Luis Barragán
“Para
definir una época no basta
con
saber lo que en ella se ha hecho;
es
menester además que sepamos
lo
que no se ha hecho, lo que en ella es imposible”
José
Ortega y Gasset (*)
La discusión y la movilización, constituyen dos de las facetas más importantes del obrar político. Empero, suele ocurrir, solemos confundir la política con las propias herramientas de comunicación que emplea, tomando el totalitarismo un curso novedoso para realizarse con la apariencia de las libertades que niega.
El Tweed circunstancial, centrado en alguna de las vicisitudes que tejen el drama universitario, puede imponerse por encima de aquél mensaje también directo y conciso capaz de asomar y propiciar una interesante polémica, cual escena de una víctima del llamado coronavirus que evade el planteamiento y cuestionamiento de las condiciones de salubridad imperantes en el país y sus alternativas. Quizá, por ello, se dirá que basta una etiqueta en torno a la autonomía de la universidad que adquiere la prestancia de un comodín, utilizado orwellianamente por los que aún la combaten, en lugar de avanzar en el intercambio: estamos la altura de la tristemente célebre sentencia 0324 de 2019, incólume porque la 0047 de 2020 trata de una suspensión, por cierto, renovable de hacer falta políticamente, por lo que no se justifica que retrocedamos a las meras consignas reivindicativas, antes impensables en una instancia del conocimiento organizado. .
Atravesamos un problema grave y profundo de características existenciales, respecto a la universidad; por consiguiente, una pasajera emoción y el planteamiento de algunas ideas, pronto nos devuelven – resignados – al oficio privilegiado por el régimen: el de la propia, básica e indelegable sobrevivencia personal. Inaudito, todavía son escasas las voces provenientes del mismo mundo universitario que opinan sobre la materia, ante la omisión y cautela de quienes juran pontificarla, permitiéndonos añadir que la historia les dará alcance por lo que no hicieron – declarando muchos imposibles - en una coyuntura tan crucial de hacer caso a la sentencia ortegueana con la iniciamos nuestra modesta intervención en la sesión de la Asamblea Nacional (27/02/2020).
¿Protagonizamos un debate real, sostenido y ascendente, sobre la universidad venezolana y su destino? ¿Disponemos del tiempo y de la motivación necesaria para darle consistencia? ¿Lo convertirá definitivamente el régimen en otra de las puerilidades que lo alimentan? De acá se desprenden los síntomas iniciales de la gravedad que ha ganado el asunto en los predios de la opinión pública y de la política misma, simulando una controversia y una dinámica a favor del selfie que le concede ventaja al soterrado esfuerzo de supervivencia de la burocracia y de sus intereses tan ramificados.
Obviamente, siendo muy otros los tiempos, podemos constatar en la prensa escrita y diarios de debates del otrora Congreso de décadas atrás, el nivel y profundidad que conquistó la diatriba que, hoy, resultaría harto tediosa; a modo de ilustración, citamos los debates parlamentarios que sintetizaron todo un dilema entre la llamada renovación y la reforma universitarias, hacia 1970; o, valga la acotación, un largo texto publicado en un órgano inicialmente del PCV que, después, fue controlado por el MAS, como fue Deslinde, referido a un diagnóstico del problema de la educación superior, cuya sola invocación escandalizaría a los ahora enemigos declarados de la autonomía. Vale decir, alcanzamos una mínima y eficaz argumentación o racionalidad que el país – alarmantemente – no extraña, respecto a sus dirigentes.
(*) “Obras completas”, Revista de Occidente, Madrid, 1947: III, 207
Reproducción parcial: Deslinde, Caracas, 15 al 30/06/1969.
02/03/2020:
http://www.opinionynoticias.com/opinionpolitica/36482-universitario
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