Luis Barragán
Los voceros calificados del gobierno, suelen burlarse de los venezolanos al calificar de “felices” las largas colas que realizan para obtener algún insumo vital – si lo hay - en clara e injusta competencia con las mafias que las dominan. Intentando algún argumento concreto, inventan una que otra maniobra opositora al saber, por una parte, insuficiente la tal guerra económica, y, paradójicamente, ridiculizar, por otra, a los servicios de contra-inteligencia que todos saben muy avispados y bien proveídos.
La conducta del declarante oficial se explica por los privilegios con los que cuenta, pues, no tiene problemas para alimentarse ni medicarse, transitar las calles con sendos guardaespaldas en un vehículo inexpugnable, y – además – viajar al exterior y volver con una vestimenta que reafirma tan importante estatus de vida. Por supuesto, profundizado el deterioro, cada vez más se achican los elencos del poder, pugnando por una supervivencia que pasa por el presupuesto público nacional, y – en consecuencia – ya se deja al intemperie a la burocracia media que prefiere callar y, en espera de una oportunidad, desertar a tiempo ante cualquier eventualidad revocatoria, con las maletas hechas.
Recordamos, al iniciar la universidad, aquél primer trabajo que encomendó la profesora María Elena Fernández: la crónica social reportaba el festejo cumpleañero de las mascotas de una acaudalada familia que contrastaba con la situación de pobreza de miles de venezolanos en medio de la bonanza petrolera. Cierto, pero la inmoral reminiscencia – ahora – nos convence que el poder y los factores que, generosamente retribuidos, le contribuyen, era capaz de exhibirse y hasta excederse porque la situación no era tan calamitosa, había que parecer – además de ser – poder o, en última instancia, hubo un determinado equilibrio que así lo autorizaba: hoy, palpablemente la situación es trágica, parecer importará más que ser de sortear el revocatorio y ni siquiera existen estadísticas socio-económicas confiables.
Precisamente, la crónica social – desaparecida también como una fuente especializada – exponía a justos y pecadores a la curiosidad pública y, en los estratos más modestos, prosperaba la aspiración de que una fiesta hogareña, siempre posible de hacer, por la graduación universitaria o el matrimonio del vástago, apareciera un buen día en las páginas suscritas por algún famoso reportero que, además, por sus relaciones y modales, se asimilaba o decía asimilarse a la nobleza criolla. Convengamos, no había temor a exhibir el lujo de las grandes casas, con su mobiliario, obras de arte y hasta cubertería, ya que resultaba impensable una candidatura para el frecuente secuestro de dueños e invitados o el hurto masivo de piezas que los enorgullecía; pero tampoco hubo la preocupación de los personeros oficiales – en dictadura o en democracia – para ocultar aquellas celebraciones, agasajos o “saraos” que, de un modo u otro, se hacía en cada hogar venezolano, aún en los confines rurales que, por lo menos, sostenía el cultivo de algún rubro.
Existen testimonios de fabulosos festejos de las grandes figuras del gobierno y sus asociados que procuran mantenerse en un secreto absoluto, reprimiendo la posible revelación de quienes literalmente los sirvieron. Sin embargo, por más que intenten esconderse, como nunca antes a los miembros de un gobierno se les ocurría, siendo humanamente comprensible la celebración del onomástico o del cumpleaños, siempre se cuela la vanidad del banquete gubernamental que no repara en un país atormentado por la crisis humanitaria que produjo, donde sobra la delincuencia, faltando el alimento y la medicina, imposibilitándose viajar dentro o fuera del territorio nacional para tratar una urgencia médica, y paremos de contar.
01/08/2016
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