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sábado, 30 de noviembre de 2019

EL PASO DESNUDO

De la pisada socialista
Luis Barragán

Obviamente, solemos quejarnos de la falta de alimentos y medicamentos en la dura e ilimitada travesía de la catástrofe humanitaria, pasando inadvertida la difícil reposición de la vestimenta y el calzado, por no mencionar los productos para la higiene personal.  De un modo u otro, cada quien tiene una versión directa e indirecta de alguna prenda que se dejó al visitar a Cuba, apreciado el obsequio como jamás lo hubiese imaginado el donante.

Los gremios empresariales denunciaron recientemente la situación en la  que se encuentra específicamente el calzado en Venezuela, permitiéndonos presumir que poco debe ya decir el sector laboral ante el cierre constante de factorías y locales comerciales. Apenas – se dice – opera el 10% de la capacidad instalada de una industria que tan pujante fue que, anticipada a la política sustitutiva de  las importaciones, a finales de los ´50 del ‘XX, celebró las medidas proteccionistas de la dictadura perezjimenista.

Cierta habilidad del planteamiento empresarial apunta, hoy, a las importaciones desmedidas en los últimos dos años, aunque – privilegiada la adquisición de armamentos – los disminuidos ingresos en divisas petroleras remitirán a una segura debacle, excepto la burocracia usurpadora encuentre otro modelo predatorio de negocios que incluya las divisas de dudosa procedencia.   A los adultos y, sobre todo, para los  niños, en continuo desarrollo físico, se les hace imposible adquirir regularmente los zapatos de mediana y hasta ninguna calidad que requieren y los expertos en remendarlos, a quienes creemos en su mejor  momento, carecen de los materiales más elementales para reencaucharlos, como pega, hilos, clavos, pintura, etc.

Por supuesto, más que los períodos de lluvia, en sí mismos, el deterioro vial, el del alcantarillado y otras calamidades del público tránsito rutinario,  actualizan la pisada desnuda de cada venezolano bajo el régimen socialista, corriendo todos el inminente peligro de contraer enfermedades, sufrir torceduras y otros percances del andar.  Lo peor es que, por distintas razones, entre ellas,  la médica y la legítimamente estética, se pierde la noción – antes, elemental – del calzado de faena, el de diario, el de agua, el de paseo, el ortopédico, el dominguero, el deportivo fuere o no de alta competencia, el de baño, el de ballet, en la extensa variedad que ha de garantizar calidad, seguridad, diseño  y confort.

La mayor hazaña – hoy - es la de calzarse, en todo lo posible, para toda eventualidad,  como también lo es acudir al médico que haga simultáneamente de internista, cardiólogo, gineco-obstreta o traumatólogo.  El socialismo que, inclementemente, nos pisa, tolera un poco más la solicitud de medidas de protección arancelaria que la denuncia de los que fuerza penosamente a caminarlo.

Cfr.

domingo, 29 de julio de 2018

LENGUAJE CIFRADO

Telefonía de una etapa histórica
Siul Narragab


Ya no hay espacio para la conversación privada, preferido  un lenguaje cifrado o, al menos, el que tenemos por tal, con sus habituales alusiones, eufemismos y metáforas. Y, aunque creamos que la autocensura sólo se debe a motivos estrictamente políticos, una somera revisión de la vida rutinaria nos  remite a la imposible conversación libre y espontánea, no sólo por obra del hampa que la modela, tupiéndonos de precauciones, sino por una cada vez más reducida esfera de una privacidad asfixiada.

Relegados al hogar doméstico o al laboral que, a veces, es tan hogar como el que más,  si de compartir el espacio se trata,  solemos incomodar con un diálogo que se empeña en lo banal para disimular alguna gravedad de las tantas que sorteamos en el mundo cotidiano, frente a terceros que viven su propia experiencia. Reducidas las oportunidades para compartir un modesto café, por los costos y el peligro mismo de la calle, evacuamos asuntos amistosos, profesionales o amorosos, empuñando el móvil celular en la disputada sala de baño, cocina u otra dependencia de la casa o del trabajo, competida por otros llamantes.

El promedio de las personas que trilla la ciudad, está relegado a pocos metros cuadrados y, aun disponiendo por herencia de espacios más holgados, es una temeridad habitarlos o frecuentarlos, pues, solemos optar por sitios lo más modestos posibles y  obedecer al horario que es propio de un estado de sitio, antes que exponernos a cualesquiera de las impredecibles intenciones de los extraños. Nos reprimimos al charlar en una mesa de restaurant, por temor a los comensales vecinos, o de soltar un libérrimo sentimiento, por respeto al vecino residencial, aminorando la posibilidad de un secuestro para vaciar las humildes cifras bancarias, a través de una tarjeta de débito, o de hacer el ridículo por usar un diminutivo que no compete a nadie más.

Convengamos, no había mejor escenario que la calle para nuestras llamadas telefónicas, quizá por aquello del secreto mejor guardado es el que se hace público, sentenciado por un personaje de “La cabeza de la hidra” de Carlos Fuentes. Dándole utilidad al desplazamiento automotor o a pie, solíamos vomitar una procacidad, aventurarnos con un verso, o revelar algún dato, ante la indiferencia generalizada de las otras y bulliciosas personas que hacían lo mismo, pero – desde hace ya bastante tiempo – es todo un  atrevimiento demencial el de asomar algún rudimento electrónico, por siempre asombrados porque en otros países es normal andar en un tren subterráneo con una tableta al aire.

En las callejuelas, veredas, calles o avenidas de cada caserío, aldea, pueblo y ciudad,  no hay una caseta telefónica dispuesta,  convertido el sanitario de cualquier lugar en un área especializada para ensayar los hilos invisibles del teléfono. Modismos aparte, hablar en clave seguramente conoce de venezolanismos que esperan por el filólogo, el novelista o el cronista tan urgidos, ya que, superada objetivamente la actual etapa histórica, ésta quedará sembrada  por un lenguaje que se prolongará mucho más a la espera de los intérpretes.

Reproducción: Reventón, Caracas, nr. 13 de 1971.
29/07/2018:
http://www.opinionynoticias.com/opinioncultura/33192-narragab-s

domingo, 15 de octubre de 2017

DEL JEFEMILITARISMO EDITORIAL

La amabilidad del sarcasmo
Luis Barragán

Pocos dudan de la extraordinaria pluma que fue Aníbal Nazoa, cuyo buen sentido de humor, varias veces sutil y, otras, lapidario, nos hizo tempranamente asiduos a sus libros y crónicas semanales. Vivenciándola, amaba intensamente la ciudad que buen espacio ocupaba en su tintero y, mortificado, desplegaba también un sectarismo político que llevó la impronta de una vieja militancia ideológica, cebándose – en uno de sus períodos culminantes – en la dupla adeco-copeyana, fuente de toda maldad.

Diferencias aparte, respecto a la interpretación que daba del momento político, nos satisfizo el espléndido juego de la ironía que, en definitiva, lo era del lenguaje. Por ello,   el mejor aporte de toda reedición está en salvaguardar algo más que la simple jerga cotidiana que supo rescatar para abordar los hechos o situaciones que lo ocuparon.

Olvidado el aniversario en medio de los duros y consabidos acontecimientos que todavía nos estremecen, circula una importante compilación: “Puerta de Caracas. Edición homenaje a los 450 años de Caracas” (Alcaldía de Caracas/ Fondo Editorial Fundarte/ Gobierno del Distrito Capital, 2º edición corregida y disminuida, Caracas, 2017).  Confesamente rebajada, versamos sobre una reedición de mediana calidad que, por un parte, no se compadece con el patrocinio de tres muy bien presupuestadas entidades públicas, y, por la otra, contrasta con la magnífica entrega digital de Mirelis  Morales Tovar -  “Caracas-en-450” - promovida por una entidad bancaria.

Inevitable, tomamos una pequeña muestra de los artículos originales de Nazoa y constatamos aciertos y errores de la nueva edición.  Por ejemplo,  respecto a las gratas expresiones que reflejan toda una época, el libro en cuestión refiere “jefecilismo” (97), mientras que el artículo originalmente publicado dice “jefecivilismo” (“La jaula de King Kong”: El Nacional, Caracas, 10/03/1978), perdiendo el dato de lo que significó esta autoridad pública décadas atrás;  dice “tarabeteando” (119), en lugar de “tabarateando” (Ibidem: 18/06/1981), traicionando un verbo que aludía a las incursiones venezolanas en el extranjero, aunque es fiel el vocablo “catajarria” (117), a su original (Ibid.: 18/06/1981).

Presumíamos que tales errores de alto octanaje que afecta el pulcro neologismo de Nazoa, se debía a los que recurrentemente propinan los programas informáticos, aunque las dudas recaen sobre la corrección misma. Simplemente, no la hubo, porque son los mismos yerros de la primera edición de 2007, siendo comprobable gracias a la sección de libros de Google y su magnífico dispositivo de búsqueda interna (https://books.google.co.ve/books/about/Puerta_de_Caracas.html?id=UhofAQAAIAAJ&redir_esc=y).

No tenemos ánimo alguno de descalificar la iniciativa oficial, una de las pocas que puede ostentar, pero es necesario recalcar la inmensa responsabilidad de un Estado que, en el siglo anterior, hizo sus mejores esfuerzos por ediciones muy cuidadosas de obras que importaron y todavía importan a las sucesivas generaciones de venezolanos. Más aún, una  materia delicada, cuando se trata del habla susceptible de posteriores distorsiones que tienden a desdibujarnos social e históricamente.

Por lo demás, un régimen que, en más de una década, acumuló importantes recursos para publicar hasta veinte millones de libros, beneficiado por mil millonarios créditos adicionales para adquirir imprentas, tinta y papel, nada más en un lustro,  exhibe muy pocos títulos que prontamente ingresan al “basurero ideológico”, por citar una feliz sentencia del entonces diputado Homero Ruíz al ventilar el asunto dos o tres años atrás en la Asamblea Nacional. Quizá esa maquinaria de impresión está en ruinas, quizá se encuentra agotada tras los gigantescos tirajes de propaganda monopartidista, pero lo cierto es que ni una comisión parlamentaria puede chequearlo y ya no está Aníbal Nazoa para comentarlo, como seguramente lo hubiese hecho con la amabilidad del sarcasmo.

(*) Textos referidos de Aníbal Nazoa: https://lbarragan.blogspot.com/2017/10/nazoadas.html
Fotografía: Puerta de Caracas, La  Pastora, 1930. Tomada de: http://mariafsigillo.blogspot.com/2012/08/las-puertas-de-caracas.html
15/10/2017:
https://www.lapatilla.com/site/2017/10/15/la-amabilidad-del-sarcasmo-por-luis-barragan https://noticiasvenezuela.info/2017/10/la-amabilidad-del-sarcasmo-por-luis-barragan

miércoles, 30 de agosto de 2017

domingo, 20 de agosto de 2017

VERBO CANALLA

EL MUNDO, Barcelona, 16 de agosto de 2017
 SECRETO IBÉRICO
Palabrotas e ibuprofeno
Javier Cid

La canallada de escribir en agosto es que ya pasó todo y apenas queda nada. Ya se han muerto Jeane Moreau y Paquita Rico. Los mozos regresaron a Sidney tras surfear la Estafeta en los remotos Sanfermines, y de sus sangres sólo quedan cicatrices. Y el "yo no sabía nada" de Cristiano y Rajoy ya es polvo de muertos. Agosto, ruina y vacío.

Así las cosas, dejo al azar la columna de hoy; extiendo en la mesa un racimo de revistas de moda y varietés, escojo una, la abro a suertes y señalo una frase con el índice, que es el dedo de las cosas importantes. El experimento no defrauda. Leo: "¡Desfigurado por el espíritu del mal, cerdo, aborto! ¡Oprobio del vientre pesado de tu madre! ¡Andrajo del honor!". La sentencia, de William Shakespeare en Ricardo III, pertenece a un pomposo artículo sobre las palabrotas en la literatura. Recojo el guante que me lanza el destino, y me encomiendo al glorioso arte de los tacos. Paquito Umbral, va por ti.

Concluye un estudio de la Universidad de Cambridge que las personas de lengua retorcida son más sinceras. Nos ha jodido; eso lo sé yo y lo saben en Totana (Murcia). Otro santuario de sabios, el Massachusetts College of Liberal Arts, dice que insultar es un síntoma preclaro de inteligencia. Cuanto más frondoso sea el improperio, más trajín de neuronas tendrá el emisor.

Proferir tacos, además de liberador para el espíritu, es también un analgésico natural. El Ibuprofeno de la oratoria. La Universidad de Keele, en Newcastle, organizó dos grupos de estudiantes; en uno estaban los que decían menos de 10 palabrotas al día, y otro los que soltaban por la boquita más de 40, o sea, lo mejor de cada casa, y les obligaron a meter las manos en agua helada. Pues bien: los del segundo equipo aguantaron más tiempo. Y unos investigadores neozelandeses analizaron el influjo de la palabra fuck -el todopoderoso joder castellano- entre los trabajadores de una fábrica de jabón. Y comprobaron que un joder a tiempo cohesionaba al clan, encarnaba solidaridad proletaria y suavizaba las tensiones propias de las fábricas de jabón, que por lo visto son terribles.

Muchos escritores ya se adelantaron a este exuberante actividad científica. Fueron, son, geniales visionarios de los bajos fondos, poetas del malvivir que desembucharon su verbo canalla en clásicos de ayer, hoy y siempre. Quevedo no cayó nunca en la cursilería de utilizar el pompis, gracias a Dios, y no le tembló la pluma cuando escribió las Gracias y desgracias del agujero del culo. A Valle-Inclán, que descendió como nadie a aquel Madrid de albañales y pichabravas, le debemos aquel "¿Son almas en pena? Son hijos de puta". Y Cela, que se daba tremendo garbo con la palangana, se sacó de la Olivetti un Diccionario Secreto de palabrotismos. Sirva el cojón, del latín cõleus, como ilustre ejemplo de este glosario: "Glándula genital del macho que, en el individuo bien constituido, se presenta formando par", escribió don Camilo.

De Aristófanes al "¡se sienten, coño!" de Tejero, las letras universales están colmadas de trovadores de prosa cachonda. Ya lo decía Catulo en los cenáculos del siglo I a.C., donde los versos eran pura dinamita: "El buen poeta debe ser casto en persona / pero no sus versos / Que estos sólo tienen sal y encanto / si son algo voluptuosos y poco púdicos". A Catulo, el Eminem del Imperio Romano, le debemos el poema más hardcore de la Historia de la Literatura. No reproduciré aquí sus virguerías, por prudencia, más que nada. Pero les invito a leerlo sin censura. Por cada uno de sus versos muere un ñeta en el salvaje Bronx, New York City.

Fuente:
http://www.elmundo.es/opinion/2017/08/16/59943430e2704e49478b461d.html
Fotografía: José Aymá.

sábado, 28 de enero de 2017

UNO SE FUE Y EL OTRO CREE QUE NUNCA LO HARÁ

Las inmunidades parlamentarias y reconstrucción del lenguaje
Luis Barragán


Universal e históricamente,  la institución parlamentaria la explica  una lucha tenaz por su supervivencia, no es otra que la de una ciudadanía legítimamente representada,  frente a las arbitrarias resistencias, abusos y desmanes del aventajado gobierno. El desconocimiento y violación del complejo de inmunidades parlamentarias, llegando a las situaciones más absurdas en Venezuela, adicionalmente nos ilustra el propósito de realizar – como, en efecto, se realiza – un socialismo que convierta a tan importante órgano del Poder Público en una vulgar caricatura, predestinado a desaparecer.

Recientemente, el desconocimiento a las inmunidades que, por cierto,  equivalen a sendas responsabilidades parlamentarias de Gilber Caro y Luis Florido, ilustra el cada vez más arriesgado y peligroso, pero necesario, curso que ha tomado la Asamblea Nacional bajo la conducción opositora. Y marca una radical diferencia con los allanamientos de décadas anteriores, incluida la tal destitución administrativa de María Corina Machado en 2014: experiencia distinta a la cancelación real del Congreso en numerosas oportunidades históricas, desde la pretensión de allanar la inmunidad más elemental de Luis Beltrán Prieto Figueroa en 1937, pasando por el que efectivamente se hizo en 1948 luego del trágico  estallido de una bomba que aparentemente involucró a Antonio Pulido Villafañe, siendo necesario justificar los que tardíamente afectaron los militantes del PCV y del MIR al principiar los sesenta, reparando los que por enteros delitos ordinarios provocaron los de ochenta y noventa, sumados los antojadizos del siglo siguiente, hoy asistimos a una deliberada, organizada y programada confabulación del Ejecutivo contra todos y cada uno de los diputados.

Las naturales prerrogativas de la cámara que muy bien expresa el complejo de inmunidades, contrastan con los privilegios personales blindados por el llamado antejuicio de mérito que empina el Código de Procedimiento Penal por encima de la misma Constitución de la República, actuando a sus anchas los más altos funcionarios y dirigentes del Ejecutivo a todo nivel. Faltando poco, la decisión de la Sala Político-Administrativa del Tribunal Supremo de Justicia (Nr. 01421 del 15/12/2016), le concede una absoluta e incomprensible independencia a los órganos contralores de la Fuerza Armada Nacional que equiparamos a la más completa protección de los jerarcas corporativos frente a toda eventualidad administrativa, luego del inmenso poder acumulado en la presente centuria.

La anulación del pasaporte del diputado Florido, despojándolo de la identificación personal que le es indispensable para desempeñarse como presidente de la Comisión de Política Exterior, prescindió de todo procedimiento administrativo fundado en los derechos fundamentales que le asisten para portar el documento. Frente a otra documentación secundaria, como la licencia para conducir y el certificado médico, el pasaporte junto a la cédula de identidad laminada constituyen los documentos por excelencia para la identificación que, por cierto, en el caso de la cédula, es una de las más inseguras piezas del mundo, comparada – además – con el mentado, ilegítimo e insustentable Carnet de la Patria.

Jamás el gobierno dará una explicación sensata de sus actos, conformándose Nicolás Maduro con hablar – en tercera persona, todo un síndrome - de algo así como que “Obama se volvió loco contra nosotros porque él no podía aceptar que él se iba y Maduro se quedaba”, olvidando que ha desconocido  el derecho al sufragio de los venezolanos. Hay más de irracionalidad que de una básica cordura en el conductor de un régimen en etapa terminal, por  lo que  corresponderá a la restante humanidad  reconstruir no sólo al país, sus instituciones, sino el el propio lenguaje que nos devuelva – arrepentidos – a las realidades que siguen un curso insobornable.

Referencia:
http://www.noticierodigital.com/2017/01/maduro-obama-se-volvio-loco-porque-se-fue-y-yo-me-quede/

29/01/2017:
https://www.lapatilla.com/site/2017/01/29/luis-barragan-inmunidades-parlamentarias-y-reconstruccion-del-lenguaje/
http://www.hoyenvenezuela.com/2017/01/29/luis-barragan-inmunidades-parlamentarias-y-reconstruccion-del-lenguaje/ http://www.scoopnest.com/es/user/la_patilla/825821707856392193
http://quepasaenvenezuela.com/2017/01/29/luis-barragan-inmunidades-parlamentarias-y-reconstruccion-del-lenguaje/
http://www.envenezuela1.com/content/blog/lapatilla-luis-barrag%C3%A1n-inmunidades-parlamentarias-y-reconstrucci%C3%B3n-del-lenguaje
https://newstral.com/es/article/es/1054658083/luis-barrag%C3%A1n-inmunidades-parlamentarias-y-reconstrucci%C3%B3n-del-lenguaje
30/01/2017:
http://www.ventevenezuela.org/inmunidades-parlamentarias-reconstruccion-del-lenguaje-luis-barragan

domingo, 25 de septiembre de 2016

JUEGO DE PALABRAS

EL NACIONAL, Caracas, 25 de septiembre de 2016
El lenguaje deportivo
Rodolfo Izaguirre

Miguel Otero Silva dijo una vez que los mejores periodistas de El Nacional eran los comentaristas deportivos porque no trataban de hacer literatura. No dijo que su mayor afición era el gusto por el eufemismo, el empeño de no mencionar las cosas por sus nombres. Los pájaros rojos, por ejemplo, son los Cardenales de San Luis y los corsarios son los Piratas de Pittsburg. Los patiblancos son los Medias Blancas de Chicago y los patirrojos los Medias Rojas de Boston. En cambio, la organización “lupulosa” no puede ser otra que la de los Cerveceros de Milwaukee.
El careta es el catcher o receptor; el camarero es la segunda base y Luis Aparicio el “residente de Coppertown”, la ciudad del estado de Nueva York donde está situado el Salón de la Fama Nacional de Beisbol. El bate es el madero. Un bambinazo es un home run: una manera de recordar a Babe Ruth, a quien llamaban el Bambino. Los capitalinos son los Nacionales de Washington y la “novena de la Gran Manzana” señala, desde luego, a los Mets de Nueva York porque los Mulos de Manhattan siempre han sido los Yankees de Nueva York. Un cerrador bengalí es un lanzador de los Tigres de Detroit que logra terminar un juego iniciado por otro pitcher. Los Rangers de Texas son los Vigilantes, o los Rancheros. Nueva York es “la ciudad que nunca duerme” y una raqueta alude, exclusivamente, al jugador de tenis. Al Atlético Nacional de Medellín se le llama “el conjunto verdolaga” y un “as monticular” es un lanzador de éxito situado siempre en la “lomita” que es el ligero promontorio del beisbol desde donde se lanza la pelota. Los nautas, la rotación nauta, alude a los Marineros de Seattle. Porque los Siderales tienen forzosamente que ser los Astros de Houston.
“El mascotín” identifica al inicialista o jugador de la primera base por ser el único que en lugar del guante o mascota usa un mascotín. La novena de los peces designa a los Marlins de Miami y los cuáqueros son los Filis de Filadelfia.
Los Reales de Kansas City son llamados los monarcas porque son los actuales campeones mundiales de la gran carpa y son varios los lanzadores venezolanos que quieren ser reyes en esa carpa. En la liga venezolana, los pájaros rojos son los Cardenales de Lara; en cambio, los escarlatas son los Rojos de Cincinnati, y “el bullpen osezno” es el lugar en el campo de beisbol donde los lanzadores de los Cachorros de Chicago calientan su brazo antes de que empiecen a lanzar.
¡No siempre resulta fácil descifrar este lenguaje! Puede serlo para mí, que jugué al beisbol con relativo éxito cuando fui adolescente y estoy más o menos familiarizado. Me desempeñé sucesivamente como tercera base, centerfielder y pitcher en el equipo del colegio, e imitaba a un lanzador americano contratado por el Magallanes llamado Sam Nahem. Era abogado, lo que cautivaba entonces mi admiración, y usaba lentes. Yo mismo tuve que usarlos y para lucirme los mandé a hacer “al aire”. Eran demasiado frágiles y sifrinos y comencé a tener miedo a la pelota sobre todo si se trataba de un rolling porque puede la pelota hacer un “extraño”, es decir, saltar inesperadamente hacia otro lado en el momento en que se cree haberla atrapado y golpearle a uno en la cara, romper los anteojos y lesionar severamente un ojo. Y el miedo se fue apoderando de mí hasta convertirme en un mal jugador. Animé al Magallanes desde sus reinicios en los años cuarenta cuando se le llamaba “el equipo eléctrico” porque su patrocinador, Carlos Lavaud, era dueño de una tienda de electrodomésticos en la esquina de San Jacinto cerca de la casa natal de Simón Bolívar. Fue el tiempo de Vidal López, Dalmiro Finol, Chucho Ramos, Víctor Davalillo, Chico Carrasquel, Camaleón García, Benítez Redondo, Tirahuequito Machado... En el examen de Derecho Constitucional, uno de los alumnos dijo una barbaridad y Jóvito Villalba el examinador, molesto, preguntó: Bachiller, ¿de dónde sacó Ud. eso? El muchacho, tratando de engañar a Villalba mencionó a Jim Pendelton, un centerfielder del Magallanes, y Villalba enfurecido mostró que era buen conocedor del beisbol.
¡Fui magallanero hasta que supe que Hugo Chávez también lo era! Entonces dirigí mi atención hacia las Águilas del Zulia, bien lejos de Caracas. ¡He vuelto al equipo navegante! Pero al final, terminé alejándome del beisbol porque comencé también a sentir aversión hacia los jugadores: mastican y escupen todo el tiempo, son feos y gordos, tardan mucho en lanzar la pelota y no siempre atinan al hacerlo. ¡Prefiero las coreografías del Barsa, la destreza de Roger Federer o la belleza de María Sharapova!
Un lector poco entrenado puede perderse leyendo las crónicas deportivas plagadas de esta singular manera de llamar a las cosas no por su nombre sino con palabras a las que pudieran asociarse. Ebrio, para no decir borracho; invidente, por ciego; conductor de la unidad, por chofer; galeno, por médico; “compatriota” cada vez que el presidente Pastrana se refiere a Nicolás Maduro.
También resultará más fácil descifrar los nombres o apodos que construir un nuevo estadio para Caracas si consideramos lo que afirma Ignacio Serrano en El Nacional del jueves 21 de julio de 2016. “El Estadio Universitario es un mal necesario”, escribe. Llegar a él es una tortura los días de juego. Muchos baños suelen estar cerrados y son un asco y las gradas de las tribunas son más cómodas que las sillas vip.
Se critica al Magallanes y a los Leones no haber construido su propia sede. Leones y Tiburones, sumados como equipos, costaron 12 millones de dólares. Ni siquiera vendiéndolos al triple, podría edificarse un estadio. ¡Lo que cuesta construirlo paraliza cualquier entusiasmo! Gracias a Ignacio, nos enteramos de que el actual estadio de los Rangers de Texas costó 1.150 millones de dólares. El de los Bravos de Atlanta, 492, y el nuevo Yankee Stadium costó 2.300 millones de “verdes”. Llamo así el dólar para irnos familiarizando con los eufemismos del lenguaje deportivo.

Fuente:
http://www.el-nacional.com/rodolfo_izaguirre/lenguaje-deportivo_0_926907362.html

lunes, 11 de julio de 2016

HABLAR DESDE MUY JÓVENES



Caldera-Betancourt: adicionales coincidencias

Luis Barragán

Imprevistamente, días atrás, tuvimos ocasión de participar en un foro que versó sobre la relación política entre Rafael Caldera y Rómulo Betancourt, compartido el panel con Gehard Cartay y Carlos Canache Mata, por la feliz y persistente iniciativa de Sara Lizarraga.  De interés estrictamente histórico, ventiladas las coincidencias y discrepancias, constituyó un magnífico y, por cierto, muy concurrido evento para propiciar la reflexión que estos tiempos imponen. Sin embargo, faltando tiempo para considerarlos, aunque hubo que extenderlo, nos permitimos adicionalmente citar dos aspectos que, por obvios, paradójicamente pasan de largo.

Por una parte, ambos líderes fueron no sólo conocidos por el país a muy temprana edad, sino que a Caldera y a Betancourt se les pidió cuenta también por aquellos hechos y opiniones que protagonizaron y esgrimieron siendo todavía un par de mozalbetes. Dirigentes estudiantiles, en proceso de formación política, debieron asumir la responsabilidad de lo hecho y de lo dicho aún cincuenta años después.

Versamos sobre una situación contrastante con la de los elencos que gobernaron y gobiernan en el siglo XXI, porque - quizá con las excepciones  solitarias de Luis Miquilena o José Vicente Rangel – nadie tenía la remota idea de las trayectorias políticas y personales de los arribantes al poder, por cierto, deseosos de continuar enjugando sus privilegios, y quienes - mucho menos -  están dispuestos a satisfacer la curiosidad por algún lejano acto del que se tenga noticia.  Al inaugurarse la centuria,  comenzando por Chávez Frías, proseguida la tradición por Maduro Moros, representaron la venturosa cara nueva por la que tanto clamó la antipolítica y que, ejemplificándola,  forzó la publicación del Libro [SIC] Azul que alguna distancia tiene con la biografía de Andrés Bello y las editoriales de la UNE o la de Cecilio Acosta y las cartas a los “hermanitos” desde el exilio, por no citar la Ley del Trabajo y el Plan de Barranquilla.

Por otra parte, apuntemos al cultivo del lenguaje desde el campo político y el estrictamente académico. Los neologismos surgieron por una imperiosa necesidad expresiva que, a la postre, halló cupo en el Diccionario de la Lengua Española, como los términos “millardo” y “hampoducto”.

Nunca imaginó Angel Rosenblat que el lenguaje escatológico tendría por ancho y cómodo señorío la jefatura del Estado, como ha ocurrido en más de década y media, diciéndose injustamente representativo del apreciado por la media de los venezolanos. Peor que la deliberada procacidad,  cuando a los gobernantes de turno se  les antojó y antoja el correcto uso del idioma, simplemente delatan una crasa ignorancia que el  extinto mandatario pretendió – faltando poco – justificar, como el tristemente recordado vocablo “adquerer” con el que aleccionó a los escolares.

No abrigamos una versión paradisíaca de la relación entre Caldera y Betancourt, pero lo cierto es que, objetivamente, generó valores que no podemos desestimar, susceptible de la más rigurosa investigación histórica.  Y, aún cuando quisiese subestimarse en los ámbitos aludidos, por lo menos, es dado reconocer que esa relación despuntó entre las muchas que dibujaron una provechosa complejidad del fenómeno político que, lamentablemente, el todavía novísimo siglo no repite y – menos - mejora.

Fotografía:
Rómulo Betancourt toma posesión del poder, en 1959. 

11/07/2016
http://www.radiowebinformativa.com/opinion/caldera-betancourt-adicionales-coincidencias/ 

domingo, 12 de junio de 2016

TRES TEXTOS



EL Nacional, Caracas, 12 de junio de 2016
La hora menguada
Rodolfo Izaguirre

De manera dolorosa y escalofriante, el país venezolano disminuye,  se consume física y moralmente, herido de muerte por las heridas causadas por el socialismo bolivariano que en mala hora trajo a nuestras vidas a Hugo Chávez, el verdadero responsable del colosal fracaso de la economía y la pérdida irreparable de nuestra dignidad. Lo menciono porque es el notorio causante del oprobio que padecemos y porque la terca mediocridad de Maduro escapa a cualquier consideración razonable. En Play Back, la última novela de Raymond Chandler, Philip Marlowe se refiere a un sujeto que bien podría haber sido Nicolás, que tenía dos dedos de frente "pero podía abrírsele un crédito por algunos dedos mas".
El hecho es que hay hambre, angustia, desaliento y una desesperación que aviva en los corazones más serenos; un rencor que está al borde de algún catastrófico y violento desbordamiento social que comienza a perturbar a otros países y gobiernos en los que, ¡ya era hora! se observan trazos de interés por encontrar algún camino de salvación. Pero, ¡no todo está perdido! En medio del espanto de nuestra agonía ha brotado una chispa, un asomo de gracia, un momento de verdadera gloria… Algo en apariencia de poca importancia o trascendencia para muchos; algo impensable, inesperado, pero que vive y permanece latente, pongamos por caso, en los cuerpos que han conocido la danza. 
Un espectáculo infrecuente, único: la fusión del drama escénico, teatral, con el movimiento del cuerpo. Es más, si revelamos nuestra inagotable memoria corporal abrimos la posibilidad de ilustrar el paso del tiempo, la entrada de un siglo en otro. 
Una hermosa definición asegura que la danza es lo que queda en el aire después que el bailarín pasó por él. Cuando este debe retirarse puede continuar su vida profesional como maestro o coreógrafo pero no puede evitar que, como bailarín, un manto de olvido lo cubra y lo aparte de la escena. ¡Pero no es así! Hay una memoria corporal que persiste en él y se resiste al tiempo aunque no pueda mostrarse en los escenarios. En un afortunado intento por demostrar la persistencia de esa memoria, el coreógrafo Leyson Ponce, inspirándose en un breve relato de Rómulo Gallegos titulado “La hora menguada” ha reunido a dos leyendas, pioneras de la danza: Graciela Henríquez y Sonia Sanoja, ambas un poco más que octogenarias, en una hermosa obra de drama y movimiento. Dos hermanas que envejecen juntas en una cotidianidad marcada por el odio, la traición, el rencor y la culpa porque Amelia le quitó el marido a Enriqueta y tuvo el hijo que nunca más regresaría a la casa. Este clima de cotidiano rencor permite a Leyson explorar la memoria corporal de las dos intérpretes y ellas, con el asombroso poder de su gestualidad cruzan los espacios de la soledad y del amor extraviado y recrean un tiempo pasado empleando tan solo sus gestos, sus desplazamientos en un escenario en el que solo vemos un par de sillas, una mesa, un saco o chaqueta de hombre que simboliza la presencia tanto del marido como del hijo, un perchero y dos marcos detrás de los cuales las hermanas se retratan, una vieja radio que emite publicidad y la música de un bolero que ellas bailan animadas por el rencor. La acción permite al espectador situarse en el tiempo. El diseño del vestuario y la escenografía llevan la firma de  Luis Alonso.
La obra se inspira en Gallegos pero al cambiar su título original de La hora menguada” por “Amor amargo” ya no alude a la disminución de los sentimientos sino al rencor y la culpa en que se centra el conflicto que sostiene la vida de las dos hermanas. Ambas juegan con el saco, se lo ponen, se lo quitan, se cubren con él, lo convierten en un bebé acariciable. Sin palabras, hacen sus respectivos solos y expresan sus propias personalidades a través de gestos que traducen visual y casi literalmente un poema de Lezama Lima y otro de Hanni Ossot apoyados en la iluminación de Rafael González, maestro y también coreógrafo de mucho talento así como en una exquisita selección  de música barroca peruana en quechua y la célebre “Casta Diva” de Bellini. La producción de esta hermosa e intensa obra de lectura coreográfica estuvo a cargo de Carlos Paolilo, nuestro destacado teórico y crítico de danza. Desde luego, la dirección artística y coreográfica es de Leyson Ponce. Por encima del odio y los rechazos sobrevive en las dos hermanas la fatalidad de una cotidianidad compartida porque la vida entre ambas persiste. De allí que la obra de Leyson Ponce sigue abierta al cerrarse 45 minutos después de su inicio cuando las hermanas encienden la vela de una torta de cumpleaños.
Se dice que el país venezolano y, en mayor grado, el país político, no tienen memoria; o si la tienen es muy frágil. Pero nuestros cuerpos poseen una memoria que va mas allá de la muerte, es inextinguible, cruza todo límite impuesto por el tiempo y queda, se ancla, permanece y se fija, incluso, en los otros cuerpos que vieron moverse los nuestros. La mejor demostración de esta memoria corporal está en los movimientos de Graciela Henríquez y Sonia Sanoja, desplazando sus gestualidades en un escenario sobre el que dejaron de bailar hace cuarenta años. 
La hora que ellas viven está flagelada por la culpa. En cambio, la hora actual venezolana y bolivariana es menguada, acelera día a día su disminución como país que conoció alguna vez un florecimiento nada fácil, pero esperanzador y había pan en las panaderías. Es un país que se está extinguiendo, va camino de los escombros causados por la presencia brutal de militares armados y en uniforme, que hacen política fuera de los cuarteles incitando a un civil inepto y desprestigiado a firmar decretos que afligen y reprimen con ferocidad dictatorial a una población civil indefensa cuyas únicas armas son la protesta pacífica, manifestaciones de calle y una desobediencia civil que anhelo practicar como octogenario que se expresa no con su cuerpo tal como lo hacen Graciela Henríquez, Sonia Sanoja y Leyson Ponce, sino con palabras que pretenden anunciar para el país una hora menos aciaga o menguada.

 
EL NACIONAL, 5 de junio de 2016
La vulgaridad
Rodolfo Izaguirre

Hay un lenguaje de burdel, de prostíbulo o de botiquín de mala muerte que ocasionalmente, bien manejado, bien estructurado, puede emplearse con éxito en algún pasaje literario. William Faulkner aseguraba que no había mejor lugar para escribir que un burdel en horas de la mañana porque era un espacio tranquilo, sereno y silencioso. Pero ese mismo espacio, que le permitió escribir acaso alguno de los libros que le hicieron merecedor del Premio Nobel, se transformaba  en las noches en un tumulto de imprecaciones y de peligrosas aventuras sexuales. Llevado a la política es un lenguaje abiertamente soez, tosco, ordinario, balurdo. El diccionario de la Real Academia define la palabra balurdo como “gente ordinaria y soez”. Balurdo es nuestro ilegítimo presidente cuando grita a Almagro que se meta su carta democrática por donde le quepa. ¡Es una vergüenza! Una atrocidad, una ofensa no solo a la dignidad de Almagro sino a la propia majestad que se supone encarna quien expresa semejante vulgaridad Es un legado del fallecido comandante antes de transformarse en pájaro. Fueron varias las veces que Hugo Chávez mandó a “lavarse ese paltó” a algunos mandatarios y presidentes de Estado y vociferar injurias y belicosas amenazas. Pareciera ser, en ambos, una adicción a la fanfarronada, a la bellaquería, al gesto y a la vulgaridad de barriada. ¡Uno se estremece de estupor! Incapaz de entender cómo puede ser posible que ocurran semejantes agresiones verbales aunque ya nos hayamos acostumbrado a la represión brutal de los cuerpos de seguridad del Estado, un ridículo eufemismo por guardia nacional, policías bolivarianas o grupos delictivos armados desde Miraflores. El hecho de haber sido chofer de autobús o de vagón del Metro no justifica un lenguaje escabroso. Lleva más bien a pensar que se trata de una última y desesperada tentativa de arrogancia ante el fracaso y la pérdida de autoridad, el último zarpazo de agonía cuando no se tiene a mano alguna argumentación que sirva de defensa, de explicación, de justificación ante el enorme fracaso político y económico y la degradación moral y cultural del país.
En lo personal no puedo reconocer y aceptar como presidente a alguien cuyo lenguaje sucumbe a una condición crapulosa siendo el lenguaje símbolo de inteligencia no solo del individuo sino de la ciudad, de los grupos étnicos y de las propias naciones. El lenguaje es un valioso componente de la estructura social e intelectual de una comunidad. Es, para simbolistas como Chevalier y  Gheerbrant, el alma de la cultura y de las sociedades. Es, al mismo tiempo, símbolo de la Creación, de la creatividad divina, anuncio de la Revelación primordial. ¡El Verbo!
¡Maduro, solo nosotros hablamos, poseemos y manejamos el lenguaje escrito! Por eso somos los reyes del mundo. Figuras protagónicas de todo lo creado en el mundo animal. ¡No puedes atentar contra el lenguaje, contra el conocimiento y la sabiduría! Cualquier daño o desconsideración que le hagamos al lenguaje afecta a la sociedad, cercena sus raíces, las separa; perturba la comunicación entre un ser y otro. Impide el diálogo que habría podido suscitarse entre quien ofende y agrede el lenguaje y su posible interlocutor. No podría dialogar contigo porque no manejo tu vulgaridad y no poseo suficiente experiencia en el dominio del lenguaje que corre por los botiquines del barrio marginal. Al igual que el mundo, Chevalier y Gheerbrant consideran que existen también tres niveles en los que pueden situarse las palabras: celestial, terrestre e infernal, de acuerdo con los niveles en los que se sitúa quien las pronuncia. Las de Maduro, objeto de estas líneas, ocuparían por derecho propio el nivel infernal. El más bajo, larvario y del subsuelo.
Hubo una torre de Babel que precipitó la confusión de  las lenguas y gracias a esa confusión surgieron los diferentes idiomas y las tradiciones y a partir de ese momento todas las lenguas y sus palabras adquirieron un carácter sagrado. ¡Por eso existe, Nicolás, una teología de la palabra! ¡Una tradición bíblica! ¡Existe, incluso, la Palabra de Dios!
Adoro las palabras, las cultivo como flores del jardín, las acaricio y me esmero aun más cuando ellas adoptan un ropaje poético y se convierten en la ribera del silencio, es decir, evitan que el silencio se desborde, se precipite en el vacío y se convierta en charlatanería o, en el peor de los casos, en la vulgaridad del mandatario acorralado y sin defensa, atado al cráter del volcán a punto de erupción.
Es el vaho de tristeza que cerca y envuelve a Nicolás: no saber qué hacer, no encontrar manera de defenderse, dónde ir, cómo justificarse ante el país y ante la Historia que lo acecha y diseña su caída. ¿Qué otra patraña, torpeza y mentira va a concebir si cada gesto, movimiento o declaración suya contribuye a hundirlo aun más en su propio pantano no solo frente al país sino frente al estupor del mundo? ¿Dónde y cómo lavará él mismo su propio paltó?
Ha sido motivo de estudio y de reflexiones el uso y acomodo del lenguaje a la política del chavismo, es decir, el triunfo del populismo trasladado a los terrenos del lenguaje como un mecanismo abyecto del ejercicio del poder, el dominio como identificación popular lo que en el fondo significa una aberración porque tiende a mantener el estado larvario e ignominioso del lenguaje, la aspereza de su vulgaridad como rasero y denominador común cuando lo que se impone es todo lo contrario: elevar el lenguaje, ennoblecerlo, despojarlo de todo asomo de ofensa, agravio y vulgaridad y lograr, finalmente, que Nicolás se meta sus ofensivas palabras ¡por donde les quepan!


EL NACIONAL, Caracas, 22 de mayo de 2016
Los resplandores del lenguaje
Rodolfo Izaguirre

En su libro El sentido mágico de la palabra, Ángel Rosenblat llama dios alado a la palabra. Dice que ella es un soplo sonoro, un aire herido, música; humo de la boca que si bien se desvanece en el aire es capaz, sin embargo, de trasmitir odio y amor, deseo y voluntad, dolor y alegría y fijarse en papel, pergamino, mármol, celuloide (aparecer en la pantalla del ordenador) y viajar por todas las lejanías y perpetuarse por los siglos de los siglos.
Es nuestra obligación respetar y considerar a las palabras; tratarlas con particular ternura y cuidado porque ellas constituyen el material de la poesía. Son para la poesía lo que los colores para el pintor y los sonidos para el músico. No se hace poesía con ideas sino con palabras y por eso la palabra es un ser vivo como cualquiera de nosotros. Como objeto, ofrece una cierta estructura, una osamenta, un timbre, una dulzura o una dureza; es áspera o melodiosa; sirve para cantar o para rezar y decimos “adiós” y sentimos que hay dureza al oído distinto al “addio” italiano porque en el idioma de Verdi o de Montale brota la música al despedirnos. 
Como ocurre con las obras de arte, las palabras, al envejecer, se revisten de nuevos significados que las benefician porque arrastran consigo los deseos y ensoñaciones de millones de antepasados que se hacen presentes en las cosas y en los seres. Es gracias a esta presencia que las palabras no sólo nos enseñan el mundo de nuestros ancestros sino que podemos comunicarnos con lo que ellos vivieron. Las palabras deletrean las almas de quienes estuvieron antes que nosotros. La manera como ellos expresaron su alegría y su dolor nos sitúan también en el camino del dolor y de la alegría; y de la manera como nombraron una flor y una piedra evocamos también esa flor y esa piedra. La lengua conserva el alma de una provincia, de una etnia; la manera de articular la vida. Un forastero necesita de una larga práctica para entrar en la poesía de una lengua, lo asegura Jean Onimus en su libro La connaissance poetique, pero cuando lo logra puede decirse que ha penetrado en el alma de la nación. Y ya sabemos que las cosas cambian de un país a otro y en cada país de una región a otra porque las palabras no son las mismas y porque también en las palabras coexisten el ánima –que es la mujer interior del hombre– y el ánimus –que es el hombre interior de la mujer– y así, el sol que es viril entre nosotros se hace mujer en Alemania; la leche que es mujer para los venezolanos es hombre en Italia o en Francia y los ingleses, al parecer, están mejor equipados para nombrar el mar porque ofrecen diez palabras para designar la forma de las olas mientras nosotros apenas tendremos dos o tres y cruzamos la frontera y el nombre de una flor ya es otro; lo que demuestra también que el alma de las palabras invade y revolotea en su cuerpo en un intento por fusionar el ánima y el ánimus, es decir, por volverlo andrógino. 
Ya sea en sentido figurado, en la metáfora, la imagen poética o en el contacto desconcertante con otros verbos, la palabra tiene que expresar cabalmente lo que queremos que ella exprese. La palabra “Presidente”, por ejemplo, tiene una significación mayestática, de poder; presencia, altura y altivez vinculadas a un cargo específicamente representativo; en particular, cuando se trata de la Presidencia de la República pero no puedo en modo alguno agregar a la majestad que lo reviste el nombre de Nicolás Maduro porque estaría distorsionando, desvirtuando y empobreciendo el significado, el respeto y los alcances de la magistratura implícitos en la palabra “Presidente”. 
De allí que me vea obligado a mencionar el nombre de Nicolás a secas y a tutearlo como a cualquiera de mis compatriotas y vecinos, consciente de que al hacerlo el poder del lenguaje, sin obligarme a ser yo quien lo diga, manifestará tácita pero contundentemente la ineficacia, la impericia, el no estar preparado para asumir no solo la dignidad y la altura de un mandato presidencial sino la concepción, ejecución y aplicación de previsiones y medidas de aliento social y económico que se requieren. Además, los expertos califican su lenguaje de “desafortunado, irritante, agresivo e intimidatorio”. ¡A mí me parece de botiquín!”.
En la novela Double Kill (La sombra de Caín) de Daniel da Cruz, para la serie noir de Gallimard, un periodista, inocente, condenado a cadena perpetua pretende estudiar con la ayuda de prisioneros de altas profesiones y hacer de su condena un acto de recuperación moral. Uno de sus futuros profesores le advierte: será preciso que seas capaz de prever las exigencias de la sociedad a las que el gobierno debe responder elaborando programas adecuados; tendrás que comprender los procedimientos científicos y técnicos que se requieren para satisfacer esas exigencias; conocer las industrias que ejecutarán esos procedimientos a fin de predecir cuáles necesitan recursos, dinamismo y políticas para justificar los gastos del gobierno. Deberás poseer sentido de las finanzas, conocer a fondo las ciencias económicas, las tecnologías, la sociología urbana, las leyes corporativas, la contabilidad, las estadísticas, impulsar la productividad, auspiciar y proteger las inversiones y un conocimiento intenso y profundo de los distintos programas de búsquedas e investigación puestos en marcha por otros gobiernos y reunirte (es lo que agregaría yo a semejantes advertencias) no con militares inexpertos e ineficaces sino con profesionales de alto nivel universitario.
¡Déjame decírtelo de una vez por todas, Nicolás! En una sola jornada, 1.102.236 venezolanos afirmaron que no eres capaz de asumir estas tareas. Lo siento mucho: ¡no te avergüences!, pero has dado muestras suficientes de ineptitud. Como dicen en los seriales de televisión cuando el asesino dispara a la víctima: ¡“No es nada personal!”. Antes de irte, por favor, ¡deja en paz a la Polar! Perdóname, pero por respeto a los resplandores, a la gloria y exactitud del lenguaje, solo puedo llamarte Nicolás y no ¡Presidente de la República!

Fuente: http://www.el-nacional.com/rodolfo_izaguirre/resplandores-lenguaje_0_850714994.html

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