domingo, 20 de agosto de 2017

VERBO CANALLA

EL MUNDO, Barcelona, 16 de agosto de 2017
 SECRETO IBÉRICO
Palabrotas e ibuprofeno
Javier Cid

La canallada de escribir en agosto es que ya pasó todo y apenas queda nada. Ya se han muerto Jeane Moreau y Paquita Rico. Los mozos regresaron a Sidney tras surfear la Estafeta en los remotos Sanfermines, y de sus sangres sólo quedan cicatrices. Y el "yo no sabía nada" de Cristiano y Rajoy ya es polvo de muertos. Agosto, ruina y vacío.

Así las cosas, dejo al azar la columna de hoy; extiendo en la mesa un racimo de revistas de moda y varietés, escojo una, la abro a suertes y señalo una frase con el índice, que es el dedo de las cosas importantes. El experimento no defrauda. Leo: "¡Desfigurado por el espíritu del mal, cerdo, aborto! ¡Oprobio del vientre pesado de tu madre! ¡Andrajo del honor!". La sentencia, de William Shakespeare en Ricardo III, pertenece a un pomposo artículo sobre las palabrotas en la literatura. Recojo el guante que me lanza el destino, y me encomiendo al glorioso arte de los tacos. Paquito Umbral, va por ti.

Concluye un estudio de la Universidad de Cambridge que las personas de lengua retorcida son más sinceras. Nos ha jodido; eso lo sé yo y lo saben en Totana (Murcia). Otro santuario de sabios, el Massachusetts College of Liberal Arts, dice que insultar es un síntoma preclaro de inteligencia. Cuanto más frondoso sea el improperio, más trajín de neuronas tendrá el emisor.

Proferir tacos, además de liberador para el espíritu, es también un analgésico natural. El Ibuprofeno de la oratoria. La Universidad de Keele, en Newcastle, organizó dos grupos de estudiantes; en uno estaban los que decían menos de 10 palabrotas al día, y otro los que soltaban por la boquita más de 40, o sea, lo mejor de cada casa, y les obligaron a meter las manos en agua helada. Pues bien: los del segundo equipo aguantaron más tiempo. Y unos investigadores neozelandeses analizaron el influjo de la palabra fuck -el todopoderoso joder castellano- entre los trabajadores de una fábrica de jabón. Y comprobaron que un joder a tiempo cohesionaba al clan, encarnaba solidaridad proletaria y suavizaba las tensiones propias de las fábricas de jabón, que por lo visto son terribles.

Muchos escritores ya se adelantaron a este exuberante actividad científica. Fueron, son, geniales visionarios de los bajos fondos, poetas del malvivir que desembucharon su verbo canalla en clásicos de ayer, hoy y siempre. Quevedo no cayó nunca en la cursilería de utilizar el pompis, gracias a Dios, y no le tembló la pluma cuando escribió las Gracias y desgracias del agujero del culo. A Valle-Inclán, que descendió como nadie a aquel Madrid de albañales y pichabravas, le debemos aquel "¿Son almas en pena? Son hijos de puta". Y Cela, que se daba tremendo garbo con la palangana, se sacó de la Olivetti un Diccionario Secreto de palabrotismos. Sirva el cojón, del latín cõleus, como ilustre ejemplo de este glosario: "Glándula genital del macho que, en el individuo bien constituido, se presenta formando par", escribió don Camilo.

De Aristófanes al "¡se sienten, coño!" de Tejero, las letras universales están colmadas de trovadores de prosa cachonda. Ya lo decía Catulo en los cenáculos del siglo I a.C., donde los versos eran pura dinamita: "El buen poeta debe ser casto en persona / pero no sus versos / Que estos sólo tienen sal y encanto / si son algo voluptuosos y poco púdicos". A Catulo, el Eminem del Imperio Romano, le debemos el poema más hardcore de la Historia de la Literatura. No reproduciré aquí sus virguerías, por prudencia, más que nada. Pero les invito a leerlo sin censura. Por cada uno de sus versos muere un ñeta en el salvaje Bronx, New York City.

Fuente:
http://www.elmundo.es/opinion/2017/08/16/59943430e2704e49478b461d.html
Fotografía: José Aymá.

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