Luis Barragán
Se dijo de un proceso revolucionario pacífico que nunca lo fue, no es ni será, poblándonos de eufemismos. Versamos sobre una vía tan delictiva, como la naturaleza misma del régimen, que ha probado la violencia en todos sus bemoles e intensidades, haciendo cotidiana la intimidación más morbosa, ya nada sagaz de acuerdo a la pretensión de Chávez Frías.
En propiedad, el régimen ha sido el del chantaje, pues, recordemos, mientras más decibeles conquistaba la inconformidad, el rechazo y la protesta, no otro era el castigo anunciado y realizado: más revolución, desprestigiando el término en todos sus confines. Extralimitándose, esa alianza con sectores confesos de la delincuencia común, radicalizadas las enseñanzas de Fanon, tarde o temprano, pasa factura: el reciente y visible tiroteo en una autopista que es insignia de la ciudad capital, zanjando probablemente una confrontación de intereses, entre los llamados cuerpos de seguridad del Estado y el hamponato organizado, aporta una escena notable que ojalá extrañe a las futuras generaciones.
Veinte años de constante asedio a la ciudadanía común y, obviamente, a sus dirigentes sociales y políticos, no podemos resumirlos con facilidad, por sus insólitas vicisitudes. Sin embargo, alguna síntesis podemos ensayar, remitiéndonos a los parlamentarios de la oposición que jamás perdieron su condición de objetivo militar, declarado o no, directo o indirecto, de los grupos, grupetes y grupúsculos armados y amparados por la dictadura antes habilidosamente enmascarada.
A propósito de nuestra más reciente intervención en la Asamblea Nacional (https://www.youtube.com/watch?v=mzMEMo2r-sM), recibimos varios mensajes quejumbrosos de una digresión personal que nos permitimos, pues, al recordar que un año atrás varios diputados fuimos secuestrados por grupos irregulares en el Táchira, junto al personal administrativo que también se dispuso a emplear los autobuses de los que todo el mundo sabía, fue evidente el peligro que corrimos. Citamos un intercambio digital con el diputado José Gregorio Hernández, el bueno (pues, hay un homónimo malo en el estado Aragua), quien acertadamente concluyó que era lo que nos ha tocado y nos toca, haciendo lo correcto; mutatis mutandis, argüimos que las autoridades universitarias, en esta hora tan riesgosa, les correspondía afrontar plenamente sus responsabilidades históricas, como ocurrió y ocurre con los diputados y toda la población que se ha resistido por largos años a la violencia gubernamental.
Nadie puede monopolizar el heroísmo en la Venezuela que ha soportado algo más que dos décadas de tragedia y amargura, aunque – después, cuando todo pase – los habrá como demandantes de un reconocimiento excepcional, sobre todo por lo poco o nada que realmente puedan testimoniar. No obstante, quienes tenemos responsabilidades de representación y dirección, por muy modestas que sean, estamos propensos, sufrimos o podemos sufrir riesgos personales: no queda otra alternativa, a menos que echemos tierrita y no juguemos más de acuerdo al conocido venezolanismo.
Fotografía: LB, entrada este del Palacio
Legislativo, esquina de San Francisco (Caracas, 2019). Semanas en las que las
fuerzas atacantes de la dictadura bajaban su intensidad para sabotear el
acceso de los parlamentarios, por distintas razones. No obstante, a la abusiva
filtración a la entrada por la GBN, se añadían grupúsculos de ingenuos
seguidores del oficialsmo para agredir verbalmente a los entrantes y, algunos,
ensayarlo físicamente. Siempre se procedía con cautela, pues, detrás de
la provocación podía surgir algo más que una pedrada.
02/03/2020:
https://www.noticierodigital.com/2020/03/el-tiempo-que-nos-ha-tocado/
https://www.noticierodigital.com/forum/viewtopic.php?t=147945
https://theworldnews.net/ve-news/el-tiempo-que-nos-ha-tocado
Versión ND:
https://www.noticierodigital.com/2020/03/el-tiempo-que-nos-ha-tocado/
https://www.noticierodigital.com/forum/viewtopic.php?t=147945
https://theworldnews.net/ve-news/el-tiempo-que-nos-ha-tocado
Versión ND:
El tiempo que nos ha tocado
Opinión | marzo 2, 2020 |
6:24 am.
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Luis Barragán
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Se dijo de un proceso
revolucionario pacífico que nunca lo fue, que no es ni será, poblándonos de
eufemismos. Versamos sobre una vía tan delictiva como la naturaleza misma del
régimen, que ha probado la violencia en todos sus bemoles e intensidades, haciendo
cotidiana la intimidación más morbosa – ya nada sagaz de acuerdo a la
pretensión de Chávez Frías.
En propiedad, el régimen ha
sido el del chantaje. Mientras más decibeles conquistaba la inconformidad, el
rechazo y la protesta, no otro era el castigo anunciado y realizado: más
revolución, desprestigiando el término en todos sus confines.
Extralimitándose, esa
alianza con sectores confesos de la delincuencia común, radicalizadas las
enseñanzas de Fanon, tarde o temprano, pasa factura. El reciente y visible
tiroteo en una autopista que es insignia de la ciudad capital, zanjando
probablemente una confrontación de intereses entre los llamados cuerpos de
seguridad del Estado y el hamponato organizado, aporta una escena notable que
ojalá extrañe a las futuras generaciones.
Veinte años de constante
asedio a la ciudadanía común y, obviamente, a sus dirigentes sociales y
políticos, no podemos resumirlos con facilidad, por sus insólitas vicisitudes.
Sin embargo, alguna síntesis podemos ensayar, remitiéndonos a los parlamentarios
de la oposición que jamás perdieron su condición de objetivo militar, declarado
o no, directo o indirecto, de los grupos, grupetes y grupúsculos armados y
amparados por la dictadura antes habilidosamente enmascarada.
A propósito de nuestra más
reciente intervención en la Asamblea Nacional, recibimos varios mensajes
quejumbrosos. Un año atrás varios diputados fuimos secuestrados por grupos
irregulares en el Táchira, junto al personal administrativo que también se
dispuso a emplear los autobuses y fue evidente el peligro que corrimos. Citamos
un intercambio digital con el diputado José Gregorio Hernández, el bueno (pues,
hay un homónimo malo en el estado Aragua), quien acertadamente concluyó que era
lo que nos ha tocado y nos toca, haciendo lo correcto; mutatis mutandis,
argüimos que las autoridades universitarias, en esta hora tan riesgosa, les
correspondía afrontar plenamente sus responsabilidades históricas, como ocurrió
y ocurre con los diputados y toda la población que se ha resistido por largos
años a la violencia gubernamental.
Nadie puede monopolizar el
heroísmo en la Venezuela que ha soportado algo más que dos décadas de tragedia
y amargura. No obstante, quienes tenemos responsabilidades de representación y
dirección, por muy modestas que sean, estamos propensos, sufrimos o podemos
sufrir riesgos personales. Pero no queda otra alternativa, a menos que echemos
tierrita y no juguemos más, de acuerdo al conocido venezolanismo.
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