martes, 31 de agosto de 2010
oz en escena
EL NACIONAL - Lunes 23 de Agosto de 2010 Opinión/7
Libros: Amos Oz
NELSON RIVERA
He temido sentarme a escribir esta nota, temido traicionar la triste, sedimentada e íntima belleza que reposa en Escenas de la vida rural (Ediciones Siruela, España, 2010): ese silencio que Amos Oz ha volcado como aire y aliento, pero también como pátina de las cosas y de los días; el derrumbe irreversible y sin premura que tiene lugar en un pueblo imaginario de Israel llamado Tel Ilán; la presencia recurrente o sorpresiva de asuntos pendientes que son esenciales a los hombres y mujeres que allí viven.
Temo decir que estas páginas están pobladas de seres solitarios y que la frase distorsione la sobriedad, la persistente recurrencia de las rutinas, el orden y la lucha sin trucos en la que viven estos personajes (que, por momentos, me han recordado a los hombres y las mujeres que habitan en los relatos de Anton Chejov). La soledad de cada uno no proviene únicamente del interior de cada quien, también está entrelazada al tiempo que vivimos.
Dice el narrador en uno de los relatos: "Se habían acabado los días en que las personas, al menos algunas, al menos de vez en cuando, aún se amaban o se apreciaban sin hacer todo tipo de cálculos.
En estos nuevos tiempos todos sin excepción, repetía el anciano una y otra vez a su hija, todos traman algo.
Hoy todo el mundo busca arrebatar algunas migajas de la mesa del prójimo. Nadie, eso le ha enseñado su larga vida llena de decepciones, nadie llama a tu puerta si no es para sacar algún provecho, para obtener algún beneficio o para sacar una ventaja. Hoy todo se hace de forma calculada, y casi siempre con un cálculo abyecto".
Como si fuera un signo de la vida en Tel Ilán, Oz incorpora elementos en unos y otros relatos: aquí aparece fugazmente un personaje que será el protagonista en otra historia; aquí y allá alguien estudia la oposición entre urbano y rural; aquí y allá alguien compara un cuello flácido con el buche de un pavo; aquí y allá un silencio espeso se posa sobre casas, jardines, calles y campos, mientras el viento trae el aullido lejano de un perro salvaje. Aquí y allá, una y otra vez, el gran maestro del oficio de narrar que es Oz, nos coloca, sin estrépitos ni alharacas, ante los dilemas últimos de unos seres que uno siente próximos y remotos a un mismo tiempo.
Hay libros que no finalizan, que no se marchan nunca.
Entre ellos no comparten un modo de quedarse. Al contrario: si es cierto que una de las predilecciones de la memoria es lo peculiar, entonces cada libro que se acomoda en nuestro espíritu lo hace con movimientos propios, con sus inequívocos presagios, llamados e incitaciones. Esto es lo que he sentido: que estas Escenas de la vida rural son inextinguibles. Que vinieron para perdurar.
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