viernes, 23 de septiembre de 2011
PAVIMENTACIÓN
Palabra y arbitrio
Luis Barragán
Domingo, 18 de septiembre de 2011
Quizá la agresividad de la palabra presidencial se ha hecho costumbre hasta invisibilizarse, pero bastará un rápido contraste con la de otros mandatarios anteriores para apreciar el actual, grueso e inconcebible calibre que cuenta con un objetivo estratégico subyacente
Recientemente, en una emisora radial de Puerto Ayacucho, el entrevistador rapidamente indagó sobre el origen de la violencia en Venezuela. Además de citar los niveles de pobreza no atendidos por el gobierno nacional, el desarme hasta ahora imposible de la población, la prioritaria ocupación del Estado en otros y distintos menesteres o la fragilidad de los organismos policiales excepto para el seguimiento y persecución de la oposición, insistimos en el discurso presidencial, pareciéndole asombrarle, pues, deslizando sus simpatías gubernamentales, trató de minimizar sus efectos.
Quizá la agresividad de la palabra presidencial se ha hecho costumbre hasta invisibilizarse, pero bastará un rápido contraste con la de otros mandatarios anteriores para apreciar el actual, grueso e inconcebible calibre que cuenta con un objetivo estratégico subyacente. Digamos que la irrefutable generación de conflictos desde el poder, viendo al disidente político como un enemigo irreductible, tiene por finalidad hacer del máximo conductor del Estado el árbitro por excelencia para “dirimir” absolutamente todas las diferencias, grandes o modestas, que tengamos.
Donde no hay pleito, esa palabra lo crea. Y, lo que es peor, toda desavenencia queda reducida al supremo y agigantado interés de deponer al mandatario nacional, pues, mientras las calles dejan su diario saldo de muertes violentas, a la largo y ancho de todo el país, Chávez Frías pontifica sobre la inseguridad personal como una “sensación”, un artificio mediático o apenas una ocurrencia para atacarlo, subestimando la existencia y consecuencias del fenómeno.
El ejercicio permanente de la violencia verbal, se dice eficaz e imperceptible gracias a la cínica y sistemática invocación publicitaria del amor y la solidaridad. No hay cuña gubernamental donde el barinés no abrace a niños y viejitas, soltando una frase que lo convierte en un caminante por Nazaret, mientras que todas sus intervenciones públicas, espontáneas o no reeditadas, llevan por sello la explotación de odios y rencores.
Hallamos que, al lado de esa paranoica invocación, los intérpretes más apegados del régimen, en un ademán de insólita reflexión, condenan la promoción de la violencia, la brutalización del debate, el lenguaje de exterminio, apostando por una discusión seria y de altura, e – incluso – haciendo referencia a las circunstancias que condujeron a la guerra civil española de los treinta, como José Vicente Rangel (11/09/11). Ni con el pétalo de una rosa toca la obvia responsabilidad de Chávez Frías en el asunto, porque importa trasladar la responsabilidad absoluta hacia la oposición o, valga las posibilidades que abre una tímida ambigüedad, al no mencionarlo, implícitamente lo crítica.
De modo que, en Caracas o en Amazonas, por doquier, ese discurso de la violencia tiene por buena garantía la evasión. El poder establecido, inoculado el miedo, evita que se le llame como tal, aceptándolo como un chantaje, ya que – en última instancia, concluyamos – el árbitro trata de evitar una guerra civil, aunque la propicie.
Fuente: http://www.analitica.com/va/sociedad/articulos/6796856.
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