De
una crisis artificial de Estado
Luis
Barragán
Ridícula
paradoja de nuestra contemporaneidad, los pecaminosos propulsores de las
intentonas de 1992, luego – enfermizamente -
endilgan el grave pecado a los demás. Hoy, no existe opinión, gesto o
escaramuza adversa que no la califiquen de golpista, aún cuando ellos propicien
las condiciones y produzcan los hechos que sus leguleyos remendarán como la más
prístina expresión del Estado de Derecho.
Excepto
los consabidos eventos de abril de 2002, el régimen está muy lejos de afrontar
las situaciones duras y extremas que soportó la renaciente democracia
venezolana en los años sesenta del XX. Eventos sobre los cuales, por cierto,
pesan fuertes sospechas y una ya sempiterna duda razonable, porque jamás se ha
conocido íntegramente la verdad, como siempre la deseamos los venezolanos y que
autorizan, por ejemplo, a un destacado politólogo mexicano, como César Cansino,
en el prólogo a una obra del merideño José Antonio Rivas Leone, a sugerir la
prefabricación de un complot que pronto conviertió al victimario en víctima.
Fueron
numerosos los hechos sangrientos a los que tuvieron que responder aquellos
gobiernos que insistieron en medirse electoral y puntualmente, provenientes de
la derecha e izquierda, sombrosamente confluyentes en varias oportunidades, que
mojarían los pantalones de los actuales gobernantes, los mismos que cegaron la
vida de cuarenta y tantos jóvenes, civiles y desarmados, por 2014. Por citar el caso más benigno, no imaginamos
a Maduro Moros lidiando con una invasión como la de Jesús María Castro León por
el Táchira en abril de 1960, cuando ya
se había alzado como ministro de la Defensa en julio de 1958.
Ocurre
que, convenientemente banalizado el golpe de Estado y su propia tentativa, la
invocación misma – doctrinaria y práctica – de la vigente Constitución de la
República, se convierte en una magna conspiración para la ocasión. Y, por
supuesto, reductio ad absurdum, la crisis de gobierno derivada naturalmente de
las realidades que impetuosamente cursan, intenta solventarse a través de una
crisis de Estado, convertida la política en un riesgoso y morboso malabarismo.
Crisis
artificial, pues, pretendiendo aislar a la Asamblea Nacional con motivo de los
actos que son de Estado, como los del 5 de julio, una fecha nada secundaria,
ordenando a la Fuerza Armada una exclusiva escenificación junto al mandatario
revocable, nos conduce a una
caricaturización de la misma crisis. Insólita trampa, urdida desesperadamente –
la otra
paradoja – por quienes fueron constituyentes de 1999, hoy es necesario
aseverar que no hay crisis alguna de Estado, real y palpable, aunque el malabar
irresponsable pueda conducir a ella.
Fotografía: Invertida hacia la derecha, tomada de: http://motor.atresmedia.com/novedades/noticias/montana-rusa-ferrari-land-port-aventura/
11/07/2016
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