De ½ coletilla (y la autoridad moral)
Luis Barragán
La transportación pública perdió las más elementales condiciones de seguridad, confort y confianza, igualados los conductores y pasajeros en vehículos que deben transitar todos los senderos del peligro personal con la inaceptable ausencia del Estado. Al problema tarifario o de la calidad del servicio, se antepone el de la más angustiosa inseguridad personal.
Autoridad moral
Frecuentemente, el régimen apela al remoto heroísmo de la subversión de los sesenta, reivindicándose como heredero legítimo de una decisión y de un proyecto político que naufragó con prontitud. Por si fuese poco, clama a los cielos televisivos por la persecución y muerte de aquellos militantes que cayeron en la deliberada confrontación.
Dice de una autoridad moral que, por experiencia naturalmente ajena, evidenciado el relevo generacional, sirve curiosamente para despotricar, apabullar y reducir al adversario, sin escucharlo. Son muchísimos los golpes que el oficialismo se da en el pecho, sobre todo en el ámbito parlamentario, creyéndose en medio de una inconclusa gesta épica. Sin embargo, medio siglo atrás, fue monumental el fracaso al intentar el sabotaje de los comicios generales y, en el fondo, provocar un golpe de Estado que supuestamente le allanara el camino a las guerrillas.
La campaña para la elección presidencial, parlamentaria y edilicia de diciembre de 1963, se realizó en medio de un despliegue de insólita violencia que dejó muertos y heridos. La tragedia de El Encanto, el inimaginable regadío de tachuelas en las avenidas caraqueñas, el arsenal de Paraguaná, la fábrica de bombas de Barquisimeto, el incendio de la GoodYearb en Puerto La Cruz, incendio de oleoductos y gasoductos, hurtos millonarios en oficinas públicas, quema de autobuses, francotiradores que concitaban la anarquía en horas dramáticas, llamado a la huelga general, envío postal de explosivos a dirigentes políticos, ejemplifican los eventos que precedieron a la cita electoral.
Cincuenta años más tarde, suena un triqui-traqui y alguien osa negarles el voto en la Asamblea Nacional, el oficialismo denuncia la violencia, como si fuese portador de la paz, pretextando un magnicidio y un golpe de Estado. Pasado el susto, se encamina a la represión selectiva y morbosa de sus oponentes, sometidos previamente al escarnio público, pues, todavía no se atreve a una más brutal, personal y literal demolición del adversario.
Medio siglo atrás, llenaron de sangre el escenario. No recuerdan aquello del “haz patria, mata a un policía”.
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