Salvoconductos coronarios
Luis Barragán
Existe una cabal comprensión y asunción de los venezolanos respecto a la pandemia, la cual nos sorprende en condiciones institucionales, por cierto, reconocidamente desfavorables. Abona más la consciencia y la autodisciplina alcanzada por toda la sociedad civil que intenta reconstruirse, que un Estado que no orienta, auxilia y sirve debidamente.
Crisis humanitaria compleja por delante, según la ya familiar nomenclatura, intuimos y padecemos la calamidad médica y sanitaria que nos ha caracterizado desde muy antes de la insospechada e inoportuna visita. Poco se sabe de los alcances reales del coronavirus entre nosotros, pues, ni siquiera se ha divulgado el más elemental boletín epidemiológico oficial.
Antes que un fenómeno que atañe a la civilidad, a la situación médica y sanitaria del país, se ha impuesto una exclusiva perspectiva militar del asunto. Ni siquiera los galenos consiguen gasolina para sus más urgidos desplazamientos, en atención a las otras enfermedades y dolencias de una población que no debe reducirse sólo al indeseado visitante, como tampoco ha sido fácil para aquellos impostergablemente obligados a realizar las diligencias funerarias tras el abatimiento de una pérdida familiar.
El orden público en aldeas, caseríos, pueblos y ciudades venezolanas se mantiene gracias a la cautela de vecinos ya acostumbrados a resguardarse, porque no hay un agente policial a la mano para afrontar inmediatamente cualesquiera vicisitudes. Las alteraciones razonables obedecen a las obvias protestas de quienes en todos los confines del país, reclaman una actitud diligente y humana de las autoridades, quizá desbordadas, pero que, en muchos casos, no tienen vínculos con las mafias.
Faltando poco, hay un asedio constante de la dirigencia social y política que se opone a la dictadura, trastocada la cuarentena en un Estado de Sitio. A las ya consabidas detenciones, o las que están por saberse, se suma la más abierta intimidación de quienes tienen un liderazgo natural en parroquias, municipios y estados, como ocurre con los cobardes grafiteros que estampan su advertencia en las fachadas de las sedes de Vente Venezuela, o de sus dirigentes, como Miluzma Bolivar o Antonio Valencia, en un rincón del Guárico o Anzoátegui: los agresores gozan de salvoconductos y recursos para amenazar con “picarlos”, en tiempos coronarios.
30/03/2020:
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