Caldera-Betancourt:
adicionales coincidencias
Luis
Barragán
Imprevistamente,
días atrás, tuvimos ocasión de participar en un foro que versó sobre la
relación política entre Rafael Caldera y Rómulo Betancourt, compartido el panel
con Gehard Cartay y Carlos Canache Mata, por la feliz y persistente iniciativa de
Sara Lizarraga. De interés estrictamente
histórico, ventiladas las coincidencias y discrepancias, constituyó un
magnífico y, por cierto, muy concurrido evento para propiciar la reflexión que
estos tiempos imponen. Sin embargo, faltando tiempo para considerarlos, aunque
hubo que extenderlo, nos permitimos adicionalmente citar dos aspectos que, por
obvios, paradójicamente pasan de largo.
Por
una parte, ambos líderes fueron no sólo conocidos por el país a muy temprana
edad, sino que a Caldera y a Betancourt se les pidió cuenta también por
aquellos hechos y opiniones que protagonizaron y esgrimieron siendo todavía un
par de mozalbetes. Dirigentes estudiantiles, en proceso de formación política,
debieron asumir la responsabilidad de lo hecho y de lo dicho aún cincuenta años
después.
Versamos
sobre una situación contrastante con la de los elencos que gobernaron y
gobiernan en el siglo XXI, porque - quizá con las excepciones solitarias de Luis Miquilena o José Vicente
Rangel – nadie tenía la remota idea de las trayectorias políticas y personales
de los arribantes al poder, por cierto, deseosos de continuar enjugando sus
privilegios, y quienes - mucho menos -
están dispuestos a satisfacer la curiosidad por algún lejano acto del
que se tenga noticia. Al inaugurarse la
centuria, comenzando por Chávez Frías,
proseguida la tradición por Maduro Moros, representaron la venturosa cara nueva
por la que tanto clamó la antipolítica y que, ejemplificándola, forzó la publicación del Libro [SIC] Azul que
alguna distancia tiene con la biografía de Andrés Bello y las editoriales de la
UNE o la de Cecilio Acosta y las cartas a los “hermanitos” desde el exilio, por
no citar la Ley del Trabajo y el Plan de Barranquilla.
Por
otra parte, apuntemos al cultivo del lenguaje desde el campo político y el
estrictamente académico. Los neologismos surgieron por una imperiosa necesidad
expresiva que, a la postre, halló cupo en el Diccionario de la Lengua Española,
como los términos “millardo” y “hampoducto”.
Nunca
imaginó Angel Rosenblat que el lenguaje escatológico tendría por ancho y cómodo
señorío la jefatura del Estado, como ha ocurrido en más de década y media,
diciéndose injustamente representativo del apreciado por la media de los
venezolanos. Peor que la deliberada procacidad,
cuando a los gobernantes de turno se
les antojó y antoja el correcto uso del idioma, simplemente delatan una
crasa ignorancia que el extinto
mandatario pretendió – faltando poco – justificar, como el tristemente
recordado vocablo “adquerer” con el que aleccionó a los escolares.
No
abrigamos una versión paradisíaca de la relación entre Caldera y Betancourt,
pero lo cierto es que, objetivamente, generó valores que no podemos desestimar,
susceptible de la más rigurosa investigación histórica. Y, aún cuando quisiese subestimarse en los
ámbitos aludidos, por lo menos, es dado reconocer que esa relación despuntó
entre las muchas que dibujaron una provechosa complejidad del fenómeno político
que, lamentablemente, el todavía novísimo siglo no repite y – menos - mejora.
Fotografía:
Rómulo Betancourt toma posesión del poder, en 1959.
11/07/2016
http://www.radiowebinformativa.com/opinion/caldera-betancourt-adicionales-coincidencias/
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