TRIBUNA:
Biopolíticas
Agnes Heller
Foucault descubrió una zona principal de conflicto potencial en la modernidad tardía: la cautividad del cuerpo en la cárcel del alma. La política de disciplina y castigo no era, según él, una reliquia de un estado de cosas obsoleto, sino que ilustraba la manera opresiva inventada por la propia modernidad para domesticar al individuo en un sistema que, de esta manera, se había extendido a la escuela, al hospital y a la prisión.Biopolítica es el resultado del conflicto entre los dos principios básicos en los que se funda la modernidad en su aplicación al cuerpo en la cárcel del alma: los valores de libertad y vida. Cuando la recomendación libertaria de Foucault es desatendida y el valor de vida (tanto en el sentido de mera supervivencia como en el de felicidad) pasa a ser predominante o exclusivo con respecto al cuerpo, hace su aparición la biopolítica. El prólogo a esta nueva y altamente problemática evolución fue el movimiento antinuclear de los años ochenta, cuya retórica era una combinación de la proyección apocalíptica y tendenciosa de unos peligros que no eran inminentes y un desprecio casi evidente hacia el valor de libertad, junto con una ceguera o mala fe política. En un mundo en que la Unión Soviética ha dejado de existir como gran potencia puede afrontarse el tema completamente legítimo del desarme nuclear sin que nos amenacen ya los peligros implícitos en la solución antinuclear. Sin embargo, su legado sigue vigente en el balanceo del péndulo que va del libertarismo a la biopolítica. Las primeras constricciones de este cambio aparecieron hace ya una década en la obsesiva campaña antitabaco y en las oleadas de culto a la salud. Ambas entraron en escena con un celo y un espíritu inquisitorial que parecerían corresponder más bien a una religión, y de hecho, desempeñaron la función de sucedáneos de la religión.
La biopolítica trata de tres temas, cada uno de los cuales es perfectamente legítimo, e incluso crucial, que son el medio ambiente, el sexo y la raza. La doctrina del medio ambiente ha hecho dos promesas. Ha prometido que se producirá un desplazamiento desde un progreso indiscriminado y global hacia la promoción de unas tecnologías seleccionadas y la prohibición de otras. La segunda promesadiscriminación de la mujer ha sido prohibida por la ley. Al mismo tiempo, cualquier observador realista sabe muy bien que estos cambios, por muy cruciales que sean, no han afectado todavía a la institución imaginaria de la sociedad, que la discriminación por razones de raza y sexo sigue siendo activa.Decidirse por una política de los sexos es en sí mismo un acto que consiste en seleccionar una opción particular de entre un conjunto de tres lenguajes: el universalista, el sexocentrista y el diferencialista. Al adoptar la primera opción, los movimientos de la mujer optan por el ideal de una humanidad universal y contra cualquier sustancia sexual o genérica. Éste es el famoso proyecto universalistahumanista, que ha sido criticado recientemente en muchos aspectos (con y sin razón), pero que, no obstante, seguirá atrayendo a muchos, tal vez a lamayoría. Al optar por la categoría abarcadora de sexo o género, el movimiento está optando por la biopolítica. Y, por último, adoptar la opción de las diferencias individuales, que no implica ni una homogeneización universalista ni una sustancialización de los géneros, es la decisión que parece estar en completa armonía con la prioridad de la libertad.
Seleccionar la categoría abarcadora de género implica, en primer lugar, que el movimiento queda completamente autoclausurado. Porque el género se presenta o como un dato genético-biológico, en cuyo caso tenemos una nueva teoría de la raza, con sus mitos habituales -que excluyen la comunicación racional con la otra raza- o se presenta como una entidad cultural surgida históricamente, en cuyo caso la autoclausura, la exigencia de una epistemología especial, todo el lenguaje del nosotros y el ellos, las teorías o las prácticas implícitas de una revancha histórica, no representan otra cosa más que la elección de una agresiva política sectaria.
La biopolítica de la raza empieza con una estrategia legítima, con el rechazo de la asimilación forzada por parte de grupos étnicos completos que nunca eligieron el lugar sobre la Tierra en el que ahora viven, sino que se vieron obligados a
RAúL ocuparlo (ya fuera por la esclavitud o por catástrofes naturales o sociales en sus respectivastierras de origen). Dado que la extendida política de los derechos humanos abre ahora las fronteras de muchos países, no carece de realismo predecir un nuevo volkserwanderung y, junto con ello, la presencia de autodefiniciones. Este será el tema político principal en la agenda de los noventa, en particular porque, a pesar de la legislación, la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo todavía viven en la edad de piedra en cuanto a la cultura emocional referida al otro, cuya presencia todavía suscita turbación y despierta animosidad.
Las exigencias perfectamente legítimas de los grupos étnicos se convierten en biopolítica, y, por consiguiente, en un dilema, sólo cuando esos grupos se definen a sí mismos como una raza. Porque es evidente que una autodefinición racial es una opción cultural y política, y no el descubrimiento de unos factores genéticos. Pero una vez que la opción política de una autodefinición racial ha sido adoptada, una vez que la diferencia está escrita en el cuerpo (por consiguiente, es aceptada la forma paradigmática de biopolítica), las consecuencias serán desastrosas y a menudo irreversibles. El lenguaje político será hipócrita, todo el conjunto de medios y herramientas de una cultura serán movidos a predicar el odioso y superfluo carácter de la cultura cuyo lenguaje habla el hablante y a negar la débil vinculación del hablante con él. El diálogo entre las razas (creadas políticamente) se romperá, puesto que las diferencias genéticas no pueden comunicarse racionalmente. Adquiere mucha importancia el peligro de que el antisemitismo se universalice y todos los grupos se conviertan en espantapájaros y blanco de odios, como lo fueron en su día los judíos, para cualquier otro grupo y reciban el trato correspondiente. Los grupos étnicos sin rasgos genéticos distintivos, al igual que las comunidades rituales que no tienen una identidad étnica especial, pueden convertirse en razas para el enemigo racista (en analogía con la frase de Sartre que decía que es el antisemita el que crea al judío), y recíprocamente, los grupos étnicos y las comunidades rituales pueden cerrarse cultural y políticamente a sí mismos hasta el punto de una incomunicación genética. En biopolítica, el primer paso fatal y reaccionario es renunciar a la comunicación, haciendo referencia al otro como alguien que de alguna manera no pqede entender nuestro lenguaje. Esta es la actitud que genera una conciencia fácil en el sentido de que todo está permitido contra el otro. Ésta es la actitud que implica la abolición de las mejores características de la Ilustración y un descarado retorno a la jungla social.
Hay dos maneras de tratar el cuerpo en la cárcel del alma. Una es idolatrar al cuerpo, entendido como raza y como sexo. Esta opción nunca nos sacará de la cárcel. Se abre otro camino, que consiste en aferrarnos rápidamente a la primacía de la libertad, del alma y el cuerpo. Ésta es nuestra única oportunidad.
(*) Agnes Heller es profesora de sociología de la Nueva Escuela de Investigación Social de Nueva York.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 12 de diciembre de 1991:
https://elpais.com/diario/1991/12/12/opinion/692492401_850215.html
Cfr.
http://cedinci.org/2019/07/20/una-conversacion-con-agnes-heller/
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