lunes, 23 de agosto de 2010
ciudad
EL NACIONAL - Sábado 21 de Agosto de 2010 Papel Literario/2
La Ciudad (y II)
ANTONIO PASQUALI
Antes de ofrecer un primer ejemplo de lectura comunicacional de una ciudad, constatemos la falta de análisis similares en el pasado y su porqué. La comunicación --y a fortiori las disciplinas cibernéticas vinculadas a la Teoría de la Información-- ha llegado a erigirse en problema y teoría tan sólo en la edad contemporánea, por presiones de una revolución tecnológica que le impuso varios saltos cualitativos. Los antiguos e incluso los modernos no llegaron a problematizarla (Galileo intuye sólo por un instante sus dimensiones, y en el propio Marx el comunicar no está tematizado), lo que les impidió parar mientes en la inherencia comunicar/comunidad; profundizar en la intuición democritiana de que en la protocélula de la intercomunicación nace lo social; sospechar siquiera que entre transporte y comunicación hay un fuerte aire de parentesco; concluir que toda comunicación tiene un carácter ontológicamente político.
Esta carencia categorial o conceptual está en la base de una de las más vistosas y sorprendentes lagunas en la literatura utópica: al no concebir el tejido urbano como trama o red comunicante precursora, epifenómeno y vitrina del nuevo modelo de comunidad deseada, casi ninguna de las utopías clásicas se esmeró en ofrecernos el detalle topográfico de las ciudades ideales que describía, privilegiando hasta la obsesión su orden institucional, jerarquías y leyes.
Desde Piero della Francesca, y otros renacentistas, a Sant’Elía, De Chirico y Le Corbusier, una corriente paralela intentó durante siglos dar forma plástica y arquitectónica a la noción de "ciudad ideal"; pero no hay evidencia (hasta tiempos recientes) de vasos comunicantes entre ciudad ideal y utopía moderna. Pocos utopistas se preocuparon realmente (como por el contrario fue el caso de Auroville y Brasilia el pasado siglo, o de Masdar City en éste) de que el diseño, planta y red vial ciudadana encarnaran y exhibieran, cual símbolos tangibles, el nuevo ideal de sociedad que allí se pretendía fundar. Las escasas descripciones topográficas que nos ha legado esa literatura social parecieran más bien reflejar, con pocas excepciones, preocupaciones estéticas, religiosas o esotéricas; un hecho doblemente sorprendente y contradictorio con su matriz inicial si se considera que el patriarca Hipodamos fue un urbanista de la época de Pericles que --inspirándose en aislados antecedentes babilónicos y egipcios-- formalizó y dio concreción a la ciudad-utopía en su propia Mileto y en Turios, el Pireo y Rodas, legando a la cultura occidental no sólo una abstracta e imaginada concepción de nueva pólis (cosa que también hizo, y que no gustó a Aristóteles) sino su terrenal asentamiento bajo forma de un concretísimo y muy ortogonal plano cuadriculado o "trazado hipodámico", ese damero todo abierto y sin impasses que España popularizaría luego en las Américas; una planta urbana que sí se proponía deliberadamente representar, prefigurar e inducir en sus habitantes los grandes ideales helenos de la racionalidad, la democracia y la concordia ciudadana.
Como insisten los manuales de Filosofía e inmortalizó Rafael en su Escuela de Atenas, Platón no se ocupó más de la cuenta de las concreciones y materializaciones de la Idea.
No dejó casi indicaciones urbanísticas ni arquitecturales de la ciudad que encarnaría su nueva y complicada República "ni muy pequeña ni muy grande" (Rep. 423,c) dividida en doce partes con 5040 lotes de tierra en propiedad, 37 guardianes de la ley, 12 pritanes y cofradías de 360 habitantes, a no ser la muy apretada descripción administrativa, unas veinte líneas, de Las Leyes (745,b). Casi nada igualmente en San Agustín, ni en Thomas Moro padre del término Utopía, quien tuvo el acierto, aún sin ser el primero de la serie (Evemero, en el siglo III a.C., ya había inventado Pancaya, una isla imaginaria) de ubicar prudentemente Amaurot, su ciudad ideal, en una menos contaminable y mejor gobernable isla, con 54 pueblos cada uno de 4 barrios y abundantes jardines donde la gente se sienta a comer junta; ni en Francis Bacon, cuya Nueva Atlántida también es ubicada en una isla, Bensalem, donde se reedita un gobierno platónico de sabios, pero esta vez científicos y tecnócratas. También La Ciudad del Sol, de Tomás Campanella, está asentada en una isla imaginaria, Taprobana, con una teocracia fuertemente comunista (sus escasos y obscuros detalles urbanísticos hablan de un enorme templo central sobre una montaña, con siete anillos y cuatro puertas), y lo mismo dígase de la Christianopolis de Andrea, rosacruz y único utopista alemán, ubicada en la inexistente isla de Capharsalama, un minúsculo y ordenadísimo poblado igualmente teocráticocomunista de 400 habitantes, de una sola vía central y una sola plaza, en que todo detalle de vida está predispuesto por la autoridad y faltar a la castidad es crimen gravísimo. En el siglo XIX, que acumula los dos tercios de todas las utopías publicadas (Mumford), se esboza un retorno "hipodámico" al tejido urbano y su importancia social. El demasiado célebre Nouveau Monde de Charles Fourier (con falansterios de 1500 habitantes repartidos en 16 tribus y 32 edificios) es tal vez la última obra utópica barroca, de una minuciosidad y un sobrecargado enfermizos cuya lectura muy pocos lectores soportarían hoy. Pero faltaban sólo veinte años para que el extravagante inglés James Buckingham publicase en 1849 su National Evils... como un Plan of a model town, una obra en que la ingeniería social vuelve a sentir la necesidad del urbanista, dando vida a un proyecto de poblado de 10.000 habitantes, simétrico y sumergido en jardines.
Tras una nueva isla, la Spensonia de Thomas Spence, una nueva sociedad comunista, la Freeland de Theodor Hertzka, y la utopía anarquista absoluta del Humanisferio de Joseph Déjacque (que llega a suprimir, inter alia, la familia y la remuneración por el trabajo), el imponente fenómeno del "icarismo" del comunistademocrático francés Etienne Cabet (autor de la obra utópica Viaje en Icaria) llena casi medio siglo de historia, con reiterados intentos de fundar colonias icarianas en varias regiones norteamericanas. Cabet, faro del socialismo utópico, pudiera considerarse el Hipodamos del siglo XIX: soñó fraguar su utopía social en una metrópolis pensada por urbanistas "que escogieran entre miles de planes el modelo más perfecto, concibiendo una ciudad más bella de todas las que la precedieron; eso será Icaria".
En 1888 publica E. Bellamy la primera gran utopía socialista americana, Looking Backward, (una obra de enorme repercusión que pregona la entrega de la entera economía al pueblo, exalta la organización industrial perfecta, aboga por la nacionalización de todos los servicios públicos y elimina la propiedad privada, asegurando un ingreso fijo de 4.000 dólares a cada ciudadano); pese a sus abstractos ideales de garden city y a sus referencias a uno que otro edificio futurista (en las que se cree pudo inspirarse King Gillette, el padre de la hojilla, para su faraónica y nonata utopía urbana Metrópolis) la obra no hereda en absoluto el ímpetu urbanista de Cabet, como tampoco lo heredaría News from Nowhere de W. Morris, un retorno nostálgico a una medieval Arcadia, sin dinero ni propiedad privada, toda alegría, arte y vida bucólica, desprovista de referentes urbanísticos pero dudosa olla podrida arquitectónica de "blancos edificios que sintetizan lo mejor del gótico, del mudéjar y del bizantino, con una torre octogonal análoga al Baptisterio de Florencia".
* * * Cuando Diego de Losada funda o refunda Caracas, aún faltaban cinco años para que Felipe II promulgase en 1573 su Plan de Ordenamiento Urbano para las Indias. La España imperial nada dejaba al azar ni para mañana: de las Capitulaciones de Santa Fe de Granada de abril de 1492, aseguran los historiadores, ya se desprende una suerte de Organización Territorial Colombina ante litteram, a la que siguieron tres muy formales: la que se conoce como Organización Urbana Ovandina de fray Nicolás de Ovando gobernador de Santo Domingo de 1502, el Códice Mendocino del primer virrey de Nueva España de 1541, y el citado Plan de 1573. Dentro de cada uno de esos incunables de la protohistoria americana, y por diferentes entregas, vino Hipodamos a las Américas. Como otras tantas ciudades y capitales de esta parte del mundo, Caracas nació con un trazado ortogonal milesio aún antes de que Felipe II ordenara que así fuesen todas, "a eje y cordel", trazado que permaneció inalterado hasta comienzos del siglo XX.
Luego llegó el petróleo. En 1914 revienta Zumaque 1 dando inicio a incontables cambios y al boom urbanístico. De esa fecha a hoy la población de Venezuela se ha multiplicado por once, pero la de su capital por cuarenta ("Tan altos son sus edificios / que ya no se ve nada de mi infancia", Eugenio Montejo). Surgen las primeras expansiones capitalinas (el Paraíso, San Agustín del Norte, el Silencio, la Florida, San Bernardino) de trazados más libres pero aún suficiente y armoniosamente intercomunicadas con el viejo casco colonial. Luego, y tras archivar el Plan Rotival de 1939, por proterva obra mancomunada de urbanistas improvisados o francamente ignorantes, nuevos ricos, especuladores, falsas concepciones de la privacidad o simple mal gusto, insensibilidad ciudadana y culposas irresponsabilidades de ministerios, planificadores e ingenierías municipales, Caracas comienza a descoserse en una suerte de involución perversa de ciudad a no-ciudad, a desmembrar masivamente su tejido orgánico desdibujando así el perfil del caraqueño como ciudadano integrado. Las viejas haciendas agrícolas del valle de Caracas, separadas una de otra por algún accidente topográfico, generalmente una modesta quebrada, se desforestan y desfiguran orográficamente, se embaúlan o aplanan quebradas y se urbanizan una tras otra sin responder a nadie de su inserción en el tejido urbano general, cuidándose de no salirse de los viejos linderos para evitar conectarse con las haciendas colindantes urbanizadas o por urbanizar, inventando modelos de calles, aceras o alumbrado que ninguna autoridad ha homologado, convirtiendo muchas fronteras interurbanización en tierra de nadie que pronto ocuparían basureros y rancheríos.
Añádase a lo que antecede lo siguiente: en enero de 2010 un especialista calculó en 281 kilómetros el déficit de vías necesarias para fluidificar el tránsito capitalino, a saber, para acercarse al 25% deseable de espacios públicos; otros señalaron que su red vial actual, con cero crecimiento en los últimos diez años frente a un incremento interanual del 15% del parque automotor y una reducción del 75% en la expansión de la metropolitana, le generaba a Caracas una pérdida diaria de diez millones de horas-hombre.
Ilustración:
El trazado hipodémico de Caracas, en los siglos XVII y XIX CORTESÍA ANTONIO PASQUALI
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