El
chavismo es un Ovni dentro de la tradición democrática venezolana
6
Julio, 2016
Enrique
Meléndez / especial Noticiero Digital / 6 jul 2016.-El diputado Luis Barragán
(Vente Venezuela) afirmó que la elación que tuvieron Rómulo Betancourt y Rafael
Caldera permitió que el país aprendiera el lenguaje del entendimiento, de la
tolerancia y del respeto hacia el adversario político – lenguaje que se perdió
desde mediados de los años 90 hasta nuestros días.La afirmación la hizo en un
foro organizado para celebrar el centenario del doctor Rafael Caldera.
Inició
su intervención recordando que nuestra historia republicana tiene más de 150
años de guerra y escaramuzas civiles que contrastan con las décadas, que
después de tanto esfuerzo y tanto sacrificio, los venezolanos inauguramos a
partir de 1958.
“No
era fácil superar esta larga tradición de desencuentros, de violencia y de
agresión, como características esenciales de la vida política venezolana, y a
partir de 1958 los venezolanos conocemos y profundizamos en una experiencia
distinta de las luchas cívicas; una experiencia, un estilo, una manera de ver
el mundo y las cosas; que contrastan con lo que fuimos en una buena parte del
siglo XX, y desde luego, desde que fuimos República en el siglo XIX”.
Admitió
como obvio que hubo violencia y rivalidades muy enconadas en el trienio adeco;
cosa que se comprueba leyendo las actas de los diarios de debates de la
Asamblea Nacional Constituyente de 1946 y del Congreso Nacional, donde se nota
sobre todo en el lenguaje, cuán lejos llegaba la diferencia entre AD y Copei y,
especialmente, entre Rafael Caldera y la junta de gobierno de aquel entonces.
“Hay
argumentos, hay profundidad de planteamientos, hay un respeto básico,
elemental, fundamental; pero las vísperas de noviembre de 1948 los debates
parlamentarios fueron muy enconados y difíciles, incluso, uno se imagina cuál
fue el ambiente por aquel entonces en el Capitolio Federal”.
Barragán
dijo que tampoco iba a ser fácil para el transcurrir de la naciente democracia
representativa; una vez depuesto el régimen de Pérez Jiménez, ya que era muy
difícil borrar de la noche a la mañana todas esas rivalidades del trienio del
45 al 48; de la misma manera se pensó lo intragable que sería una presidencia
de Rómulo Betancourt a partir de 1959. Por eso, pocos apostaban por la
convivencia de los dos líderes, pero ocurrió, inaugurando una nueva cultura
política en Venezuela que mostró, con una distinta pedagogía, lo que se podía
hacer los venezolanos al convivir pacífica, tolerante y respetuosamente.
“Ese
entendimiento de Rafael Caldera y Rómulo Betancourt tuvo consecuencias
importantes y, por lo general inadvertidas en el país; marcó una pauta, una
manera distinta de hacer las cosas. No significaba ponerse de acuerdo detrás de
bastidores y pasarle por encima a las instituciones, sino que se trataba de
llegar a un acuerdo, y emplear sus canales institucionales para darle visibilidad,
voz, carne y hueso a esa experiencia democrática”.
Dijo
que había una Venezuela caracterizada por manejar las diferencias desde el
ángulo del desencuentro personal; mas no político, una Venezuela donde las
luchas violentas, agresivas, constituían la norma y que fue rota por este
progresivo o cada vez más acelerado entendimiento entre las figuras
fundamentales de la democracia naciente; que, por supuesto, aquéllos que
apostaban por la violencia en una dirección u otra resultaron sorprendidos por esta
modalidad distinta de hacer política en el país.
“Recordamos
que antes del acuerdo del Pacto de Punto Fijo; creo que contemporáneo al
advenimiento obrero-patronal, ya las juventudes políticas, reflejando la línea
política de los principales partidos venezolanos, no sólo la representada por
la Juventud Revolucionaria Copeyana que dirigía José de la Cruz Fuentes, sino
también por la de AD, que dirigía Gumersindo Rodríguez, por la Juventud
Comunista, que dirigía Héctor Rodríguez Bauza; la de Vanguardia Juvenil
Urredista, que dirigía Víctor José Ochoa, habían suscrito un acuerdo donde
llamaban a minimizar el canibalismo político; las intrigas interpartidistas y
la violencia de calle entre partidos que sostenían las banderas democráticas”.
Hizo
ver que esto quizás a nosotros nos parezca demasiado obvio; pero que para aquel
entonces constituía toda una novedad; que allí también hubo un ejercicio
pedagógico de la otrora Junta Patriótica pero que lo fundamental siguió siendo
marcar una pauta distinta y llevar el conflicto existencial a lo que Juan
Carlos Rey llama el conflicto agonal: no se era enemigo político sino
adversario.
“Todo
esto se sostuvo alrededor de cuatro décadas, incluso, para quienes atentaban
contra esa experiencia democrática; como fueron los golpistas de derecha y los
subversivos de la izquierda; que el mismo Domingo Alberto Rangel consideraba
que eso no fue nunca una guerra de guerrillas, conceptualmente; pues nunca
alcanzó el calibre y la importancia de una guerra de guerrillas de acuerdo a la
teoría concebida por Mao Tse Tung, y, luego, mal desarrollada por Ernesto
Guevara, a través del foquismo”.
Recordó
Barragán que para defender el naciente sistema democrático hubo que tomar
medidas fuertes; iniciativas muy duras porque no se trataba sólo del episodio
del tren de El Encanto, sino que cuando uno revisa la prensa de la época se
sorprende de cómo la violencia se había generalizada; ya que no era guerra de
guerrillas sino que eran actos terroristas; que Caracas por noviembre de 1963
fue regada de tachuelas; en cualquier lado había personas que disparaban a
mansalva; tratando de generar el caos para sabotear el proceso electoral de ese
año.
Agregó
que esas acciones modelaron de tal forma el sistema que, años más tarde, los
movimientos perezjimeniztas lograron un cupo parlamentario así como un cupo en
las municipalidades; habiendo patrocinado, no obstante, al principio de la
década de 1960 de una manera u otra estos golpes de Estado, directa o
indirectamente; promoviendo esta situación de desestabilización y de
conspiración en el seno de las fuerzas armadas.
Barragán
recordó el episodio del general Jesús María Castro León cuando intenta la
invasión de los sesenta el 22 de julio de 1958, en un afán por alzarse como
ministro de la Defensa, y toma el liceo Simón Bolívar de San Cristóbal
(Táchira); pero, además, que al lado de estas situaciones también está el
movimiento subversivo; sólo que, al mismo tiempo, bajo el gobierno de Raúl
Leoni se toman las primeras medidas para el proceso de pacificación, medidas
que quedan encauzadas como toda una política de Estado en el primer gobierno de
Caldera.
Barragán
pinta la fase presente al momento de llegar Caldera al poder; por un lado
presiones militares, que denominó “la conspiración desde La Planicie”, donde
quedaba el ministerio de la Defensa y esto porque se decía que el entonces
ministro de la Defensa, Martín García Villasmil, lo estaba haciendo; por otro
lado, corrientes rezagadas de la subversión que tomaron por atajo el movimiento
de renovación universitaria, en especial, porque el MIR cifraba aún sus
esperanzas de reiniciar el camino de la guerra de guerrillas a partir del
movimiento estudianti – que también tuvo que enfrentar también Caldera.
“Pero
es que tampoco los perezjimeniztas habían quedado conformes, sino que también
pensaban que a la vuelta de la esquina estaba el poder, y que no se le había
reconocido el número de parlamentarios que lograron por esos fenómenos tan
extraños que se presentan como si se tratara de Ovnis”.
A
ese respecto, recordó un intento de sabotaje a una sesión del antiguo Congreso
Nacional que llevó a cabo un grupo de perezjimeniztas que logró infiltrarse en
el palco del hemiciclo, y a la cual le hizo frente el entonces senador Vicente
Emilio Sojo – y recordó al mastro Inocente Carreño, autor del himno de Acción
Democrática – de modo que, a su parecer, los primeros años del gobierno de
Caldera no fueron una cosa fácil.
“No
obstante, logró desarrollar una política de pacificación. El país aprendió otro
lenguaje de entendimiento, de comprensión, de tolerancia y de respeto. Esto es
un aporte fundamental en la relación de Caldera con Rómulo Betancourt, y el
cual debemos valorar y reivindicar”.
Seguidamente,
dijo que lamentablemente ese lenguaje no se mantuvo, que marchamos al revés, se
produjo un desaprendizaje, sobre todo, a partir de mediados de la década de
1990 cuando irrumpe la antipolítica feroz y profunda, que es lo que permite la
llegada de Chávez al poder.
Abordó
el tema del fenómeno del chavismo al que también calificó de Ovni de la
tradición histórica venezolana, rara especie que de pronto se manifiesta; pues,
a su modo de ver, esa manera de hacer política se revirtió con su irrupción, al
punto de que las diferencias políticas se convirtieron en enconadas, dramáticas
e injustas diferencias personales; atizadas, asimismo, desde el propio gobierno
de Hugo Chávez desde donde se les prohibía a los parlamentarios contemporizar
con sus homólogos de la oposición, y, por esta vía, reflexionó en torno a la
tarea que tendrían por delante las nuevas generaciones de dirigentes políticos,
a propósito del rescate de esa ética perdida.
Este
punto, según sus palabras, le permitió referirse a otro ámbito de cosas, con
motivo de las coincidencias entre Rafael Caldera y Rómulo Betancourt, y que era
el relativo a la política petrolera; pues, a su juicio, así como había una
violencia política de calle, también había una violencia política del petróleo,
y esto, porque quien defendiese una determinada política petrolera, entonces podía
ser acusado de vende patria, de traidor.
Ilustró
su exposición trayendo a colación el caso de dos artículos que se publican en
la década de 1960 en la prensa nacional; el uno firmado por Arturo Uslar
Pietri, y quien aupaba un régimen de concesiones petroleras; el otro por Juan
Nuño, entonces un intelectual marxista, incluso, fidelista, quien era
partidario de la estatización inmediata de la industria petrolera.
Admitió
Barragán que al final por este camino de la nacionalización se marchó, teniendo
presente que éste formaba parte del criterio de Betancourt y Caldera en materia
de política petrolera, es decir, de no otorgar más concesiones, y marchar hacia
una estatización de la industria, sólo que en una forma gradual y pacífica, y,
en ese sentido, se paseó por el escenario que dio lugar la discusión y
aprobación de la ley de nacionalización petrolera a mediados de la década de
1970; las famosas manifestaciones estudiantiles que salían a las calles para
protestar por el artículo 5, donde se le permitía al Estado la creación de
empresas mixtas, pues los manifestantes querían que toda la industria fuera
estatal.
Al
reparar en lo que fue la política petrolera que llevaron a cabo los gobiernos
durante los cuarenta años de la República civil, no dudó en calificarla de
exitosa, sobre todo, porque los partidos políticos auspiciaron los técnicos
especialistas en materia de hidrocarburos, como fue el caso de Juan Pablo Pérez
Alfonso, Arturo Hernández Grisanti, Hugo Pérez La Salvia, Humberto Calderón
Berti, Leonardo Montiel Ortega, Alvaro Silva Calderón, y que esto significó que
el tema petrolero lo condujera gente entendida en la materia, a diferencia de
la forma como ha procedido el gobierno de Hugo Chávez que se ha caracterizado
más bien por la improvisación, y el desprecio por la meritocracia.
Para
finalizar tocó el tema del papel que ejecutaron tanto Caldera como Betancourt
en su condición de comandantes en jefe de las fuerzas armadas, y que, a su modo
de ver, se cumplió en circunstancias y coyunturas diferentes, y que a pesar de
eso la institución armada sentía respeto por sus respectivas personas; cuestión
que le pareció que no se cumplía bajo el gobierno de Chávez; partiendo del
hecho de que Chávez era un oficial que, por ejemplo, no había aprobado el curso
de estado mayor, etcétera; sólo que a cambio de eso Chávez había visto en la
renta petrolera un recurso para ganarse ese supuesto respeto, para entregar
prebendas.
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