenciables.
A lo largo de la década del chavezato, hay un irrenunciable aprendizaje y habrá que ponderar cuán confiable es, cuantitativa y cualitativamente, el liderazgo surgido en los predios de la oposición o del mismo gobierno. La verdad monumental está en que, además de los elencos imprevistos que deban y puedan surgir, coexistiendo con los ya probados e – insistimos – conocidos, la política es algo más que una afición y reclama a sus más genuinos hacedores. Empero, la tentación es otra.
Digamos que la inmensa tarea de la resolución de la crisis o transición, puede quedar en los fogones deslumbrantes de inexpertos, en esa ruleta a la que nos acostumbramos, apostando por cualquier alternativa, opción o salida. No está mal recordar que, por 1998, sorteamos nuestro destino con una cara nueva – consigna infaltable todavía – y no sabemos ya cómo salir de ella.
Fuente:
http://www.noticierodigital.com/forum/viewtopic.php?t=678963
Fotografía:
TRibuna Popular, Caracas, 06/05/60
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