Sencillez y complejidad
institucional
Luis Barragán
Contamos por centenares los
ministros y viceministros que han ejercido por más de década y media, en una
constante y enfermiza redefinición, acomodo y reacomodo, fusión y confusión de
competencias, facultades, atribuciones y potestades que atentan contra la más
elemental noción y convicción planificadora. Obviamente, el presupuesto público
anual sufre el inmediato impacto que, por cierto, imposibilita cada vez más la
debida salvaguarda del patrimonio público.
El siglo XX supo de un número
modesto de despachos ejecutivos que, además, con prestigio y tradición como el
de Fomento, Obras Públicas, Sanidad y Asistencia Social o Agricultura y Cría,
atendieron los múltiples y agudos problemas convincentemente, sin necesidad de
una prolija ramificación burocrática, evitando la duplicidad de funciones
definitivamente ya desbordada desde mediados del decenio anterior. E, incluso,
agravando la responsabilidad contraída, el presidente de la República atendía
los más variados asuntos de gobierno y de Estado, sin necesidad de un
vicepresidente ejecutivo o de un primer ministro, celebrando con puntualidad
las sesiones y deliberaciones de un gabinete – dato importante – responsable de
sus actos ante el parlamento y la opinión pública, más de las veces combativos.
Concediéndole al titular un
ministerio sin cartera, desde los años setenta, por ejemplo, la Oficina Central de Coordinación y
Planificación de la Presidencia de la República (Cordiplan), creada en 1958,
gozó de una reconocida importancia que no requirió de un majestuoso cupo
burocrático para su cabal desempeño, y, valga la comparación, el CNE o la
Fiscalía no necesitaron de la elevación a órgano del Poder Público para un
desempeño que, hoy, evidentemente es inferior y casi ornamental si no fuese por
la calamidad que generan. Agreguemos que
la descentralización y el conjunto de reformas proyectadas y ejecutadas
respecto al Estado, facilitaron esa sencillez o relativa sencillez con la que
el Estado también pudo afrontar miles de problemas que la artificiosa
complejidad actual, algo peor, agrava.
Absurda decisión que dejaría al
propio Marx estupefacto, siendo la división social del trabajo una conquista
irrefutable de la contemporaneidad, añadida la urbanización, el régimen pretende hacer de cada citadino un sembrador
y cosechador en su reducido e inseguro hábitat para una supervivencia a la que
confesamente lo condena, pretendiendo que, a la postre, sea un empleado directo
o indirecto del Estado, sojuzgado por sus dádivas y subsidios, porque –
sencillamente – no tendrá tiempo para ganarse el pan a través de su propio
esfuerzo, oficio o profesión. Si fuere el caso, basta un programa y una oficina
para literalmente acometer la aventura, pero Maduro Moros ideó todo un
ministerio para la Agricultura Urbana que succionará los pocos recursos
disponibles y ampliará la clientela política a través de viceministerios,
direcciones generales, entes desconcentrados y descentralizados, en un viaje
seguro a la premodernidad de la cual puede costar demasiado el regreso.
Por muy buenas intenciones que
hubiere, el Viceministerio para la
Gestión de Riesgo y Protección Civil, cuyo titular es anónimo para un país
proclive a cualesquiera desastres, muy probablemente no los atenderá con la
prontitud y diligencia mínima que una dirección u oficina, como la de Defensa
Civil, antes exponía con todas las críticas que pudieron hacérsele. Tenemos
información no confirmada de las carencias y desatenciones que en el seno del
mismo gobierno padece, con una marcada rotación de sus más altos funcionarios,
pero el asunto estriba – en esta ocasión – que la veleidad del régimen, tan
ufano de sus antojos, complicó de tal manera las cosas que una precisa responsabilidad resulta contaminada en ese
espeso bosque de los intereses eminentemente burocráticos.
04/07/2016
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