De una vitrina rota
Luis Barragán
La Venezuela petrolera también encontró en Caracas, la que está de aniversario de su fundación española, su mejor síntesis. Del enjambre de calles angostas, aldea lacónica y parturienta de guerras civiles, pasó a la metrópoli aparentemente indetenible de asfaltados promisorios, edificaciones vistosas y peatones veleidosos: mudarse a la ciudad capital constituyó la mejor apuesta por el futuro.
Bastó el completo desarrollo del socialismo rentístico para romper con la otrora vitrina, inmunes sus burócratas frente a la legítima queja de los habitantes que ya no sueñan con volver al terruño interiorano de sus ascendientes, sino cruzar las fronteras disponibles para – simplemente – sobrevivir bajo otro sol. Una mezcla antes impensable de violencia, precariedad, subconsumo y desesperación, anuncia la urbe del fracasado siglo XXI que todavía reza por el ascenso del precio petrolero, como si el descenso fuese culpable del marasmo: fuimos país con uno, siete, veinte o cincuenta dólares por barril o, por cierto, sin él.
Sobran los ejemplos de una ciudad que estalla diariamente, pudiendo explicarse por la Cota 905, la Torre de David o el mismo Palacio de Miraflores del que nadie – fuera de sus ocupantes – sabe en qué condiciones se encuentra, pues, el perímetro no es nada alentador. En un recodo de la avenida Libertador está una muestra del grafitero profesional, al que le pagan por plagar de sandeces los muros de la aldea a la que volvemos, mirándonos – asombrosamente – Stalin en medio del basurero que le sirve de altar, al pie de un edificio de la Misión Vivienda; el edificio La Francia, bulliciosa y ociosamente expropiado años atrás, quedó como atril de la decolorada insignia del partido gobernante; o la vieja sede de la Corte Suprema de Justicia, en remodelación interesada por más de dos o tres años, mas no restauración, ilustran las heridas de una Caracas entristecida, la que se refugia temprano en casa, temerosa, deprimida.
Además, nada casual, con el alcalde mayor – Antonio Ledezma – preso por los caprichos de un régimen que, en su peor acepción, ha ruralizado lo que queda de ciudad, contentándole; y con el alcalde menor y el tal jefe de gobierno del Distrito Capital, más los jefes de las zonas de seguridad militar, dibujando la vida dizque institucional del asiento principal de los poderes públicos. Una pésima caricatura de la extenuación de un Estado no constitucional que engulle a la población, condenándola a la dramática supervivencia de cada día.
Por cierto, la Caracas de un cronista oficial anónimo, la que no siempre fue sucursal segura del hampa. Afortunadamente, las redes sociales permiten conocer lo que fue, gracias a la novísima crónica que digitalmente multiplica la curiosidad por el pasado que aguijonea incansable por un diferente porvenir, pero ¿hasta cuándo será posible cultivar la inquietud?
25/07/2016
http://www.opinionynoticias.com/opinionpolitica/27073-de-una-vitrina-rota
http://www.radiowebinformativa.com/opinion/de-una-vitrina-rota-luisbarraganj/
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