jueves, 1 de septiembre de 2011
DEL EMPADRONADOR DE EMPADRONADORES
EL NACIONAL, Caracas, 6 de Julio de 2001
Censos y ascensos militares
Jesús Sanoja Hernández
El presidente Chávez es hombre a quien lo seducen las sorpresas. Sorprendió al país el 4F cuando apareció como jefe de un golpe de Estado fracasado. Tornó a sorprenderlo con la fundación del MVR, mezcolanza civil-militar, y con el triunfo electoral sobre un bipartidismo paralizado por el miedo. Volvió a la jugada sorpresiva al romper, "adolorido", con los hermanos del alma (a) "Los tres comandantes" y, por último, al designar a José Vicente Rangel, enigmático ciceroniano de cuarteles, ministro de Defensa, algo que no se veía desde la dictadura de Gómez, quien, por largo tiempo se manejó con Márquez Bustillos y Jiménez Rebolledo, civiles y obedientes.
La sorpresa de turno se llama Lucas Rincón, quien estrena el rango de general en jefe, sólo alcanzado en el siglo XX por Gómez y López Contreras, este último biografiado por el fecundo historiador Polanco Alcántara en El general de tres soles. Con Chávez el hombre de Queniquea comparte la formación académica, algo de lo que carecía Juan Vicente. Y de ambos se diferencia en que aquel par de tachirenses no se dejaba llevar por los golpes emocionales ni la fatigosa verborrea. Los tres, sin embargo, en diferente medida, vieron en Bolívar el arma de combate, Gómez reivindicando el 24 de julio como fecha de profético nacimiento, López fundando las Cívicas Bolivarianas y Chávez haciendo lo propio con el MBR-200.
El imprevisto ascenso de Lucas Rincón, sólo comparable políticamente al inesperado descenso del capitán Otayza, ha sido juzgado por el general retirado Müller Rojas positivamente y por el neoadequizado Cristóbal Hernández negativamente, representantes de dos corrientes políticas opuestas. Para el pepetista, constituyó una "decisión extraordinaria, esperada en las FAN desde hace mucho tiempo", porque por un lado contribuye a la unificación de éstas y por el otro, con un ministro de Defensa civil, fortalece la separación que debe existir entre la conducción política y el mando operativo de la institución militar. En cambio, el secretario general encargado de AD considera que después de tal nombramiento (para un cargo "creado" por el Presidente) lo que le resta a éste es "instituir también la figura de mariscal".
Más allá de las sorpresas ¿cuál es el problema de fondo? Para mí, la creciente militarización, cuyos efectos se notan no sólo en la política sino en la vida cotidiana. Antaño, bajo "el puntofijismo", se repetía, en las cercanías de julio, que los ascensos estaban partidizados (lo cual era verdad total o a medias según cada caso), pero ahora la relación es más íntima y determinante: el mundo militar gira en torno a la politización, movido por el llamado "proceso bolivariano". Nunca los desfiles, los actos oficiales, la burocracia y la administración pública habían estado, como ahora, impregnados de tanta y tan acosante militarización. Si Chávez cree que está civilizando a la gente de cuartel, lo que está logrando es lo contrario: militarizando a la sociedad civil. Hoy vivimos entre el Panteón, el campo de Carabobo, la historia guerrera del país y el discurso de exacerbado patriotismo y, además, en medio de un sistema de gobierno donde los capitanes, mayores, coroneles y generales copan los altos cargos antes ejercidos por civiles. Cierto que todavía el gabinete no es comparable al que tuvo Velasco Alvarado, exclusivamente castrense, pero hay que recordar cómo el piurano era comedido de lenguaje, a diferencia de nuestro hombre de Sabaneta, cuyos desafíos encadenados exacerban los ánimos en vez de promover la reflexión, el juicio crítico y el debate productivo. Lo que hizo y deshizo el bipartidismo, no tiene por qué pagarlo el país entero.
Chávez dirá que toda revolución, si es que la suya lo fuera, impulsa los cambios en medio de grandes confrontaciones, pero si la de él se define como "pacífica y democrática", la contradicción entre palabras y hechos está a la vista. Y de allí que problemas que venían creciendo irremediablemente, como el delito, la violencia, la marginalidad, las protestas y la desideologización, entre otros, sean atribuidos, en su fase culminante o conflictiva, al Gobierno de Chávez. La circunstancia de que él, no la Asamblea Nacional, no el cadavérico Polo Patriótico, no el MVR cuestionado, sea la voz exclusiva del Gobierno, anuncia un destino de peligroso caudillismo. Asimismo, su discurso repetitivo, emocional y pugnaz, en vez de atraer adeptos, forja enemigos o cuestionadores, cuando no legiones de vacilantes y arrepentidos. "La revolución democrática y pacífica" pierde cada vez más adhesión ciudadana y se aferra, también cada vez más, al elemento y al estilo militares.
Si ciertas encuestas dicen lo contrario, caben dos hipótesis: o son manipuladas o los que piensan como yo estamos definitivamente equivocados. Por mi parte, desearía estarlo, porque no quiero reediciones de aquella Semana de la Patria perezjimenista ni gobiernos en nombre de las Fuerzas Armadas, pero tampoco el retorno de una democracia partidista, con hegemonía alternativa y creciente perversión. Y nada de olvidos: recuerden aquel perturbado julio de 1991 cuando ya estaba en marcha la conspiración de los "comacates".
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