domingo, 20 de julio de 2014

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Correo postal
Luis Barragán


Hay teóricos de cafetín que celebran la presunta pérdida de los envíos postales, proclamando el uso constante de sus correos electrónicos y demás servicios afines. A pesar del retraso que ya exhibimos en materia tecnológica, encareciéndose – sobre todo – los equipos portátiles, no se explican la vida misma sin el relacionamiento virtual, por cierto, harto temeroso de sus implicaciones en el mundo real.

El intercambio manuscrito de cartas, a veces, efímeramente aromatizadas, ha sufrido una dramática reducción. El cartero es un antiquísimo recuerdo que ya no encuentra equivalente, ni siquiera en el cobrador de los artefactos electrodomésticos que frecuentaba el vecindario del último rincón del país, excepto el instalador de la televisión por suscripción.

Lejos de acabarse, se ha incrementado el envío de los bultos postales por obra de la empresa privada que llega hasta donde no puede el incompetente Estado venezolano. El tarjetahabiente inadvertidamente contrata el servicio, aunque su solicitud y pago lo haga a través de la red de redes, así de simple.

Lo peor que también podría ocurrir es, precisamente, una ocurrencia: la de estatizar todas esas empresas que hacen el trabajo que el Estado no puede encarar, como mínimamente lo hacía década y media atrás. Valdrá cualquier pretexto imputado a uno de los tomos escritos por Marx o a algún folleto inspirado de Lenin.

De IPOSTEL poco a nada se sabe, excepto dos datos: uno, la remodelación de la fachada de la histórica sede de Carmelitas, convertida en un cascarón – obviamente -  vacío. El otro, que apenas cuenta con 91 oficinas de 335 municipios que hay en el país,  revelado hace dos años aproximadamente por el PSUV, cuando – peculado de uso por delante – activó los buzones dizque para una consulta nacional.

Extrañarán sus servicios los filatelistas correspondientes, se dirá burlonamente a pesar de trastocarnos en simples espectadores de los adelantos tecnológicos en otros países, inadvertidamente. Y, sin embargo, esos adelantos no prescinde del intercambio físico de objetos.

Por lo demás, priva la desconfianza hacia los servicios oficiales. Entre nosotros, la inviolabilidad de la correspondencia es un hallazgo viejo,  lejano y ajeno de la doctrina constitucional.

Fuente: http://opinionynoticias.com/opinionnacional/20003-del-correo-postal

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