Luis Barragán
Generalizada impresión, el dirigente político promedio goza de las facilidades y privilegios negados a otros oficios, como un vistoso y seguro automóvil, guardaespalda y chofer, además de la buena mesa y las libaciones exquisitas para zanjar toda diferencia. Quizá todavía cultivamos el estereotipo propio de la Venezuela dineraria de etapas ya irrepetibles que, por una parte, reivindica la leyenda del antiquísimo y modesto liderazgo que andaba desprevenido por las calles; y, por otra, hoy, genera desconfianza por el desuso de una cierta parafernalia que simboliza el poder (o la propia búsqueda del poder), frecuentemente representada por la comodidad de su transportación y el ejercicio de sus degustaciones.
Excepto se encuentre en las esferas del actual régimen, aún colado por más que diga adversarlo, el presente siglo reporta al profesional – legítimamente, profesional – de la política en las peores condiciones para su desenvolvimiento. Ya no cuenta con un medio propio de transporte y, en casa, sufre la suerte de todos los venezolanos sumergidos en la catástrofe humanitaria y, más de las veces, cumple sacrificadamente con sus tareas a las que añade las diligencias las diligencias para hallar los medicamentos, auxiliando a otros igualmente urgidos, sin el bullicio al que acostumbran no pocas fundaciones: valga la indispensable acotación, las hay esmeradas y discretas, cuya eficacia contrasta con las fundaciones más estridentes que, ojalá nos equivoquemos, sintetizan un perverso modelo de negocios.
Específica mención debemos hacer del parlamentario medio que, acreedor de un salario acumulado por más de tres años, debe inventárselas para acudir a las sesiones, hospedarse, alimentarse y movilizarse en la ciudad capital. Muy lejos queda aquélla estampa consagrada del que ostentaba, además, sendas placas para transitar y estacionar, con la radical prevención de los fiscales de tránsito terrestre; agreguemos, el privilegio que era de la cámara y no personal, garantizada la inviolabilidad del automotor, aunque permitió, por ejemplo, escurrirse a Simón Sáez Mérida, desde Barcelona, en los célebres sesena, dejando el escenario de un levantamiento militar y presentarse en menos de 24 horas a la Cámara de Diputados, como si él fuese completamente ajeno a los acontecimientos.
Nos ha ocupado, por un buen tiempo, el problema de la ruindad del patrimonio histórico y arquitectónico venezolano y, por ello, gustosos, aceptamos la invitación formulada por Pedro de Mendonca y Vente Guárico para participar en un foro sobre el Calabozo del presente y del futuro, entre otras actividades, recientemente. Propicia la ocasión para versar sobre nuestra modesta perspectiva, habida cuenta de nuestra intensa experiencia - por más de dos años – en la Comision Permanente de Cultura de la Asamblea Nacional, por entonces, bajo absoluto dominio oficialista. No obstante, llamó mayor atención a la audiencia que fuésemos y nos devolviésemos en autobús, por no mencionar que varias personas hicieron un pote para nuestro alojamiento; incluso, en una reconfortante nota publicada por Eduardo López Sandoval, en Tal Cual (https://twitter.com/DiarioTalCual/status/1226631961785008129), destacó la circunstancia autobusera.
Los miembros de la Fracción Parlamentaria 16 de Julio y, particularmente, de Vente Venezuela, seguimos la suerte del país y nada ha de asombrar que la estampa del dirigente promedio no guarde correspondencia con lo que se ha creído, por décadas, constituye la espina dorsal del político con una vida (y un estilo de vida), extravagante y despilfarrador, característica de los vanidosos altos estamentos socialistas. Suele demandarse que la política ha de cambiar y lo hará, cuando el dirigente también ande a pie, afectado por la situación, como todo el mundo; entonces, puede decirse, está cambiando porque es la norma vigente en los días que corren.
Fotografía:
Recorrido por el casco histórico de Calabozo (2020).
09/03/2020:
http://www.opinionynoticias.com/opinionpolitica/36515-dirigente-politico
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