domingo, 13 de julio de 2014

SOBRE LA REVOLUCIÓN (3)

De la revolución sin signo
Luis Barragán


Resultan harto sospechosas las revoluciones que no ofrecen definiciones previas, amparadas por  el único éxito de sus consignas. Excepto la raquítica circunstancia, no hay hecho político alguno que carezca de un sentido u orientación.

Frecuentemente, las rupturas  que tienen por único requisito la buena, etérea y distendida voluntad,  concluyen en una amarga travesía presuntamente azarosa.  Siendo lo más importante propulsarlas, la gesta inaugural se convertirá en el poderoso mito a compartir, sorprendiéndonos muy luego el inevitable proyecto que soterrada y  arbitrariamente lo administra.

Puede aseverarse, soportamos una grave e inédita crisis política en la década de los noventa del siglo anterior que, lamiendo interminablemente las heridas, propició otra construida silenciosamente con la nueva centuria. La principal ventaja que ostentó el actual régimen en sus orígenes, fue la indefinición de sus propuestas, auspiciando una revolución sin signo.

Además de las flaquezas ideológicas que ha sobrellevado, imposibilitándolo para las más elementales conceptualizaciones respecto una sociedad que dijo vanidosamente nueva, se hizo de la ingenuidad colectiva, atrapando las más disímiles voluntades. Avanzado el gobierno plebiscitario de Chávez Frías, ya no era posible ocultar sus intenciones y pretensiones, aunque el llamado socialismo del siglo XXI se levanta como un majestuoso monumento al eufemismo, pues constituye una vía segura para reeditar el socialismo real de contundes y sonoros fracasos en otras latitudes.

Eufemismo que ya cuenta con los amables aportes de la persecución y de la censura para sostenerse, desesperadamente atado al culto de la personalidad que no termina de arraigar. Y es que la tal revolución fue portadora de motivos no por anacrónicos, inconsistentes, pues – faltando un detalle – realiza intereses harto poderosos, ya definitivamente ligados a la renta petrolera y a los objetivos de potencias extranjeras.

Aparentemente neutral, esa gesta del desprendimiento pasó por la supeditación del proceso constituyente a los novísimos elencos del poder, posteriormente depurados.  No hubo espacio para la amplia y densa discusión de los problemas comunes, realizando la democracia que proclamaba, sino la prisa y la improvisación terminaron por asentar un sistema tipificador de la estafa política.

Sobre la revolución sin signo, permítannos una breve digresión histórica, porque alcanzó alguna cotización doctrinaria en el marco del rico debate que protagonizaron los socialcristianos a mediados de los sesenta del siglo XX.  Por ejemplo, Néstor Coll y Pedro Paúl Bello, ciertamente, muy jóvenes por entonces, la reclamaban como un instrumento en sí mismo de la etapa inicial del ciclo, carente de una carga política, religiosa, filosófica o moral, teniendo por destinatario al hombre, “cualquiera que sea su creer, su pensar o su querer” (Venezuela Urgente, Caracas, 15/05 y 01/09/1967).

El hecho sociológico, relevante por su desarrollo instrumental, parecido al proceso independentista que no enfatizó Bolívar como cristiano, alega uno de los articulistas, posiblemente fue invocado gracias a la noción de “revolución en marcha” que  ilustra Remo Di Natale (“América Latina hoy”, Nuevo Orden, Caracas, 1964).  Vale decir, lo importante era hacer la revolución, porque – herramienta al fin y al cabo – respondía a las situaciones específicas e inmediatas, aunque no reportara un conjunto indispensable y debatido de orientaciones.

Los venezolanos padecemos un siglo XXI que arrancó con un acontecimiento dispensado de toda argumentación y contra-argumentación, porque la sola urgencia dijo legitimarlo.  No hubo la claridad y sinceridad de un programa, como – por lo menos, tíldese o no de revolucionario – exhibió el frustrado proceso de 1945.

Composición gráfica: Julio Pacheco Rivas.
Fuente: http://opinionynoticias.com/opinionpolitica/19907-de-la-revolucion-sin-signo

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