De aquella y esta guerra civil
Luis Barragán
Entre el 17 y 18 de julio de
1936, Francisco Franco iniciaba el alzamiento desde Melilla que, pocos años más
tarde, daba al traste con la república peninsular que transitó una pavorosa y
confusa guerra entre hermanos. Un saldo dramático de muertos y familias
transterradas, explicó la radical pugna de los extremos, liquidando un proyecto
reformista harto comprobado (por ejemplo, véase el lúcido trabajo de Josep
Fontana, “La II República: un proyecto reformista para España”, en Sistema.
Revista de Ciencias Sociales, nr. 154 de 01/2000, Madrid).
De una abundante historiografía
que no cesa, pueden abonarse numerosas interpretaciones e impresiones en este
lado del mundo. Por lo pronto, invocaremos tres que conciernen a la Venezuela
de estos tiempos.
De un lado, la banalización de la
guerra civil, pues, haciéndola, los ibéricos la creyeron al principio de una
brevedad que autorizó la apuesta. Maduro Moros, como su antecesor, nos ha
amenazado con ella, aunque la creemos en pleno desarrollo, sometidos a una
diaria e intensa violencia callejera y
al hambre que ha generado, en la que es el gobierno el único sector armado para
librarla contra el resto de los venezolanos.
Del otro, los integrantes y promotores de la Junta de
Burgos, nunca se imaginaron en el cadalzo de un golpe de Estado por etapas,
como lo fraguó y logró el gallego para quedarse en el poder hasta la muerte,
legando un país atrasado. Acá no estamos exentos de aquella sentencia popular
que versa sobre la ganancia de pescadores en ríos revueltos, sobrando los
comentarios.
Finalmente, el fanatismo pasó
factura en ambos bandos peninsulares.
Sin embargo, insistimos que casos como los de Manuel Azaña o Andreu
Nin, pueden ser todavía útiles para algún
dirigente venezolano que nos crea en una divertida etapa de nuestra historia.
18/07/2016
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