miércoles, 30 de agosto de 2017

LUZ

EL UNIVERSAL, Caracas, 30 de agosto de 2017
La oración
Rabino Isaac Cohen Cohen

La oración es el alimento del alma, al igual que el pan es el alimento del cuerpo. El alivio espiritual que una súplica propone es que su efecto se prolongue hasta el momento de la siguiente oración, así como la fuerza que da una comida que dura hasta la siguiente comida.

La oración es una comunicación sin hilos -“inalámbrica”, diríamos hoy en día- entre el hombre y Dios. La fe eleva el alma hacia Dios, y la oración es el lazo y el medio de conexión.

Cada día, a través de la oración mandamos un mensaje a Dios, renovando así nuestra amistad con Él. Aquellos que piensan que la oración no es más que algo ritual y circunstancial, no tienen con Dios relaciones de amistad. Tan sólo mantienen con Él una comunicación superficial y de pura cortesía.

Beneficios de la oración

La oración no es simplemente una súplica que le dirigimos a Dios, sino que ejerce una influencia benéfica sobre nosotros. Aproxima a Dios hacia el hombre y, al mismo tiempo, eleva al hombre hacia Dios, dándole nuevas fuerzas morales y liberándolo de sus imperfecciones.

Yehudá Haleví, uno de los más célebres teólogos del medioevo, decía: “El hombre debería esperar con impaciencia la hora de la oración, pues durante esos momentos tiene la posibilidad de elevarse espiritualmente por encima de las contingencias humanas”.

Al hombre le fue dado el don de la palabra, y debe aprender a utilizarlo con prudencia y recato. Por eso repetimos, cada día, el humilde ruego del Salmista, el Rey David: “Dios, abre mis labios y que mi boca proclame tus alabanzas”.

El rezo dirigido por el bienestar de un tercero, es bien recibido y de primero. Aun cuando nos neguemos a aceptar la eficacia de la oración y no la tengamos presente en nuestra vida diaria, ciertamente si nos topamos con dificultades o infortunios, acudiremos a ella buscando ansiosamente el contacto con el Creador, nuestro Padre y nuestro Guardián.

El hombre acosado por la angustia, encuentra en la oración la serenidad. Le permite al creyente dirigirse a alguien que en todo momento lo escucha y lo comprende. Dicen nuestros sabios, que orar equivale a hablar en confianza al oído de un amigo.

A veces nos sentimos desanimados y nos parece que Dios permanece insensible a nuestras plegarias. Le hemos solicitado salud, bienestar, protección y un sinnúmero de cosas, y nos da la impresión de que no nos ha concedido nada. Sin embargo, Dios siempre nos escucha. Hay que saber que el Creador nos concede, por nuestro propio bien, sólo aquello que nos es posible recibir. Nuestros sabios dijeron que hemos de pedirle a Dios que nos conceda lo que necesitamos y no, lo que deseamos.

Quizás una persona no rece porque perdió la costumbre, o porque nunca aprendió a hacerlo. Esta situación se asemeja a una casa con un bello piano de cola ubicado en medio de la sala que nunca ha sido tocado por nadie. Aquel que no reza es como ese piano, cuyas teclas permanecen siempre mudas y durmientes.

Momento de orar

Rezar es un arte que debemos aprender, cultivar y perfeccionar a lo largo de nuestra vida. En su programa diario, cada persona encuentra tiempo para comer, para leer, para divertirse; de igual manera, debe encontrar tiempo para Dios, o lo que es lo mismo, tiempo para orar.

Dios nos da mucho, o más bien todo. ¿No es justo entonces dedicarle un poco de nuestro tiempo? No dejemos que transcurra el día sin que hayamos rezado por lo menos una vez, pues una sola y única oración diaria es preferible a no rezar del todo.

Que Dios nos inspire con Su luz y nos otorgue satisfacción y felicidad por el intermedio de la oración.

Fuente:
http://www.eluniversal.com/noticias/opinion/oracion_667740

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