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Del mutante humano y otras veleidades más (I)
Nelson Chitty La Roche
“…Vivir en sociedad es vivir de tal modo que la acción sobre las acciones de los otros sea posible […]. Una sociedad sin relaciones de poder solo puede ser una abstracción […]” (Foucault, 1991)
Los filósofos, los sociólogos, los biólogos, los políticos, los intelectuales y en general los testigos de la actualidad, periodistas, comunicadores, publicistas, advierten que ni el hombre es el mismo que había sido pensado ni la sociedad tampoco se muestra como lo que era. Hay un mutante perceptible entonces deambulando con nosotros, en nosotros y entre nosotros.
En realidad nada es igual ni lo puede ser porque el cambio está en la naturaleza de todo lo que es, pero cabe interrogarse sobre la esencia de la condición humana, individualidad y fin en sí mismo e integrante de la sociedad que lo crea, abriga, asiste y eventualmente redime al menos parcialmente de su animalidad. El proceso que vive el hombre desde que nace con su entorno, lleva a él más que intuiciones, auténticas elaboraciones que, en su complejidad, lo descubren y enseñan a ser lo humano que puede ser. El resto, empero, queda de su cuenta.
No hay pues humano sin humanidad y, aunque el individuo insista y prefiera su mundología sobre otra conexión, está el susodicho imbuido del ser social que lo acompaña, incluso a pesar de sí mismo. Para fortuna o desgracia así pareciera ser y basta leer a Primo Levi para contactar ese espíritu conocido y extraño eventualmente. Qué es el hombre, diríamos, sin responder confiadamente la interrogante.
No debo, sin embargo, hurgar más en esos misterios inextricables sobre la naturaleza humana, porque ni tengo la destreza ni el conocimiento. Me limitaré a focalizar, no obstante, alguna sintomatología perceptiva en el yo social y que me disculpe Carlos Vela si incurro en el sintagma, pero creo sincronizarla mejor, ubicado en esa perspectiva.
El humano de hoy, y advierto que este tiempo es un modelador intenso y agresivo, nos trajo al por algunos denominado zoom elektronikón y como resultado pudiera o alteró la dinámica del zoon politikon que nos legó el gigante de Estagira. Un ser signado por variables que lo rodean y lo influyen pero que lo potencian igualmente, emerge desde la revolución electrónica, la inteligencia artificial y el culto a su propia individualidad que como otro espectáculo lo fascina y seduce aunque no lo satisfaga. Su ontología es otra, su conocimiento, su racionalidad, su identidad luce compleja y gaseosa.
El hombre de hoy, insistimos en ello, es otro ciudadano al serlo. Cabe una cita de Rosanvallon harto pertinente: “El nuevo capitalismo destrozó la capacidad de los seres humanos para vivir y construir juntos como iguales y no sólo como consumidores». No le ha bastado la propuesta de la equidad porque, a la postre, palia pero no resuelve la generación de desigualdades que ese hombre asume que le impone el sistema social. Ese hombre es primero que todo un sentir y así debe ser apreciado.
En efecto, el hombre actual combina sus escogencias personalísimas con un ascendiente notable sobre la sociedad que lo rodea, pero en la dimensión de su propia voluntad. De allí que sea menester referirse a un ser distinto, socializado pero independiente, que conoce además como una escogencia u opción la de ser por él solo y no como parte del ser social.
Ello puede y de hecho lo hace el hombre de nuestro tiempo a través del abandono de parcelas morales, de limitantes éticas o acaso, de la revisión de los conceptos que le simplifican en su complejidad permitiéndole ser más, cuando es menos. No es un juego de palabras, al despegarse del valor común por la asunción del personal, logra sentirse que es per se y no por momentos o coyunturas que le ofrecía el cuadro societario donde está comprendido.
Nunca se sintió más cerca de un ejercicio de libertad que lo define, piensa, pero que lo impulsa a dudar de todo lo demás y también de lo que otrora fueron íconos que lo sujetaban. Al Dios muerto de Nietzsche agrega una convicción sobre su propia entidad y así logra trascender para él, aunque sea por instantes que necesita y que lo alimentan. Ego fuera de serie, libérrimo, displicente. La fe que invoca es la de su propio egoísmo.
Ha sonado la hora del individualismo posesivo y “asume (Macpherson) para sí la reflexión, situando alrededor de siete proposiciones lo que llamaríamos los supuestos del individualismo posesivo: 1) Lo que hace humano a un hombre es ser libre de las dependencias de las voluntades ajenas. 2) La libertad de la dependencia ajena significa libertad de cualquier relación con los demás salvo aquellas en las que el individuo entra voluntariamente por su propio interés. 3) El individuo es esencialmente el propietario de su propia persona y de sus capacidades, por las cuales nada debe a la sociedad. 4) Aunque el individuo no puede enajenar toda su propiedad sobre su propia persona, puede enajenar su capacidad para trabajar. 5) La sociedad humana consiste en una serie de relaciones mercantiles. 6) Dado que lo que hace humano a un hombre es la libertad de las voluntades ajenas, la libertad de cada individuo solo se puede limitar justamente por unas obligaciones y reglas tales que sean necesarias para garantizar la misma libertad a los demás. 7) La sociedad política es una invención humana para la protección de la propiedad que el individuo tiene sobre su propia persona y sobre sus bienes, y (por tanto) para el mantenimiento de relaciones de cambio debidamente ordenada entre individuos considerados como propietarios de sí mismo. (Chitty La Roche, Nelson 2016) El paradigma liberal ha perdido su sustentabilidad sin encontrar no obstante un sustituto. El ideal igualitarista no sacia ni mucho menos y se agota en un discurso que se banaliza a sí mismo.
Creyéndolo necesario para sentirse libre, el hombre de Occidente abjuró de lo que le sostenía asido a su fe, a sus valores, a la ética, a la moral, a la comunidad, a la familia, a los imperativos naturales a los que también desafía en una búsqueda frenética para ser distinto y siéndolo, afirmarse y reclamar y lograr un espacio que reconozca en su insolencia su derecho. Él prela, trepa, asciende más arriba que ese mediocre todo social al que creen pertenece, pero que, en el fondo, desprecia o le es indiferente.
La civilización del islam ya sabemos que no acepta sino un modelo a ser y creer. Todo lo distinto es sospechoso de enemigo o simplemente consagrado como tal y nótese, esas formas y referencias no están dispuestas para singularidades y en intento de ser diferente te denuncia y te persigue, sin misericordia ni piedad. Lineales al extremo de inhumanos puede decirse.
Tenemos un nuevo hombre que, sin embargo, se distingue de aquel que las tesis marxistas y leninistas proponían y que cantaban en América latina con los compases de la Nueva Trova Cubana los muchachos y, en general, la llamada izquierda contestataria. El nuevo hombre al que hacemos referencia, al contrario del que viene cual godzilla emergiendo, debía mimetizarse, homogeneizarse, realizarse en su condición de miembro y substancia del conjunto humano, subsumirse en él que lo fagocitaba en su dinámica.
Este nuevo hombre se exhibe como novedoso en su ciudadanía, egoísta y personalizada. Es el chileno que, al grito de «Chile despierta», acomete la destrucción de los bienes públicos y privados, desconoce los perfiles que le son favorables y resolla un lamento hondísimo, distinto, diferente. Es el del gilet jaune francés que a su lado escucha haciéndole coro a quien no tiene nada en común con él, salvo el afán de inconformidad, fatiga, hastío. Nada más.
Mucha de la etiología que debemos aprehender para comprender, obra en el modo de producción y consumo que nos ha servido abundantemente pero, hallazgo dramático, a costa de los no renovables recursos de la naturaleza. El depredador que hemos sido, brutal, cruento, lascivo, es por encima de todo irresponsable y la constatación nos hace socios o mejor cómplices en un mea culpa al que muchos no se suman, cinismo al apoyo o ignaros, o simplemente frívolos, disolutos, ligeros, vacuos.
La semana próxima echaremos a andar algunas reflexiones sobre las causas del trauma que conocemos y la necesaria revisión de cánones, sin otra pretensión de asir más para ser más también.
Fuente:
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Del mutante humano y otras veleidades más (II)
Nelson Chitty La Roche
“Las cosas que han ocurrido no se pueden suprimir con el pensamiento”, escribió James Joyce en Ulises; y añadía: “El tiempo las ha marcado y residen, encadenadas, en el mismo espacio que las infinitas posibilidades que han desalojado”. La historia alternativa
Revisando el estado del arte de mi reflexión en curso, tropiezo con algunos constructos que no había antes advertido o se presentan imponentes para mí de súbito. Claro que no se trata de una certeza universal siendo que, en la civilización islámica, muy a regañadientes se acepta incluso el dictamen científico porque escogieron el anacronismo como filosofía de vida.
Lo que fue, seguirá siendo y acaso se puede leer que si fue es y lo será siempre y los estudiosos, hombres de espíritu, se permitirán más que elucidar, guiar eventualmente porque ni siquiera se admiten las traducciones de los textos sagrados como otra cosa distinta a lo que son, meras traslaciones que realiza el hombre.
Pero y valga la coincidencia, en Occidente y sus espacios irradiados culturalmente y en Asia, penetrada y seducida por el zoon elektronikón especialmente, la ficción resulta más atrayente y convincente que la realidad que otrora sirvió como el argumento de la vida. Sorprende apreciar el espacio impresionante de los juegos de video en el campo de los accesos de millones de gamers que cada día transitan en la fantasía seguros de sí, dominadores y desafiantes, al extremo que se separan e incluso se desarticulan del zoon politikon y especialmente del zoon politikon, zoon éjón lógon.
En efecto, peripatéticos como somos, constatamos que ese personaje que presenta Aristóteles y como admite la doctrina es un pensador analítico y capaz de ponderar más de lo que su sensorialidad le faculta y así, piensa, infiere, deduce, concluye. (Del Zoon Politikon al Zoon Elektronikón. Una reflexión sobre las condiciones de la socialidad a partir de Aristóteles. Vicente Huici Urmeneta).
El hombre de ahora se conecta a otra dimensión cultural y, ensaya una construcción de su mundología desde esa postura. Lo que fue no le concierne sino muy relativamente. Él transita el ahora en un ejercicio complejo de constante temeridad. Su mente solo mira al pasado como un reto intelectual que incluye preguntarse y eventualmente idear una secuencia distinta a aquella que fue. Cabe citar así: «El filósofo Charles Renouvier acuñó el término con el que también se conocen este tipo de supuestos contrafácticos: ‘Ucronías’. Describió además su desarrollo mediante un diagrama que mostraba el momento inicial en que la historia imaginaria se desviaba de la historia real –el llamado punto de divergencia–, lo que generaba la primera desviación, que debía ser siempre interesante y plausible. (La historia alternativa por José Pardina).
Otra cita ayuda más a mostrar el salto y contraste entre el zoon politikon y el zoon elektronikón y no la desaprovecharemos; “Si nos atenemos a los textos aristotélicos, se puede observar que la definición del ser humano como zoon politikon (más exactamente, como πολιτικὸν ζῷον) en la política viene a ser la culminación de la expresión del vínculo con una forma de convivencia superior. Francisco Samaranch comenta, al respecto, que la definición del hombre como animal político “implica la vinculación natural con una forma comunitaria específica, la Pólis” (Samaranch, 1982: 679), acentuando las anteriores definiciones de la Ética Eudemiana en las que se habla del hombre como animal comunitario (koinomikón) o animal doméstico (oikonomikón).
Pero el hombre real, “et verus homo”, es un mutante pensamos y se ha dislocado, haciéndolo, de la poli, de la sociedad que otrora fue su mundo y persigue otros destinos, otros caminos entre su individualismo exacerbado y su fantasía. Sócrates apura la cicuta porque no se concebía fuera del contexto social. Fue comprendido y admirado por ello. Hoy se habría marchado insolentemente ignorado. Admitirlo ayuda a comprender y más aún, a explicarnos cómo se produjeron esos eventos. Intentaremos y excúsenme la audacia, una explicación que no pretendo original pero que estimo útil, sin embargo. No en vano repiten los europeos y los franceses, especialmente, que “la novedad es vieja como el tiempo”.
El modelo de nuestra civilización cambió desde sus fundamentos económicos y en el camino agregó, como detonante motivador, el elemento cultural antes asido a la perspectiva del testigo y actor que antiguamente fue. Pensamos que se trató de un persistente proceso que, sin embargo, encontró en la compulsión del hombre su acelerador. La inteligencia del hombre se suma a su curiosidad y a su innato hedonoutilitarismo. Vale acotar su impulso congénito por destacarse, hacerse notar, sobresalir está en su naturaleza.
Otro trazo se advierte en el tortuoso caminar del espíritu humano que luego de opacarse ante el teocéntrico escenario del Medievo, inicia su renacer rompiendo parámetros y referentes que lo anulaban o ausentaban de sí mismo. Es en torno a ese tridente, economía y mercado empapado en la libertad y en la singularidad que lo catapulta hacia un ethos personalizado de un lado, y de los otros, las representaciones afirmativas de su pretendido y avasallante genio y su disposición a seguirse explorando y, el producto de su quehacer, de su hacer, de su constituir que, se fraguara ese “verus homo”, incurso en un nuevo giro secularizante que lo libera del todos, que lo amarraba e insertaba en el yo social que ahora él administra interesado y cínico a placer, y la divina tecnología que todo lo domina o si no, lo segrega y aparta displicente.
Después de la Segunda Guerra Mundial y como era de esperarse, el hombre se miró en el espejo y horrorizado decidió e instrumentó un golpe al timón de su propia navegación existencial, pero cuidando bien de mantenerse asido al argumento de la alteridad que, además, le proporcionaba una sensación agradable de humanismo. Esa perspectiva permeó la cultura con la bandera de la libertad y decantó entre los modelos civilizatorios al Occidente cristiano que, gustoso, cual prisma, irradió su quehacer de la concienciación definitoria del estado de bienestar y de la democracia como sistema político.
La economía introdujo modificaciones que incidieron en el perfil del individuo y su trato con la naturaleza. Trajo el progreso y el mejoramiento de las condiciones de vida, tecnificando, trajo a la ciudad millones de campesinos y los incorporó a la urbe, a la industria, a los servicios, reformando al hacerlo los términos de intercambio del factor trabajo y rediseñando el capítulo de valores a favor de igualar las oportunidades y reconocer la responsabilidad individual y colectiva como variables inmanentes al desempeño societario. El siglo XX culmina no multiplicando a los ricos, sino reduciendo la pobreza. El Estado se afianza y aún con la crisis surcoreana, el orden económico y financiero lució seguro.
Pero el siglo XXI coloca las cosas en un balancín de expectativas cuyo crecimiento infló por demás la burbuja financiera y la estiró hasta oírla crujir. Cabe una cita del muy respetado intelectual español Daniel Innerati como anticipo a su entrevista sobre la refundación del capitalismo y agregó, una vez más.
“Pocos días después de la quiebra de Lehman Brothers, el gigantesco banco de inversión norteamericano, en septiembre de 2008, un acobardado presidente francés, el conservador Nicolas Sarkozy, hizo unas declaraciones célebres que retumbaron en el mundo entero: “La autorregulación para resolver todos los problemas se acabó: le laissez-faire c’est fini. Hay que refundar el capitalismo (…) porque hemos pasado a dos dedos de la catástrofe”.
Keynes respondió a eso en el umbral de la crisis americana de los años veinte, inventó o extrajo lo que la convicción impedía ver pero, es este como antes dijimos, un período distinto y asquerosamente atípico además. Tal vez estemos sin asumirlo debidamente frente a la tormenta perfecta recordando aquella película norteamericana que nos muestra como la coyuntura puede llegar a ser convocatoria de todas las variables perniciosas y cuajar el completo desastre. Innerati insiste en que saltaron los tapones y valga el coloquio, dejándonos a obscuras o quizá, desnudos de todas las desconfianzas, descréditos y vergüenzas. El humano no se cobijó como pudo y tal vez debió hacer, lógica formal al apoyo, en la sociedad lato sensu sino que, corto esos lazos umbilicales y se recogió más bien en la recreación de sus insatisfacciones y amarguras, ceso su deambular utópico y levanto las lanzas de su pragmatismo. Decidió temerle a todo e incluso a sí mismo.
La sociedad, los hombres de pensamiento, los predictores, los futurólogos, los analistas, la institucionalidad, la organización internacional, los estadistas parecieran vivir un momento de confusión al menos. Asdrúbal Aguiar, que por cierto anda un paso adelante en esta reflexión, cita a Sartori que juega al clarividente así: “Un hombre que pierde la capacidad de abstracción es eo ipso incapaz de racionalidad y es, por tanto, un animal simbólico que ya no tiene capacidad para sostener y menos aún para alimentar el mundo construido por el homo sapiens… El hombre se ha reducido a ser pura relación, homo communicans, inmerso en el incesante flujo mediático» (De Matteis, 1995, pág. 37). Sí, homo communicans; pero ¿qué comunica? El vacío comunica vacío, y el video-niño o el hombre disuelto en los flujos mediáticos está solo disuelto”. Giovanni Sartori, Homo Videns. La sociedad teledirigida, Buenos Aires, Taurus, 1998.
¿El intelectual orgánico gramsciano habríamos dicho, debe ser citado para que rinda unas posiciones juradas sobre este contencioso pero, quién lo representa hoy en día? ¿Quién explica, elabora, piensa, convence, demuestra o persuade hoy? ¿Qué ha sido de la verdad que gozó siempre de prestigio? ¿Dónde anda el poder y cual es hoy en día su naturaleza? Esas serán nuestras interrogantes a intentar responder en la próxima entrega, la semana próxima Dios mediante.
Fuente:
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Del mutante humano y otras veleidades más (III)
Nelson Chitty La Roche
“¿Cuales son las fuerzas de que dispuso el hombre para conquistar la hegemonía del planeta?” y el filósofo francés (Rostand, 1941) responde: “Son dos; la inteligencia y el sentimiento social, o como dice Muller, la astucia y la camaradería. El hombre está desprovisto, no tiene colmillos como los animales, ni garras ni armaduras; es enclenque, inerme y vulnerable. Pero, por una parte, predomina sobre sus otros compañeros de vida por la potencia de su cerebro; por otra parte, se siente atraído por sus semejantes, tiende a formar grupos con los otros individuos de su especie, y son estas tendencias sociales las que, multiplicando al hombre por sí mismo, le han proporcionado el medio de alcanzar resultados tan prodigiosos, tanto en el campo del saber cómo en el campo del poder».
“No comparto tu opinión, pero daría mi vida por la defensa de tu derecho a expresarla”. Voltaire, con esa frase que de suyo es un clásico por cierto, resume lo que presentare como el “hombre humanidad”, pero en concordancia con el sentido ciudadano que está en ella implícita.
El homo humanitas es un constructo con el que deseo mostrar ahora una categoría en crisis precisamente. Un hombre que se asume representado en otros, en la evolución y mejoramiento de ellos como de sí mismo, un ser que reconoce en su ser a los demás y no por ello deja de ser distinto. Un ente único y semejante, pero que cuida ambos aspectos de su naturaleza que sabe compleja y milita sensible en esa doble condición.
En las anteriores entregas discurrimos sobre una suerte de fenomenología que parece caracterizar al hombre en este tiempo histórico, y que lo compromete seriamente en su significación social e individual. Sostenemos que el que es hoy, difiere del que otrora y destacamos que es una suerte de mutación que pone a prueba al zoon politikon con el que desde Aristóteles lo veníamos definiendo.
El zoon politikon era un ser social y para la sociedad. Lo veíamos como un actor dentro del teatro social. En ocasiones positivamente apreciado pero, para bien o mal, socialmente social. El castigo a su mal comportamiento era a menudo el ostracismo y así privarlo de su vita activa, como diría nuestra apreciada y admirada Hannah Arendt. Al agresor, al malhechor se le llamó antisocial.
El verus homo, así denominamos a esa realidad deliberadamente ausente del espacio público, ya por desdén, ya porque los hechos lo ubican dentro, pero fuera, espiritualmente y culturalmente disiente, difiere del zoon politikon. Él existe, él es, en una perspectiva existencial que lo plena o lo convence de su razón de ser y permanecer.
La sociedad de hoy es una coincidencia espacial de individuos posesivos, una suma, un agregado; lo que la hace una sociedad que no asocia, que opone, que disuelve cuando segmenta. En ese estadio, conspira contra la ciudadanía como membresía del cuerpo deliberante y decisorio, divide o priva de sus contenidos a la noción de soberanía que deja de ser nacional porque siéndolo estimula la exclusión.
Una sociedad que deja pues de serlo. Sin comunicación entre sus miembros porque no comparte ni legitima al hacerlo valores comunes, tal vez a la solo excepción del derecho humano a ser diferente y la disposición a la crítica indiscriminada ante todos los elementos que antes la cohesionaban, incluyendo una democracia que como bien nos advierte Daniel Inneraty, se ha quedado desfasada casi completamente.
Frente al valor de universalidad ciudadana propia del pensamiento humanista y las propuestas de construir una ciudadanía del mundo por citar a Ferrajoli, encaramos como expresión de la conciudadania uno de los capítulos del nuevo populismo que nos explica mucho de lo que acontece por doquier. Cabe una cita de Rosanvallon iluminadora, como a menudo pasa en una entrevista que concede y que corresponde a una interrogante pertinentísima: En los últimos años el populismo no ha hecho más que ganar terreno. No solo en América Latina, sino también en Europa. ¿Cuál es la razón?
“Además de los modelos sociales que hemos enumerado, defendidos por la derecha y por la izquierda, hay una tercera vía propuesta por el populismo para el que la respuesta es la homogeneidad. Su discurso es siempre el mismo: ‘Nuestras sociedades van mal porque son heterogéneas y porque hay gente que viola las reglas de juego’. Y los que violan esas reglas son en algunos países los inmigrantes; en otros, las élites. De modo que, si conseguimos desprendernos de ellos, todo irá mejor. Y todo iría mejor si, en vez de abrirnos al mundo, aplicáramos una política proteccionista. Esa es exactamente la visión que se había desarrollado en Europa a fines del siglo XIX, cuando el teórico de la derecha nacionalista Maurice Barrès decía en 1893 que «la nación se definía mediante la exclusión. Para él, el proteccionismo era la idea constitutiva del nacionalismo. Pero no el proteccionismo como elemento de política económica, sino como filosofía radical. Naturalmente, esas políticas de la hegemonía alimentan la xenofobia. Hoy lo vemos en Europa. El populismo es un discurso sobre el Estado de Bienestar, un discurso sobre la cuestión social: para los populistas, la identidad y la homogeneidad son la respuesta a la cuestión social”.
Con esos insumos en el pensamiento, la semana pasada rematábamos entre preguntas así, “¿El intelectual orgánico gramsciano habríamos dicho, debe ser citado para que rinda unas posiciones juradas sobre este contencioso, pero quién lo representa hoy en día? ¿Quién explica, elabora, piensa, convence, demuestra o persuade hoy? ¿Qué ha sido de la verdad que gozó siempre de prestigio? ¿Dónde anda el poder y cuál es hoy en día su naturaleza? Esas serán nuestras interrogantes a intentar responder…” (Del mutante humano y otras veleidades mas (II))
Con el respeto debido a Manuel Castell y a sus textos importantísimos sobre la comunicación y su significación en el ser social y, en las relaciones de poder, me permito avanzar una opinión sobre el rol que visualizo es el de los medios de comunicación y su papel como el intelectual orgánico gramsciano.
En efecto, el siglo XX unió la radio, la TV, la prensa escrita para configurar y especialmente en la última mitad, un cuadro hegemónico que los hizo inclusive legítimos administradores de todas las verdades y en ese logro, paulatinamente, se convirtieron en censores prestos y ágiles para, apuntalados en ese dominio, revisar, encausar, vigilar, juzgar a todo y a todos, deviniendo además en otro miembro de la oligarquía del dinero universal.
Los medios en varios escenarios, incluso, se hicieron del poder político y si no fue el caso, en múltiples teatros, se infiltraron o mantuvieron un elevado ascendiente que para muchos, además, no era solamente por su presumido papel de rectores de la verdad sino que se les atribuyó un valor ético y moral que la sociedad les concedía. Bastaba que lo dijeran los medios.
Pero el siglo XXI trastocó las cosas o las descubrió para todos y les desnudo, inclusive, en un arrebato de autenticidad paradójico, reclamándoles la manipulación regular e interesada de la noticia y la fabricación de verdades falsas. Entretanto, la verdad verdadera, se marchó a las calles que ahora, en el cosmos digitalizado, se llaman redes donde compite con las mentiras y vehículos de captación para guiar, torcer, orientar.
El resultado es una impresionante y gravosa fragmentación que disuelve, en el novedoso ethos digital, entre cálculos y por fuerza de las realidades, tamizados por el espectáculo que se aprecia como un elemento que transversaliza la cultura que deja de ser para, acomplejada, plegarse al instante, al momento, en que se expresa para apartar, instrumentar por lo demás, al mismísimo tiempo y al espacio y posarse, dominante y sensual en el prisma que lo irradia todo insolente.
El homo economicus es arrastrado por el fenómeno que acopla el cambio tecnológico, con el afán individual y posesivo como patología, trasladando al sistema de producción y consumo, un agente pragmático y a ratos, simplemente egoísta y misógino inclusive. El asunto se deja ver en variadas dimensiones de la mundología, en una vorágine de fantasías y derroches imaginativos que ha creado un mercado y a todo evento disputa al del intercambio convencional, sus espacios y cadenas de distribución.
En el ínterin, entró en sueños el ciudadano, el zoon politikon se ausenta del tablao, ya no se oye sino esporádicamente su vitoreó y aplauso, su voz, su protesta es tan propia que, solo en la coyuntura asemejara ser colectiva. El hombre hedon o utilitarista, et verus homo, lleno de aparatos para comunicarse pero, solitario y fascinado, empalagado consigo mismo, ahito de imágenes de sí, trasladado por la tecnología allende las fronteras sensoriales y epistémicas clásicas, adicto a todas las formas de digitalización, deja de ser responsable de los demás y ni siquiera lo es de sí mismo. Tiene planteado incluso, dejar que no solo el vehículo se conduzca por el solo sino que, está tentado dejar el oficio de pensar a la inteligencia artificial.
Empero lo anotado, la naturaleza juega otra carta con ribetes hobbesianos y el coronavirus de súbito nos muestra, nuestra vulnerabilidad, debilidad, precariedad. Al grito del planeta herido, desgastado, explotado se unen las endemias que no economizan a nadie y que nos prueban que, la humanidad para vivir requiere que los hombres ni olviden ni prescindan de los otros hombres, pero esa circunstancia dramática es menester comprenderla y sopesarla.
Fue premiada la película surcoreana Parasite, que nos restriega un asunto que no es nuevo, pero que siempre como ahora aconteció. Nunca nos vimos iguales en realidad, porque no lo somos. La igualdad es una perspectiva educada para ver más hondo, más profundo. Es un ademán del espíritu que persigue la alteridad. Es un trazo racional asido a nuestra evolución. Pero igualdad e identidad son regalos envenenados.
Hay algunas personas que huelen distinto, hay una suerte además de aporofobia que destaca, pero ¿siempre no fue así? Víctor Hugo con insoportable brillantez nos lo arrostra y aquellos miserables ¿no son como los de antes y no serán como los que vendrán? En Venezuela ya se habla siguiendo a los hermanos cubanos, de una antropología dañada por la experiencia de la sumisión, la resignación, la enajenación, el hambre, la desilusión, la frustración del homo. Hay un venezolano deambulando entre nosotros que nos ofende y nos solivianta que cada día se hace más presente y más patético.
Pero lo peor consiste en la extirpación, la castración, la lobotomía del ciudadano que consiste en el credo totalitario que postula un igualitarismo como camino a la igualdad y se convierte en el fin del argumento crítico, sin el cual, en alguna medida, el homo sapiens pierde su esencia que además, vinculo yo, modestamente, pero con la entidad de todas mis convicciones, substancialmente unida al paradigma del ciudadano griego y a la poli.
Fuente:
1) Fotografía: Geoffroy van der Hasselt (AFP), Notre Dame.
2) Ilustración: Antonio Berni, Manifestación.
3) Ilustración: Rosie Thompson.
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