"Por eso, si ya me ha llegado a mí la hora de orar en los grandes almacenes, en la cocina o en los embotellamientos, daré gracias al Señor. Pero, sin duda, mi tibieza o algunos fracasos repetidos me obligarán a ser más modesto, a reconocer que esa hora todavía no ha llegado para mí (...) Tenemos que encontrar nuestra pequeña 'tierra sagrada'"
Claude Fipo, SJ
("Invitación a la oración", Editorial Sal Terrae, Bilbao, 1994: 14).
Ilustración: Georges Mathieu.
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domingo, 3 de mayo de 2020
viernes, 10 de abril de 2020
EL CAMINO EMPEDRADO DE DILEMAS
Nuestro camino es la cruz
Víctor Maldonado C.
Un país sin derechos tampoco puede respetar la dignidad de la vida. ¿En qué momento fuimos condenados a esta muerte por sorteo?
La oración en el silencio de la noche
Todo silencio, todo vacío. La ciudad está desolada. O al menos eso parece desde la imaginación insomne. Cualquiera diría que las ciudades están tristes cuando carecen de esa algarabía que siempre se oye al fondo. En nuestro caso este silencio denota la tristeza que es la acumulación de la desesperanza que todos cargamos encima y que, sin embargo, no nos quita capacidad de lucha y de mantener el esfuerzo de soñar un país mejor. En este afán hemos envejecido todos, incluso los más jóvenes que han debido asumir una madurez que todavía les falta para encarar desde su arrojo esta maldición que significa vivir al día, sin saber a dónde nos lleva este mar grotesco y arbitrario en el que se nos ha convertido el país. Somos la paradoja de saber cómo estamos y a pesar de eso, no resignarnos. El mal totalitario parece regir entre la persecución a la libertad, la dispersión de los ciudadanos, el exterminio de cualquier recurso que rinda tributo a la vida y la exhibición morbosa, por parte de ellos, de una forma de vida donde todo es tentación y excesos.
El demonio es exterminio, tentación y cínica indiferencia. Tienta con el dinero fácil mientras concede a cambio el infeliz atributo de la indolencia que mata la conciencia. Ellos padecen otro silencio más demoníaco, nada escuchan, ni el reclamo por justicia, ni los gritos que imploran ayuda, ni la tragedia del hambre, la desesperación o la muerte. El silencio de ellos es la única contraprestación que reciben por estar al servicio de la destrucción. Ese dinero robado, el saqueo de los recursos del país, la delación interesada, la tortura, el manoseo de la justicia, el placer extremo, el descontrol de los instintos, todos esos excesos son de ellos, tanto como el hambre del niño que esta noche no puede comer, de la viejita que se deshace entre la soledad y la incomprensión de lo que está ocurriendo, y de todos aquellos que sienten miedo. Ese dinero transformado en placer y en dolor, en goce y en restricción, en desvarío y en tristeza, en algarabía narcisista y en la quietud del hambre, sed y soledad, todas estas contradicciones y dicotomías son los extremos de un mismo camino y la ruta de un mismo caminante, que es perverso y depredador. La ciudad silenciosa vela y pide que Dios aparte de su boca ese cáliz lleno amargura. La ciudad está también triste hasta la muerte, se sabe rodeada de lobos hambrientos. ¿Quisimos pasar por esto? ¿Hicimos caso omiso de las señales que nos indicaban que esto era lo que venía? ¿Abrimos el redil a los falsos pastores? Todo estaba escrito. La noche, su silenciosa tristeza, evoca un insoportable vacío de Dios. Los falsos pastores nos lo han arrebatado.
Condenados a muerte
Un país sin derechos tampoco puede respetar la dignidad de la vida. ¿En qué momento fuimos condenados a esta muerte por sorteo? ¿Cuál fue la decisión originaria, el momento raíz que desató todo el caos que ahora vivimos con angustia? ¿En qué sitio se perdió la compasión por el daño abstracto, ese que no nos toca aun, ese mal que afecta al otro lejano de nosotros y que, sin embargo, también es venezolano? ¿Cuándo nos dejó de importar la suerte de los que se fueron cruzando los dedos, esperando que nada pudiera ser peor que un país sin ley, sin economía, sin moneda, sin trabajo, sin alimentos, sin luz, sin agua, sin seguridad, sin telecomunicaciones, sin señales de cambio? ¿Cuándo a los que se fueron les dejó de importar el trajinar de los que se quedaban atrás, con la mirada perdida en un horizonte irreplicable, replanteándose la vida, ahora mas precaria, con más soledad y con menos oportunidades? ¿Cuándo dejó de importarnos el niño que se vio abandonado por la fuerza de las circunstancias, porque sus padres se fueron con la promesa de mandar para una comida que ahora falta en la mesa, y que se suma a la escasez de abrazos, la carencia de afectos, y a la nostalgia creciente porque la promesa no fue el desamparo sino el estar juntos para afrontar una vida que no es promesa sino sentencia? La pandemia es solamente la última línea de una condena certera en un país desvencijado, descoyuntado, con ciudadanos transformados en rehenes y siervos descartables. Reos somos de muerte, aun siendo culpables, porque el mal tan afianzado ya no es capaz de discriminar. El niño mira desde su rincón y llora la falta de sueños a la que ha sido condenado.
La cruz a cuestas
Desde la noche que transcurre insomne ratifico el pacto con mi propio silencio. Mantener, en la medida de lo posible, una ficción de normalidad cuando todo es ambiguo, turbulento e inexplicable. No es una noche agónica. Esa es precisamente la tragedia. Nada transcurre. Todo está detenido mientras avanza esa nebulosa falta de certezas para la cual no hay preguntas, mucho menos respuestas. El peso es infinito y a la vez liviano. Se debe cargar, pero no se puede soportar sobre los hombros. Todo consiste en eso, en seguir adelante sabiendo que la cuesta es interminable y que, si acaso tiene fin, ella concluye en el mismo Gólgota de incomprensiones. En eso consiste el peso, en la imposibilidad de cálculo, en la negra noche que lo cubre todo, incluso la capacidad para imaginar el futuro. Y, sin embargo, no tengo una convicción más firme que seguir avanzando con serenidad en la ruta que me toca, como si nada estuviera ocurriendo, como si la cruz no fuera tal.
La noche acompaña todas las cavilaciones que vienen en tropel cuando ni siquiera estamos preparados para las preguntas cuyas respuestas sabemos y no sabemos. ¿Esto pasará? ¡Todo pasa! ¿Sobreviviremos a esta época y lucharemos porque la otra que venga aplaste el mal que hoy nos somete? ¡El mal es esquivo e impreciso! ¿Y mientras tanto, qué pasará con mi vida, mis afectos, mis proyectos, mi futuro? La única respuesta es esta cruz que pesa y no pesa, que cargo y no cargo, que tiene ruta y que no tiene sendero, y que siempre culmina en el Gólgota. Preocúpate por la cruz de hoy, por la que sientes esta noche, por la que acompaña tus silencios. Reza y pide a Dios que te de fuerzas para seguir adelante. Y pídele que te deje dormir, que los sueños sean benignos y te dejen imaginar la libertad que entre tanta oscuridad todos hemos perdido.
Todos tenemos una primera caída
Cargo mi cruz, pero me siento agobiado. ¿Y si huyo de todo esto y me salvo yo? ¿Y si me entrego definitivamente al mal que vive tan bien? Allí están ellos, los que tienen el látigo en la mano y no son nunca la espalda que maltratan. Cerca está el que reparte y se queda con la mejor parte. El que tiene acceso a gasolina, divisas, alimentos, carro, mujeres lindas y paseos a Los Roques. En la esquina, al comenzar la dura cuesta, sonríen porque se sienten más allá de cualquier alcance. Ellos son la revolución impune, la que gana con nuestra perdición. La que todavía se ríe, canta y goza. Ellos si tienen futuro. Yo solamente tengo este madero que me pesa tanto y me hace tropezar. Ellos son ese traspiés que ahora yo quiero con demencia febril. ¿Y si lanzo lejos esta cruz tan pesada y me abrazo a sus pies, juro lealtad y agarro la vara con la que me amenazan para ser yo el que golpee a los demás? Me pesa la tentación más que la cruz misma, y caigo. Desearlo es solamente el principio. ¿Y por qué no? ¿Por qué ser yo el perdedor si puedo hacer que sean los demás los perdidos? Mi hijo me saca de mis delirios. Me dice ¡Vamos, yo te acompaño! Me levanto y sigo adelante, con la cruz a cuestas, comprometido con la ruta, agradeciendo el susurro de Dios que me salva del desvío.
El cuarto mandamiento
Ser viejo no significa que seas descartable. Este camino está empedrado con falsos dilemas. En el camino de mi propio calvario me consigo con algo extraño. Mi madre es la que llora por mí. Debería ser lo contrario, pero ¿quién decide la vida y la muerte de los demás? ¿Quién es capaz de condenar a la muerte al otro? ¿Quién toma la determinación de que son ellos, padres y abuelos, los que no tienen otro derecho que su propia suerte al momento de sobrevivir a la enfermedad? ¿El que tiene esa potestad lo haría con su madre, su tío, su abuelo, su padre, su hermano mayor? ¿Quién te confirió juez y señor hasta hacerte repugnante al “no matarás”?
Esta cultura del descarte de los que sirven menos ha construido una ciudad donde en cada esquina huele al acre abandono llevado hasta sus últimas consecuencias. Honrar es ahora una liturgia de las distancias. La vida se ha convertido en esa pantalla que luce tantas veces como un escudo que nos protege de la realidad. Hoy condenamos a muerte a los débiles, a los que no se pueden defender, y con eso relativizamos derechos que para nosotros son inalienables e imprescriptibles, pero que para los demás son condicionales porque los hacemos depender de nuestra propia conveniencia. Mientras tanto, mi cruz se ve confortada porque allí está ella, velando mi paso, honrando esa vieja promesa del amor incondicional que con tanta facilidad apartamos ahora. Yo sigo de largo. Señor, danos una buena vida y muerte apacible. Que no sea yo el que descarte ni mucho menos el descartado. Que al momento de la despedida final pueda estar acompañado y que no sea el abandono el único compañero.
¡Ayúdame!
Me pesa tanto que no voy a poder llegar. Esta noche de oscuridad absoluta me siento más débil y frágil que nunca. Solos no podemos. No hay forma de seguir erguido, con este peso, recorriendo un camino tan tortuoso. ¡Ayúdame por favor y hazme justicia! ¡Ayúdame y déjame coger un respiro! ¡Regálame al menos un minuto de descanso! Otórgame un halo de esperanza, ven y lucha conmigo. Rescátame para que mi carga sea más llevadera. No quiero que entiendas mal. No quiero que lleves mi cruz. No quiero cargarte con ella. Solo quiero que el peso se alivie, quiero que tú hagas el camino, y me alejes de la cima del monte donde el mal quiere verme crucificado. Al final llegaré allá, encontraré mi camino y cumpliré la voluntad de Dios. Lo haré con dignidad y en su momento. Pero ahora apiádate de mí, préstame tus manos, confíame tus hombros, dame tu fuerza, y tal vez juntos seamos capaces de replantear nuestro destino. Ayúdame porque solo no puedo.
La oscuridad ya no me deja ver
Ten compasión y déjame ver. Ven y limpia mi rostro de tanta penumbra. Quiero poder saber en qué consiste esta trama que el mal ha hilvanado con tanta paciencia. El engaño original, los pactos fraudulentos, las promesas incumplidas, la perversidad del que te ha mentido, el uso de la fuerza para aplastarte, el miedo para inmovilizarte, el hambre para que no tengamos fuerza, la separación para que perdamos de vista las razones por las cuales seguir luchando, la muerte exhibida en toda su atrocidad para saquearnos el pudor. El olvido y la indiferencia como una epidemia que nos permite el abandono sin arrepentimientos. Lávame el rostro y déjame ver con claridad lo que es malo, lo que es bueno, lo que se puede perdonar, lo que no podemos olvidar y los hechos que debemos administrar con justicia. Lávame el rostro y déjame ver cual es el camino y cual es la perdición.
No llores por mí. Compadécete de tu propia suerte
Ya es tarde para resolver lo que está a punto de consumarse. Me verás caer mil veces más. Verás cómo se juegan la suerte para disputarse lo que yo valoro, mi libertad y un ambiente de justicia y memoria que no pierda de vista la iniquidad. Verás cuando los malos se disfracen de apropiados para seguir gobernando. Tendrás que soportar la sorna y la bajeza. Te quitarán lo tuyo cuando ya no tengan nada más que arrebatarme. Y serás testigo silente, ¿e indiferente?, de mi muerte, de muchas muertes, de las que son abandono, apatía, las que se provocan cuando insistes en voltear la mirada, cuando aplaudes las falsas victorias, cuando te abandonas a la comodidad de tu propia cobardía y cedes, concedes y te dispones a convivir con el mal que te aplasta. No llores por mí porque es cuestión de tiempo que seas tú el que se transforme en víctima. No llores por mí, porque estoy a pasos de ser un todo consumado, una cabeza caída en sus hombros, muerta, irreversiblemente muerta. Llora por ti, por tu absurda ceguera.
Volvemos al mismo silencio de la noche
La ciudad continúa oscura y taciturna. Pero todos nos sabemos insomnes y víctimas de las mismas preguntas que no queremos hacernos, y de esas respuestas que no queremos darnos. La ciudad confunde. Silencio no es sosiego. Es grito de desolación, porque la muerte no claudica, el hambre no espera, la enfermedad no cesa, la desesperación no se atenúa. ¿Dónde esta el Dios compasivo que en esta noche parece tan distante? ¿Por qué nos sentimos tan abandonados, tan yermos? Son preguntas que evaden, son falsas interrogantes que nos quiere colocar en un umbral de comodidad que no merecemos. No es Dios el que está fallando. Somos nosotros los que estamos lejos y por lo tanto no alcanzamos a ver.
La vida se aprecia en perspectiva o no se ve bien. Llegar hasta aquí es una demostración de fortaleza indómita. Llegar sin haber caído en la tentación del extravío o de la entrega al mal, es la demostración de que Dios ha permitido que nos mantengamos invictos. Dios susurra en nuestras mentes y corazones, mientras habla con el ejemplo de los que nos rodean. Se expresa en el coraje del que no se inclina ante el mal a pesar de los costos. Te hace ver que está allí, en el padre que no abandona a sus hijos a pesar del hambre. Y de los hijos que no dejan morir a sus padres en soledad y desprecio. En los médicos que arriesgan su vida para salvar a otros. En los que comparten su pan, aunque sea escaso. Y en los políticos que no ceden, ni transan, ni se callan. La noche no puede ocultar una ciudad que nos da lecciones.
Dios está allí, en el camino de nuestras dudas que milagrosamente se transforman en certezas. Está en nuestras caídas y en nuestras ganas de levantarnos. En nuestra mirada compasiva tanto como en nuestra santa indignación cuando pedimos que el cielo nos conceda justicia. Se refleja en la verdad, y en el testimonio que se da a favor de la verdad. Dios está en nuestro coraje cotidiano, cuando no nos reducimos al silencio, cuando el insomnio no nos impide deliberar y rezar. Dios está en los exhortos de Juan Pablo II, que nos precedió en la experiencia del comunismo, y que nos pide que no caigamos víctimas del miedo porque “el miedo es el primer aliado de los enemigos de la causa. Obligar a callar mediante el miedo, eso es lo primero en la estrategia de los impíos. El terror que se utiliza en toda dictadura está calculado sobre el mismo miedo que tuvieron los Apóstoles. Cristo no se dejó aterrorizar por los hombres. Saliendo al encuentro de la turba, dijo con valentía: Soy yo”. Dios está en la pregunta que resuena como un trueno en la noche oscura que nos impugna ¿Y tú? ¿Y yo?
¿Dónde está Dios? En nuestro compromiso con la verdad, en nuestras ganas de proclamarla, aunque sea una verdad dura, complicada, problemática, tajante, peligrosa. Proclamar la verdad sin oportunismos, sin edulcorarla, sin la falsa apariencia de la diplomacia. Juan Pablo II, que como nosotros hoy, vivió alguna vez la maraña totalitaria, el mal exterminador en todo su apogeo, nos impugna y nos empuja a “dar testimonio de la verdad, aun al precio de ser perseguido, a costa incluso de la sangre, como hizo Cristo mismo...” Esa es nuestra cruz esencial y la presencia de Dios en medio de nosotros, si algo hay que hacer, si en la noche oscura te preguntas ¿cuál es la propuesta? ¿qué puedo hacer yo? La respuesta es sencilla: Proclama la verdad, no le hagas concesiones al miedo, esgrime la verdad y lucha porque sea la verdad la que se imponga, porque solo un estrecho compromiso con la verdad nos hará libres.
¡Que la presencia de Dios nos de la fuerza para seguir adelante!
10/04/2020:
Ilustración: Audrey Anastasi.
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Víctor Maldonado C.
lunes, 6 de abril de 2020
CAZA DE CITAS
"... La fe ya no es un lujo inútil, sino la vida misma, aquello sin lo cual ya no hay hombre ni interioridad ni libertad. Y la oración ya no es un añadido a la vida, sino la fe mima en su esencia y en su ejercicio más cotidiano"
Claude Flipo
("Invitación a la oración", Sal Terrae, Bilbao, 1991: 41)
Ilustración: Jesús, oración en el Huerto en la Maestà del Duccio (Sira Gadea).
Claude Flipo
("Invitación a la oración", Sal Terrae, Bilbao, 1991: 41)
Ilustración: Jesús, oración en el Huerto en la Maestà del Duccio (Sira Gadea).
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lunes, 23 de marzo de 2020
CAZA DE CITAS
"Más aún que el recuerdo de Dios, lo que mantiene al cristiano en la oración es la búsqueda continua de su voluntad. El signo que Dios le da, el sacramento de su proximidad, es el momento presente"
Claude Flipo, SJ
("Invitación a la oración", Editorial Sal Terrae, Bilba, 1994: 93)
Ilustración: Kristin Miller.
Claude Flipo, SJ
("Invitación a la oración", Editorial Sal Terrae, Bilba, 1994: 93)
Ilustración: Kristin Miller.
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miércoles, 30 de agosto de 2017
LUZ
EL UNIVERSAL, Caracas, 30 de agosto de 2017
La oración
Rabino Isaac Cohen Cohen
La oración es el alimento del alma, al igual que el pan es el alimento del cuerpo. El alivio espiritual que una súplica propone es que su efecto se prolongue hasta el momento de la siguiente oración, así como la fuerza que da una comida que dura hasta la siguiente comida.
La oración es una comunicación sin hilos -“inalámbrica”, diríamos hoy en día- entre el hombre y Dios. La fe eleva el alma hacia Dios, y la oración es el lazo y el medio de conexión.
Cada día, a través de la oración mandamos un mensaje a Dios, renovando así nuestra amistad con Él. Aquellos que piensan que la oración no es más que algo ritual y circunstancial, no tienen con Dios relaciones de amistad. Tan sólo mantienen con Él una comunicación superficial y de pura cortesía.
Beneficios de la oración
La oración no es simplemente una súplica que le dirigimos a Dios, sino que ejerce una influencia benéfica sobre nosotros. Aproxima a Dios hacia el hombre y, al mismo tiempo, eleva al hombre hacia Dios, dándole nuevas fuerzas morales y liberándolo de sus imperfecciones.
Yehudá Haleví, uno de los más célebres teólogos del medioevo, decía: “El hombre debería esperar con impaciencia la hora de la oración, pues durante esos momentos tiene la posibilidad de elevarse espiritualmente por encima de las contingencias humanas”.
Al hombre le fue dado el don de la palabra, y debe aprender a utilizarlo con prudencia y recato. Por eso repetimos, cada día, el humilde ruego del Salmista, el Rey David: “Dios, abre mis labios y que mi boca proclame tus alabanzas”.
El rezo dirigido por el bienestar de un tercero, es bien recibido y de primero. Aun cuando nos neguemos a aceptar la eficacia de la oración y no la tengamos presente en nuestra vida diaria, ciertamente si nos topamos con dificultades o infortunios, acudiremos a ella buscando ansiosamente el contacto con el Creador, nuestro Padre y nuestro Guardián.
El hombre acosado por la angustia, encuentra en la oración la serenidad. Le permite al creyente dirigirse a alguien que en todo momento lo escucha y lo comprende. Dicen nuestros sabios, que orar equivale a hablar en confianza al oído de un amigo.
A veces nos sentimos desanimados y nos parece que Dios permanece insensible a nuestras plegarias. Le hemos solicitado salud, bienestar, protección y un sinnúmero de cosas, y nos da la impresión de que no nos ha concedido nada. Sin embargo, Dios siempre nos escucha. Hay que saber que el Creador nos concede, por nuestro propio bien, sólo aquello que nos es posible recibir. Nuestros sabios dijeron que hemos de pedirle a Dios que nos conceda lo que necesitamos y no, lo que deseamos.
Quizás una persona no rece porque perdió la costumbre, o porque nunca aprendió a hacerlo. Esta situación se asemeja a una casa con un bello piano de cola ubicado en medio de la sala que nunca ha sido tocado por nadie. Aquel que no reza es como ese piano, cuyas teclas permanecen siempre mudas y durmientes.
Momento de orar
Rezar es un arte que debemos aprender, cultivar y perfeccionar a lo largo de nuestra vida. En su programa diario, cada persona encuentra tiempo para comer, para leer, para divertirse; de igual manera, debe encontrar tiempo para Dios, o lo que es lo mismo, tiempo para orar.
Dios nos da mucho, o más bien todo. ¿No es justo entonces dedicarle un poco de nuestro tiempo? No dejemos que transcurra el día sin que hayamos rezado por lo menos una vez, pues una sola y única oración diaria es preferible a no rezar del todo.
Que Dios nos inspire con Su luz y nos otorgue satisfacción y felicidad por el intermedio de la oración.
Fuente:
http://www.eluniversal.com/noticias/opinion/oracion_667740
La oración
Rabino Isaac Cohen Cohen
La oración es el alimento del alma, al igual que el pan es el alimento del cuerpo. El alivio espiritual que una súplica propone es que su efecto se prolongue hasta el momento de la siguiente oración, así como la fuerza que da una comida que dura hasta la siguiente comida.
La oración es una comunicación sin hilos -“inalámbrica”, diríamos hoy en día- entre el hombre y Dios. La fe eleva el alma hacia Dios, y la oración es el lazo y el medio de conexión.
Cada día, a través de la oración mandamos un mensaje a Dios, renovando así nuestra amistad con Él. Aquellos que piensan que la oración no es más que algo ritual y circunstancial, no tienen con Dios relaciones de amistad. Tan sólo mantienen con Él una comunicación superficial y de pura cortesía.
Beneficios de la oración
La oración no es simplemente una súplica que le dirigimos a Dios, sino que ejerce una influencia benéfica sobre nosotros. Aproxima a Dios hacia el hombre y, al mismo tiempo, eleva al hombre hacia Dios, dándole nuevas fuerzas morales y liberándolo de sus imperfecciones.
Yehudá Haleví, uno de los más célebres teólogos del medioevo, decía: “El hombre debería esperar con impaciencia la hora de la oración, pues durante esos momentos tiene la posibilidad de elevarse espiritualmente por encima de las contingencias humanas”.
Al hombre le fue dado el don de la palabra, y debe aprender a utilizarlo con prudencia y recato. Por eso repetimos, cada día, el humilde ruego del Salmista, el Rey David: “Dios, abre mis labios y que mi boca proclame tus alabanzas”.
El rezo dirigido por el bienestar de un tercero, es bien recibido y de primero. Aun cuando nos neguemos a aceptar la eficacia de la oración y no la tengamos presente en nuestra vida diaria, ciertamente si nos topamos con dificultades o infortunios, acudiremos a ella buscando ansiosamente el contacto con el Creador, nuestro Padre y nuestro Guardián.
El hombre acosado por la angustia, encuentra en la oración la serenidad. Le permite al creyente dirigirse a alguien que en todo momento lo escucha y lo comprende. Dicen nuestros sabios, que orar equivale a hablar en confianza al oído de un amigo.
A veces nos sentimos desanimados y nos parece que Dios permanece insensible a nuestras plegarias. Le hemos solicitado salud, bienestar, protección y un sinnúmero de cosas, y nos da la impresión de que no nos ha concedido nada. Sin embargo, Dios siempre nos escucha. Hay que saber que el Creador nos concede, por nuestro propio bien, sólo aquello que nos es posible recibir. Nuestros sabios dijeron que hemos de pedirle a Dios que nos conceda lo que necesitamos y no, lo que deseamos.
Quizás una persona no rece porque perdió la costumbre, o porque nunca aprendió a hacerlo. Esta situación se asemeja a una casa con un bello piano de cola ubicado en medio de la sala que nunca ha sido tocado por nadie. Aquel que no reza es como ese piano, cuyas teclas permanecen siempre mudas y durmientes.
Momento de orar
Rezar es un arte que debemos aprender, cultivar y perfeccionar a lo largo de nuestra vida. En su programa diario, cada persona encuentra tiempo para comer, para leer, para divertirse; de igual manera, debe encontrar tiempo para Dios, o lo que es lo mismo, tiempo para orar.
Dios nos da mucho, o más bien todo. ¿No es justo entonces dedicarle un poco de nuestro tiempo? No dejemos que transcurra el día sin que hayamos rezado por lo menos una vez, pues una sola y única oración diaria es preferible a no rezar del todo.
Que Dios nos inspire con Su luz y nos otorgue satisfacción y felicidad por el intermedio de la oración.
Fuente:
http://www.eluniversal.com/noticias/opinion/oracion_667740
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Yehudá Haleví
domingo, 5 de octubre de 2014
CAZA DE CITAS
"... El examen de conciencia, que tiene mala prensa, porque la manera en que normalmente ha sido practicado ha contribuido a desacreditarlo como una especie de repliegue morboso y culpabilizador sobre uno mismo. Y debería ser todo lo contrario. Debemos rehabilitar el examen de conciencia a diario"
Claude Flipo (SJ)
("Invitación a la oración", Editorial Sal Terrae, Santander, 1994: 73)
Claude Flipo (SJ)
("Invitación a la oración", Editorial Sal Terrae, Santander, 1994: 73)
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sábado, 19 de abril de 2014
ORACIÓN
Oración ante el Crucificado
Angel Moreno - Viernes, 18 de abril de 2014
Siento pudor, Señor, al mirarte en la Cruz, desnudo y muerto, despojado por los hombres de tu vida humana. Me traes a la memoria a tantos humillados y desposeídos, ante los que rehuyo la mirada porque me denuncian tanto acomodo.
Siento piedad, Señor, al verte dolorido, sangrante y traspasado. Mas pienso si será un sentimiento natural, que me invade cuando contemplo situaciones desgraciadas. Temo que tan solo perciba el estremecimiento un tanto consumista de emociones fuertes. Me humilla la sospecha de que todo quede reducido al efecto de un impacto pasajero.
Siento escándalo ante ti crucificado, cuando sé que la razón de tu cruz son mis culpas, y que estás ahí para levantar tus brazos ante tu Padre, Dios, y redimir así mis pecados. ¡Cómo poder acostumbrarme a verte en la Cruz sin sufrir sonrojo!
Siento también tu acompañamiento, Señor, y sé, por tus heridas, que no me hablas de memoria, ni vienes a mi lado por compromiso, sino que has hecho una opción permanente de ungir y vendar mis llagas con las tuyas, y de iluminar mi dolor con los que Tú padeciste. ¡Cómo ayuda en la prueba saberse acompañado!
Siento gratitud, Señor, porque sin méritos propios, sino todo lo contrario, has querido ofrecerte de manera redentora en mi favor, para que cuando tu Padre me mire humillado en mi carne, se superponga sobre mí tu rostro, y me trate, inmerecidamente, como a hijo suyo, gracias a tu ofrenda generosa.
Déjame, entonces, sentir tu misericordia, Señor, que no dude del fruto de tu oblación, y no haga inútil tu generosidad porque quiera merecer yo tu perdón, o trate de afanarme en conseguirlo, cuando eres Tú el dador magnánimo de la gracia de la perdonanza, sin ningún mérito mío.
Déjame, Señor, sentir ante ti compasión, no tanto como expresión emocional, sino como opción sincera de compadecer contigo y con los que sufren, con quienes llevan sobre su historia el peso de la enfermedad, la pobreza, el dolor, la cruz.
Déjame, Señor, sentir amor, aunque parezca paradoja, si soy la causa de tu inmolación, por sentirme amado por ti de una forma tan desbordante. Pues no hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos, como Tú lo has hecho conmigo.
Déjame sentirme mirado por ti, que levantado en alto, al bajar Tú el rostro, inclinado hacia el suelo, favoreces que me encuentre con tu semblante, y saberme abrazado por tu ofrenda.
Déjame besarte, y que no sea falso mi gesto, ni vacía mi actitud. Pon Tú, Señor, en mis labios y en mi corazón, la expresión más limpia y humilde, pues lo que deseo es rendir mi pensamiento, y adorarte, reconocerte Dios y Señor, Santo y fuerte, vivo e inmortal.
Señor Jesucristo Crucificado, ten piedad de mí y de tantos que llevan sobre sus hombros el peso de la soledad, del sinsentido, de la orfandad, mendigos de amor y de relación amiga; que por tu cruz detengan todo movimiento desesperanzado y puedan experimentar la gracia de tu misericordia y tu bendición.
http://www.ciudadredonda.org/articulo/oracion-ante-el-crucificado
Fotografía: http://www.todocoleccion.net/cristo-arte-modelo-olot~x29314548
Angel Moreno - Viernes, 18 de abril de 2014
Siento pudor, Señor, al mirarte en la Cruz, desnudo y muerto, despojado por los hombres de tu vida humana. Me traes a la memoria a tantos humillados y desposeídos, ante los que rehuyo la mirada porque me denuncian tanto acomodo.
Siento piedad, Señor, al verte dolorido, sangrante y traspasado. Mas pienso si será un sentimiento natural, que me invade cuando contemplo situaciones desgraciadas. Temo que tan solo perciba el estremecimiento un tanto consumista de emociones fuertes. Me humilla la sospecha de que todo quede reducido al efecto de un impacto pasajero.
Siento escándalo ante ti crucificado, cuando sé que la razón de tu cruz son mis culpas, y que estás ahí para levantar tus brazos ante tu Padre, Dios, y redimir así mis pecados. ¡Cómo poder acostumbrarme a verte en la Cruz sin sufrir sonrojo!
Siento también tu acompañamiento, Señor, y sé, por tus heridas, que no me hablas de memoria, ni vienes a mi lado por compromiso, sino que has hecho una opción permanente de ungir y vendar mis llagas con las tuyas, y de iluminar mi dolor con los que Tú padeciste. ¡Cómo ayuda en la prueba saberse acompañado!
Siento gratitud, Señor, porque sin méritos propios, sino todo lo contrario, has querido ofrecerte de manera redentora en mi favor, para que cuando tu Padre me mire humillado en mi carne, se superponga sobre mí tu rostro, y me trate, inmerecidamente, como a hijo suyo, gracias a tu ofrenda generosa.
Déjame, entonces, sentir tu misericordia, Señor, que no dude del fruto de tu oblación, y no haga inútil tu generosidad porque quiera merecer yo tu perdón, o trate de afanarme en conseguirlo, cuando eres Tú el dador magnánimo de la gracia de la perdonanza, sin ningún mérito mío.
Déjame, Señor, sentir ante ti compasión, no tanto como expresión emocional, sino como opción sincera de compadecer contigo y con los que sufren, con quienes llevan sobre su historia el peso de la enfermedad, la pobreza, el dolor, la cruz.
Déjame, Señor, sentir amor, aunque parezca paradoja, si soy la causa de tu inmolación, por sentirme amado por ti de una forma tan desbordante. Pues no hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos, como Tú lo has hecho conmigo.
Déjame sentirme mirado por ti, que levantado en alto, al bajar Tú el rostro, inclinado hacia el suelo, favoreces que me encuentre con tu semblante, y saberme abrazado por tu ofrenda.
Déjame besarte, y que no sea falso mi gesto, ni vacía mi actitud. Pon Tú, Señor, en mis labios y en mi corazón, la expresión más limpia y humilde, pues lo que deseo es rendir mi pensamiento, y adorarte, reconocerte Dios y Señor, Santo y fuerte, vivo e inmortal.
Señor Jesucristo Crucificado, ten piedad de mí y de tantos que llevan sobre sus hombros el peso de la soledad, del sinsentido, de la orfandad, mendigos de amor y de relación amiga; que por tu cruz detengan todo movimiento desesperanzado y puedan experimentar la gracia de tu misericordia y tu bendición.
http://www.ciudadredonda.org/articulo/oracion-ante-el-crucificado
Fotografía: http://www.todocoleccion.net/cristo-arte-modelo-olot~x29314548
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sábado, 22 de febrero de 2014
LOADO SEAS
Oración antes del combate
Nicomedes Febres
* Personalmente antes de cada evento político de calle acostumbro rezar esta oración para la protección de todos nosotros. Son 15 años sin desmayos, sin pérdida de la fe y entendiendo que vivimos tiempos de testimonio. Así he aprendido a conocerme a mi mismo y a mis semejantes. No albergo odios y con mucha fe acudo siempre al combate. Hoy viendo como ha prendido el amor a la libertad de nuestros jóvenes, siento que no hemos arado en el mar, sino en un terreno árido, pero valió la pena porque de esos retoños saldrán mejores flores y frutos. Loado sea el Señor. He aquí mi oración:
Oración por los que luchan
Hoy Señor volvemos a las calles por la libertad y la democracia, por la paz con nuestros hermanos. Que este esfuerzo sea en tu honor y para tu gloria y concédenos la victoria. Gracias por hacernos dignos de ti, por darnos la fuerza para no desmayar ante el despotismo. Protégenos Señor con tu manto, en especial a nuestros jóvenes, cuídalos de la violencia y dale valor al cobarde, cordura al valiente y talento a los que nos dirigen.
Señor, solo ante tí me postro y jamás lo haré ante el tirano. Toma este esfuerzo como homenaje ante tu grandeza y como una oración por el alma de nuestros mártires para que descansen a tu lado. Lo hacemos también como un homenaje a nuestros padres que nos enseñaron el amor a tí y a Venezuela. Gracias por los dones que derramas a diario y para ti, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén
https://www.facebook.com/photo.php?fbid=10202913610102015&set=a.2324650196458.132741.1255727869&type=1&theater
Nicomedes Febres
* Personalmente antes de cada evento político de calle acostumbro rezar esta oración para la protección de todos nosotros. Son 15 años sin desmayos, sin pérdida de la fe y entendiendo que vivimos tiempos de testimonio. Así he aprendido a conocerme a mi mismo y a mis semejantes. No albergo odios y con mucha fe acudo siempre al combate. Hoy viendo como ha prendido el amor a la libertad de nuestros jóvenes, siento que no hemos arado en el mar, sino en un terreno árido, pero valió la pena porque de esos retoños saldrán mejores flores y frutos. Loado sea el Señor. He aquí mi oración:
Oración por los que luchan
Hoy Señor volvemos a las calles por la libertad y la democracia, por la paz con nuestros hermanos. Que este esfuerzo sea en tu honor y para tu gloria y concédenos la victoria. Gracias por hacernos dignos de ti, por darnos la fuerza para no desmayar ante el despotismo. Protégenos Señor con tu manto, en especial a nuestros jóvenes, cuídalos de la violencia y dale valor al cobarde, cordura al valiente y talento a los que nos dirigen.
Señor, solo ante tí me postro y jamás lo haré ante el tirano. Toma este esfuerzo como homenaje ante tu grandeza y como una oración por el alma de nuestros mártires para que descansen a tu lado. Lo hacemos también como un homenaje a nuestros padres que nos enseñaron el amor a tí y a Venezuela. Gracias por los dones que derramas a diario y para ti, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén
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domingo, 29 de julio de 2012
CAZA DE CITAS

Claude Flipo (SJ)
("Invitación a la oración", Sal Terrae, Cantabria, 1991:78)
Fotografía: Manuel Sardá (El Nacional, Caracas, 28/07/12)
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miércoles, 4 de abril de 2012
ORACIONALIDAD

Del PIN de Dios
Luis Barragán
Harto difícil encontrarse consigo mismo. Quizá por las miles de distracciones que nos acechan. Eso fue lo que dijo el Padre Numa Molina (SJ) en su última homilía. A lo sumo nos proponemos distraernos con nosotros mismos. Un narcisismo inadvertido que cada día atrapa a más y más jóvenes. Ejercicio de exterioridades que nos obliga a colocarlos en la perspectiva ajena. Acá recordamos una de las novelas de John Dos Passos y el personaje que se imaginaba solamente a través del otro. Y hasta de Eloy Silvio Pomenta que décadas atrás retrató a Michael Jackson y un rigor tan impecable como inaudito. Alguna lección dejó para la “generación boba”.
Los llamados celulares inteligentes cumplen casi siempre con el costoso contrato de mantenimiento. El del aparato y el de la autoestima. No todo es tan malo como aseveran con facilidad muchos. Pero tiene sus costos personales. Vernos crónicamente reflejados en los demás. Mucho hubiera escrito al respecto Guillermo Meneses sobre la falsa mensajería. Únicamente falta ponernos en solfa (el griego) con Dios. Hoy lo imaginamos a través del chat aunque dudemos de su existencia o la ratifiquemos por costumbre. Cuán difícil es hablar con Él. No damos con su PIN o los equivalentes de otros sistemas operativos. Lo buscamos. Lo indagamos. En definitiva nos automedicamos. Lo hacemos nuestro según nuestro leal y saber entender. Excepto los desafíos que imponga porque la comodidad es la consigna.
Todavía no sabemos orar. Incluyendo al suscrito. Empero lo procuramos. Y nada más gratuito que la personal disposición a hacerlo teniendo por al Espíritu Santo por único sistema operativo. Suena bien y expedito el asunto. Pero cuán difícil es llegar a esa conexión con la salvedad de los probablemente efímeros y radicales sentimientos de tristeza y alborozo. Porque somos creyentes en la medida que alcanzamos a legitimar las grandes rumbas del matrimonio el bautizo y la primera comunión es que solemos preguntarnos sobre la existencia y sus datos de trascendencia. Aunque la Semana Santa sea el mejor y acostumbrado pretexto para la sufrida y forzada recreación masiva. Y ella supeditamos nuestras creencias. Están hechas a la medida.
Y si no creemos demasiado en el habitual cuento de la divinidad podemos ensayar esa profusa literatura de auto-ayuda. Afanoso test de nuestras fortalezas en lugar de la complicada examinación de las flaquezas. Optamos por la mal escrita y exitosa relatoría de Coelho pasando las páginas de un Walter Rizzo que sintetiza sus sesiones de especialista. Y éste es un gemio intocable por los crecientes honorario que halconea.
El asunto está en la renuncia de toda intimidad con nosotros mismos. Caso aparte es la que se cree descubriéndonos con otros más allá de la juvenil masturbación. Creyentes o no hemos perdido esta capacidad de reflexionar por sí y desde sí. Y aún feligreses de cuántas iglesias se nos antojan apostamos por la autosuficiencia. Entre los católicos es común. Quizá nos equivoquemos pero el promedio no concuerda y mucho menos cuestiona las prácticas. Todos tienen la llave para comunicarse con Dios así pierdan otra vez el PIN. Se impone la tradición oral. La doctrina de las impresiones sin tiempo para profundizar. Acudimos a la sede de una religión organizada y la antojamos de acuerdo a nuestras inmediatas necesidades. No nos confesamos con el cura sinvergüenza partiendo de nuestra aquilatada pureza. No sabemos que la confesión es al colectivo a través de alguien entrenado para ello. Que antes era el psicólogo y hasta el jurista para orientarnos y hoy el teólogo y director espiritual que incluye otras facetas. Eso dice el libreto construido por siglos que no podemos subvertir precisamente por esa fácil tradición oral. Se dirá con justicia que falta información. Que la Iglesia incumple aún contando con las más recientes tecnologías. Y lo cierto es que ni siquiera el cuestionamiento es serio. Porque no hay tiempo para ello. Cada quien hace las cosas en la medida de lo posible.
Un buen día tratamos de orientarnos para orar. Conseguir el PIN de Dios pues. Nos deleitó más Claude Flipo que Bernard Basset al meternos en la literatura de rigor. Hemos andado un camino. Falta demasiado. Ojalá podamos andarlo. La autenticidad de la oración es la clave. Ojalá la Iglesia Católica por citar un caso nos metiera a todos en esta inquietud. Así como somos descreídos sin saberlo y nos aventuramos en los consejos fáciles que pueden llegar a la diaria consulta del tarot y el horóscopo también podemos arribar a nosotros mismos a través de la oración. Y nos atreveríamos a aseverar que aún siendo incrédulos. Porque de algo estamos segura sobre la más reciente contemporaneidad. La soledad está disfrazada. Y siendo complementaria la persona humana necesitamos de la otra palabra para hallarnos. Además hallarnos con nosotros mismos en una meditación creadora que es la de una soledad edificante y propulsora al hacer con los demás. No la mutiladora que procura servirnos del resto de la humanidad.
Fuente:
http://www.opinionynoticias.com/opinioncultural/11422-del-pin-de-dios
Ilustración de interés histórico: José Humberto Cardenal Quintero, según RAS. Elite, Caracas, 24/12/60.
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