La ciencia-ficción, el futuro y las distopías políticas
Javier Bilbao
La ciencia-ficción ha buscado con frecuencia representar peligros cercanos bajo formas extrañas. Como un juego que permite aproximarse de forma inofensiva a ideas o temores que de otra forma sería complicado abordar directamente. Respecto a su estética y a la tecnología que muestran… básicamente suele ser la que ya existe en su época pero agigantada. Rascacielos más altos, transportes más rápidos, máquinas con más botones…
Por ello nada envejece peor que una película futurista. Aunque conservan un peculiar encanto, con ese futuro que ya nunca será. Además uno siempre experimenta cierto regocijo cuando el mundo se va pareciendo siquiera un poquito a esas predicciones fantásticas, como si la realidad de vez en cuando nos hiciera un guiño. Como por ejemplo ver por la ventana las Cuatro Torres de la Castellana y fantasear con que se está en Neo-Tokio o Los Ángeles año 2019. Teniendo en cuenta que ya hay al menos una abandonada, tampoco es tan descabellado… Y si no se tiene suficiente, paciencia, que bastarán un par de legislaturas más de Esperanza Aguirre para ver convertida Madrid en Negociudad.
Según cuenta Fernando Savater, en el año 1900 las mayores amenazas en el ámbito social y político que sentían los parisinos ante el nuevo siglo que llegaba eran una posible invasión de los cosacos, el neokantismo y la incineración de cadáveres. Lamentablemente el cine estaba aún en sus inicios y no podemos disfrutar hoy día de vibrantes historias de zombies chamuscados, de cosacos asaltando París a bordo de zancudos AT-AT Walkers y de neokantianos haciendo cosas neokantianas. Pero no tuvieron que pasar muchos años para que pudiéramos ver futuros distópicos y mundos paralelos que mostraban apocalipsis ecológicos, guerras nucleares, regímenes totalitarios e hiperburocráticos que controlan hasta los pensamientos más íntimos y grandes corporaciones multinacionales que deciden sobre las vidas de sus clientes-trabajadores-ciudadanos. Peligros que a los terrícolas del siglo XX y XXI nos han quitado el sueño, y que las generaciones venideras quizá vean con la ternura con la que miramos ahora aquellas preocupaciones decimonónicas, murmurando un “pobres, eso no será nada en comparación con que les pasará…”.
Pero quién sabe, en algunos casos tal vez no acaben ocurriendo precisamente por estas advertencias. Obras como 1984 de George Orwell, están tan presentes en el pensamiento contemporáneo que vuelven muy impopulares ciertas iniciativas de gobiernos y parlamentos. O que vuelvan a ocurrir. Por ello me gustaría comenzar prestando especial atención a dos películas europeas pioneras, una rusa y otra alemana. Precisamente dos países que conocieron bien esa invención característicamente moderna que es el Estado totalitario.
La revolución obrera en Marte
Aelita (Yákov Protazanov, 1924) tiene el honor de ser la primera película de ciencia-ficción soviética. Comienza con un misterioso mensaje procedente del espacio que ha sido recibido en diversas estaciones del mundo. Este hallazgo inspira a un ingeniero moscovita llamado Losi a desarrollar los planos de un cohete espacial para ir en busca del origen de esa señal. Absorbido por tan elevada misión, tarda en reaccionar al hecho de que mientras tanto su esposa ha comenzado a flirtear con un aprovechado recién llegado a su casa. Cuando empiezan a acumularse las sospechas en la mente de Losi —parece que brillante para la ingeniería pero algo torpe para las relaciones sociales— se ofusca por los celos, va a su casa y se lía a tiros con su mujer. Acto seguido decide construir el cohete cuyos planos había estado diseñando, para irse a vivir a Marte y así no pagar por su crimen. La típica reacción. Mientras tanto, la Reina de Marte, Aelita, ha estado viendo al ingeniero a través de un nuevo telescopio que ha inventado uno de sus siervos y ha quedado perdidamente enamorada de él. También le ha llamado la atención de la civilización terrícola que las parejas se besen en la boca.
La reina Aelita. A juzgar por su vestido, la mutante de Desafío Total no fue la primera marciana con tres tetas.
Poco después vemos a un soldado que está por la calle paseando con su novia, ella se detiene ante un escaparate, pero él no tiene dinero y siguen caminando. Entonces pasan junto a la nave espacial que está en construcción y se le ocurre ir al donde el ingeniero para ofrecerse como astronauta. Es aceptado y al día siguiente parten hacia el infinito y más allá, acompañados por un detective que estaba siguiendo la pista del autor del crimen y en el último momento se metió dentro de cohete. Cuando llegan, la alegría de Aelita no puede ser mayor y ya hace planes de boda. Juntos gobernarán Marte. Mientras tanto, el soldado ha conocido a la clase oprimida de Marte, formada por obreros habitantes del subsuelo, y la solidaridad proletaria le lleva a incitarles a la Revolución:
“¡Camaradas, sólo vosotros os podéis ayudar a vosotros mismos! Nosotros sufrimos como vosotros, pero entonces…”
Vemos imágenes de un esclavo que rompe sus cadenas y coge la antorcha de la Libertad para escribir con su fuego: “25 de octubre de 1917”. Acto seguido, un obrero moldea a martillazos una hoz y finalmente pone su martillo cruzado con ella. Tras estas imágenes cargadas de un simbolismo no excesivamente sutil, remata su arenga:
“¡Seguid nuestro ejemplo, camaradas! ¡Formad la República Federal Socialista de Marte!”
Entonces, mientras suena La Marsellesa, aparece Aelita y se autoproclama líder de la revolución, pese a las comprensibles reservas del soldado. Tras una violenta refriega que termina con la victoria de los sublevados, la reina anuncia que las armas ya no serán necesarias en Marte y anima a los obreros a dejarlas. Acto seguido ordena a las tropas, ahora de su lado, que abran fuego contra los trabajadores rebeldes para que vuelvan a sus cuevas. Qué cabrona. En un tiempo récord, el nuevo régimen revolucionario se ha vuelto tan tiránico como el recién depuesto. Una audaz crítica a la Revolución Rusa y a algo que tantas veces hemos visto en diferentes fechas y países. ¿Cómo fue posible que en la URSS de 1924 se rodara una película con semejante mensaje? Quizá porque el año en que se rodó hubo cierto vacío de poder, al coincidir con la muerte de Lenin y la sucesión de Stalin.
Pero sigamos con la historia: mientras Aelita le hacía carantoñas a Losi, este veía en ella a su difunta esposa. Así que una vez se proclama la nueva dueña de Marte y aprovechando que están a solas, ¿qué hace Losi? Pues lo que le pide el cuerpo, que no es otra cosa que empujarla desde un precipicio. Matar una vez a su esposa no debió parecerle suficiente. Esa afición por la violencia doméstica no creo que fuera consentida en una película actual. Tras este acto contrarrevolucionario, nuestro protagonista despierta de nuevo en Moscú y comprende que en realidad todo había sido un sueño. Un final muy original… en 1924. En conclusión, se trata de una película con detalles muy originales y divertidos y un mensaje interesante. Bajo estas líneas puede verse, ya libre de derechos de copyright. La primera hora, desarrollada en gran parte en la Tierra, se hace un tanto larga, pero los 20 últimos minutos —ya íntegramente en Marte— son una maravilla:
La tiranía de las máquinas
En septiembre de 1933, la revista nazi Film-Kurier condenó la representación “de una clase subversiva y criminal desarrollada a través de fantasías sobre la metrópolis de un gigantismo destructivo”. Se refería, obviamente, a Metrópolis (Fritz Lang, 1927). La ciudad que inspiró la película fue, como no resulta difícil deducir, Nueva York. Concretamente de un viaje del director en 1924 con la productora UFA para un acuerdo de distribución, una productora que acabaría quebrando a causa de esta película precisamente. La historia tiene lugar en Metrópolis en el año 2000 y muestra dos clases sociales claramente diferenciadas: la clase obrera, que vive sometida bajo la superficie, y la clase alta, siempre ociosa, correteando por sus jardines versallescos y haciendo dios sabe qué guarrerías tras setos primorosamente podados.
La enorme maquinaria a la que sirven los obreros se convierte cada vez que se estropea en Moloch, el dios que requiere sacrificios humanos. Ese neoludismo que considera que las máquinas acaban esclavizando a los hombres estaba también presente unos años después en Tiempos modernos (Charlie Chaplin, 1936) y ha llegado a convertirse en uno de los tópicos fundamentales del cine de ciencia-ficción, con títulos como la saga de Terminator (James Cameron, 1984), Matrix (Andy y Lara Wachowski, 1999), Blade Runner (Ridley Scott, 1981), Sueños eléctricos (Steve Barron, 1984), Juegos de guerra (John Badham, 1983) 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968), La rebelión de las máquinas (Stephen King, 1986), Yo Robot (Alex Proyas, 2004)… Lo cual no deja de ser paradójico, dado que este género se deleita especialmente en mostrar máquinas. Que invariablemente cada vez que adquieren conciencia de sí mismas solo nos traen disgustos.
Otro elemento de esta película característico del género es el arquetipo del científico loco. Encerrado en su laboratorio espaldas del mundo, crea un robot que inicialmente iba a tener el aspecto de la difunta esposa del magnate dueño de la ciudad. Ese robot, cómo no, cobrará vida y liderará hacia la revolución a la clase obrera. El final conciliador e ingenuo de la película, que encarna el lema que la abre (“Mediador entre el cerebro y las manos ha de ser el corazón”) no gustó nada al propio director, que dejó la parte ideológica de la narración en manos de su esposa. La cual posteriormente se divorciaría de él y abrazaría el nazismo.
En cualquier caso, la estética de la película es fascinante y ha tenido una enorme influencia posterior. Uno de los mejores ejemplos es el célebre vídeo de Queen, Radio Gaga, todo un homenaje.
Pero si tanto Metrópolis como Aelita ya describían sociedades tiránicas y con clases sociales fuertemente estratificadas, fueron novelas como Un mundo feliz, Fahrenheit 451 y 1984 las que supieron captar la novedosa naturaleza del Estado totalitario. Respecto al autor del último —sin duda el más citado, parafraseado e involuntario inspirador de programas de televisión simiescos— dice el historiador Tony Judt en su libro Pensar el siglo XX que la clave de la lucidez y perspicacia de Orwell estaba en que:
“Tenía esa capacidad de imaginar las conspiraciones y complots —por absurdos que pudieran parecer— que estaban teniendo lugar entre bambalinas y tratarlos como reales, haciéndolos reales a nuestros ojos. Los que entendieron correctamente el siglo XX ya fuera anticipadamente —como Kafka— o como observadores contemporáneos, tuvieron que ser capaces de imaginar un mundo para el que no existían precedentes. Tuvieron que suponer que esta situación insólita y a todas luces absurda estaba sucediendo en realidad, en lugar de dar por hecho, como todos los demás, que era grotescamente inimaginable.”
1984 ha contado con dos adaptaciones al cine, la más conocida la rodada en el año del título con John Hurt de protagonista, actor que posteriormente interpretaría en V de Vendetta (James McTeigue, 2006) un papel precisamente de “Gran Hermano”. Pero las películas más celebradas no son esas adaptaciones fieles al libro, sino las inspiradas en él como El dormilón (Woody Allen, 1974) y Brazil de (Terry Gilliam, 1984).
Respecto a la segunda, que inicialmente iba a llamarse 1984 y medio hasta que apareció por en medio la versión de Hurt, se trata de una distopía sobre un régimen hiperburocrático de un futuro cercano. De una estética sorprendente, a ratos divertida, oscura… podrían decirse muchas cosas de esta película extraordinaria y lo cierto es que ya han sido dichas, así que basta con poner el enlace.
A veces la presión no viene del Estado, sino de una gran corporación que ha ido creciendo más y más, convirtiéndose en un conglomerado empresarial que abarca actividades inicialmente al margen del mercado como la seguridad, las cárceles… y convirtiéndose por tanto en un Estado. Uno que buscará ante todo que sus ciudadanos sean rentables y, por tanto, sacrificables si eso genera un beneficio superior. Como en el caso de los tripulantes de la nave Nostromo. O los participantes de cualquier concurso televisivo sangriento que entusiasme a las masas, de los muchos que en el futuro al parecer habrá.
La Tyrell Corporation
Un patrón común en muchas historias es el de mostrar un régimen autoritario que no se conforma con la aquiescencia de la población, sino que desea su apoyo incondicional y entusiasta. Reprimiendo para ello cualquier disidencia por mínima que sea. Hasta que aparece el protagonista y generalmente a partir de una pequeña casualidad, anécdota, malentendido… encuentra una grieta en el sistema, comienza a tirar del hilo y a cuestionarse más y más cosas que hacen desmoronarse su sistema de creencias. Otras veces es un recién llegado, que a la manera de los westerns pronto descubre quién es el que impone la ley del más fuerte en el pueblo y le reta, poniéndose del lado de los débiles. En ambos casos con su actitud pasa a ser un elemento subversivo que tiene que ser reeducado o eliminado. Ya en la clandestinidad generalmente suele descubrir a más como él, que le prestarán ayuda. Algunas explosiones y persecuciones después, el protagonista tiene la posibilidad de destruir el régimen y salvar a la ciudadanía de la alienación en la que vive inmersa. Aunque como en el caso de Demolition Man (Marco Brambilla, 1993), Stallone ayude a la clase social denominada “Despojos” en su lucha contra el régimen, pero tras su victoria les advierta de que tampoco vayan a convertirse ahora en unos comunistas, ojito.
Otro ejemplo de héroe que se alza contra el poder es la enorme bosta adolescente convertida durante los últimos años en un icono de rebeldía, la anteriormente mencionada V de Vendetta. Aunque con la frase anterior ya se han ido unos cuantos lectores indignados a escribir en los comentarios insultos hacia mi madre y cosas peores como “este artículo no está a la altura de Jot Down”, déjenme que lo explique. Veamos, si un futuro gobierno tiránico emplea la lucha contra el terrorismo como excusa para controlar a la población, no parece demasiado inteligente volverse un terrorista para oponerse a dicho gobierno. El cual, inexplicablemente, oculta los atentados en lugar de darles publicidad, lo que le haría ganarse el favor de la ciudadanía y le cargaría de razones acerca de todas las medidas liberticidas aprobadas o por venir. Un disparate.
Pero habíamos mencionado unas líneas atrás un concepto clave: alienación. No confundir con Alien Nación (Graham Baker, 1988) distopía sobre la llegada de alienígenas a la Tierra que vienen a convivir con nosotros, en una parábola de las dificultades de la convivencia interracial en Estados Unidos. El concepto de alienación, decíamos, era muy querido por Marx y en general por toda clase de doctrinas políticas, filosóficas y religiosas. Consiste en que el sujeto no busca sus propios intereses sino los de alguien ajeno a él: el gobierno, las empresas, los bancos, el patriarcado, el sionismo internacional, el hombre blanco, el diablo, Facebook, los líderes religiosos, la chica a la que le paga las Fantas, las máquinas, los extraterrestres, los morlocks… quienes para poder explotarlo le hacen vivir en una ilusión. Solamente si es capaz de ver más allá de las apariencias podrá toma conciencia de su situación y romper las cadenas.
La realidad es mentira
¿Y en qué consiste esa ilusión? En hacer creer a los ciudadanos que llevan una vida idílica, ya que cuando las cosas funcionan bien el sentido común nos dicta que es mejor dejarlo todo como está y no cambiar nada. Pero tras esa fachada tarde o temprano se descubre que las esposas siempre complacientes en realidad son robots, como en Las mujeres perfectas (Frank Oz, 2004), que todo nuestro entorno no es más que un gigantesco escenario, como en El Show de Truman (Peter Weir, 1998) o Destino oculto (George Nolfi, 2011) —aunque en este caso para un único y celestial espectador—, o que uno es criado como mero repuesto de órganos como en La isla (Michael Bay, 2005), o eliminado al cumplir los 30 como en La fuga de Logan (Michael Anderson, 1976) o resulta tener algún defecto genético como en Gattaca (Andrew Niccol, 1997) o vive en una completa ilusión de los sentidos esclavizado por extraterrestres o máquinas como en Están vivos (John Carpenter,1998), Dark City (Alex Proyas, 1998) y la trilogía de Matrix (Andy y Lara Wachowski, 1999-2003)… etc.
En Zardoz, el vestuario es bastante más razonable y discreto que el guión
En otras ocasiones el lavado de cerebro es un castigo por cometer un crimen, como en La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971), o proporciona unos recuerdos implantados como en Desafío Total —o El vengador del futuro en Hispanoamérica— (Paul Verhoeven, 1990) objeto de un inexplicable remake que nos hace levantar la ceja pero que no dejaremos de ver. En definitiva, la disyuntiva que a menudo suele plantearse está entre si queremos vivir en una jaula de oro o en libertad. Disfrutando del orgasmatrón, del soma, del ocio televisivo sangriento, del orden y de la pulcritud… o bien ser humanos libres, conscientes e independientes. La opción por la que se decanta la moraleja de cada narración suele ser la b, pero en casos en la novela Un mundo feliz donde viven cómodamente, drogados y disfrutando del sexo, no queda del todo claro cuál es el problema. Algo parecido ocurre en Wall-E (Andrew Stanton, 2008) donde los humanos de esa sociedad futurista disfrutan de un estado de ociosidad permanente al que han llegado gracias al progreso tecnológico, del que finalmente reniegan para deslomarse en el campo como los campesinos medievales (¿?). Tengo la impresión de que aquellos que ensalzan las virtudes del trabajo es porque tienen alguno bastante cómodo y nunca han trabajado ni en el campo, ni en muchos otros ámbitos. O eso o andan un poco alienados y deberían hacérselo mirar. Otro caso parecido es el del film Zardoz (John Boorman, 1974) homenaje a El Mago de Oz —del que tanto beben las anteriormente mencionadas— que nos muestra una sociedad futurista formada por una aristocracia de humanos inmortales dedicados al placer, aunque reciban consignas de una gigantesca cabeza de piedra voladora:
“La pistola es el Bien. El pene es el Mal. El pene dispara espermatozoides y crea nuevas vidas que envenenan la Tierra con una plaga de hombres, como una vez fue, pero la pistola dispara muerte, y purifica la Tierra. Ve… ¡y mata!”
De la misma manera que una película de tres dimensiones requiere unas gafas apropiadas para dar relieve al inicial caos desenfocado, para que Zardoz cobre sentido a los ojos del espectador exige el consumo previo de una elevada dosis de LSD. Así que concluyo aquí este artículo recomendando a los lectores que vean —sobrios o no— este indescriptible film e invitándoles, si lo desean, a incluir cualquiera de las muchas películas que han quedado sin mencionar.
http://www.jotdown.es/2012/09/la-ciencia-ficcion-el-futuro-y-las-distopias-politicas/
Fotografía: LB, pieza de Rafael Barrios. La Castellana, Caracas, 23/11/13.
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