domingo, 17 de noviembre de 2013

PERSEVERAR

TIEMPOS DE CRISIS
Con perseverancia. Más necesaria que nunca
José Antonio Pagola

TIEMPOS DE CRISIS
En los evangelios se recogen algunos textos de carácter apocalíptico en los que no es fácil diferenciar el mensaje que puede ser atribuido a Jesús y las preocupaciones de las primeras comunidades cristianas, envueltas en situaciones trágicas mientras esperan con angustia y en medio de persecuciones el final de los tiempos.
Según el relato de Lucas, los tiempos difíciles no han de ser tiempos de lamentos y desaliento. No es tampoco la hora de la resignación o la huida. La idea de Jesús es otra. Precisamente en tiempos de crisis “tendréis ocasión de dar testimonio”.
Es entonces cuando se nos ofrece la mejor ocasión de dar testimonio de nuestra adhesión a Jesús y a su proyecto.
Llevamos ya cinco años sufriendo una crisis que está golpeando duramente a muchos. Lo sucedido en este tiempo nos permite conocer ya con realismo el daño social y el sufrimiento que está generando. ¿No ha llegado el momento de plantearnos cómo estamos reaccionando?
Tal vez, lo primero es revisar nuestra actitud de fondo: ¿Nos hemos posicionado de manera responsable, despertando en nosotros un sentido básico de solidaridad, o estamos viviendo de espaldas a todo lo que puede turbar nuestra tranquilidad?
¿Qué hacemos desde nuestros grupos y comunidades cristianas? ¿Nos hemos marcado una línea de actuación generosa, o vivimos celebrando nuestra fe al margen de lo que está sucediendo?
La crisis está abriendo una fractura social injusta entre quienes podemos vivir sin miedo al futuro y aquellos que están quedando excluidos de la sociedad y privados de una salida digna. ¿No sentimos la llamada a introducir algunos “recortes” en nuestra vida para poder vivir los próximos años de manera más sobria y solidaria?
Poco a poco, vamos conociendo más de cerca a quienes se van quedando más indefensos y sin recursos (familias sin ingreso alguno, parados de larga duración, inmigrantes enfermos...) ¿Nos preocupamos de abrir los ojos para ver si podemos comprometernos en aliviar la situación de algunos? ¿Podemos pensar en alguna iniciativa realista desde las comunidades cristianas?
No hemos de olvidar que la crisis no solo crea empobrecimiento material. Genera, además, inseguridad, miedo, impotencia y experiencia de fracaso. Rompe proyectos, hunde familias, destruye la esperanza. ¿No hemos de recuperar la importancia de la ayuda entre familiares, el apoyo entre vecinos, la acogida y el acompañamiento desde la comunidad cristiana...? Pocas cosas pueden ser más nobles en estos momentos que el aprender a cuidarnos mutuamente.
CON PERSEVERANCIA
¿Desaparecerá un día lo que los hombres van construyendo con tanto esfuerzo, sudor y luchas?
Los científicos no tienen la menor duda: la especie humana, el planeta Tierra, el sistema solar y las galaxias no existirán para siempre. Se discute si será por exceso de calor o de frío, pero un día todo terminará. La lejanía de este final no impide que nazcan en nosotros preguntas nada frívolas. Si esto es realmente así, ¿qué será de nuestra vida?, ¿cuál es el destino de la Humanidad?, ¿qué decir de ese Dios al que buscan e invocan las diferentes religiones?
Mientras tanto, en las sociedades modernas de Occidente, asentadas en el bienestar, no se quiere pensar en final alguno. Se vive por lo general desde una sensación de seguridad inamovible. A pesar de todos los conflictos y tragedias, el mundo siempre irá mejorando. No es imaginable la destrucción, sólo el progreso. Hablar del «fin del mundo» es cosa de pesimistas impenitentes o de visionarios apocalípticos.
Ni el poder de los poderosos es tan poderoso ni la seguridad del progreso es tan indiscutible. De pronto parece que se nos desvela un poco más la inconsistencia del ser humano, su incapacidad para construir un mundo más digno y su impotencia para salvarse a sí mismo.
Seguimos esclavos del viejo y perverso mecanismo de la «acción y reacción». Se justifica una vez más la guerra que mata a nuevos inocentes y no se piensa en dar un nuevo rumbo a la política mundial. De nuevo habrá victoria de los ganadores, pero no habrá ni más paz ni más justicia en el mundo. En las sociedades del bienestar «todo volverá a ir bien», pero en el mundo cincuenta millones de personas seguirán muriendo de hambre.
Las palabras de Jesús recogidas en lo que se llama «el apocalipsis sinóptico» son de un realismo sorprendente: la historia estará tejida de guerras, odios, hambres y muertes, y después llegará un día el Fin.
Sin embargo, su mensaje es de una confianza increíble: hay que seguir buscando el reino de Dios y su justicia, hay que trabajar por un «hombre nuevo», hay que seguir creyendo en el amor. «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».
MAS NECESARIA QUE NUNCA
Apenas se habla hoy de la paciencia. No está de moda. Atrae más la actitud rebelde y agresiva, la reacción vehemente ante cualquier adversidad. Desprestigiada socialmente a veces y mal entendida otras, la paciencia va quedando relegada como algo poco importante, propio quizás de espíritus débiles. Sin embargo, sin el aprendizaje de la paciencia no es posible el arte de vivir.
La paciencia no es fruto de la debilidad. Al contrario, supone fortaleza interior. La persona paciente moviliza todas sus energías para no doblegarse ante la adversidad y seguir luchando con firmeza, sin dejarse perturbar por el mal. Se necesita mucha entereza para mantener el ánimo sereno y confiado cuando todo se nos pone en contra.
Aunque parezca fuerte y violento, el impaciente es una persona débil, incapaz de tolerarse a sí mismo y de soportar las contrariedades de la vida. Por lo general, los niños son impacientes. No han aprendido todavía a vivir con paz y sosiego las diversas realidades de la existencia.
La verdadera paciencia nada tiene que ver con una resignación pasiva. Ser paciente con uno mismo y con los demás no significa soportar la vida de forma apática y sin espíritu de iniciativa. No es «aguantar» porque uno no sabe o no se atreve a hacer otra cosa. La persona paciente se mantiene activa, sigue buscando lo mejor, responde a nuevas situaciones y retos inesperados, pero lo hace sin perder la paz ni la lucidez.
La paciencia no es virtud de un momento, sino un estilo de perseverar de forma pacífica pero tenaz, sin rendirse ante la adversidad. Por eso, en las primeras comunidades cristianas, el término «hypomone» se traduce indistintamente como «paciencia» o «perseverancia». Ésa es la exhortación de Jesús: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras vidas» (Lucas 21, 19). El creyente alimenta su paciencia en ese Dios que tiene paciencia inmensa con todas sus criaturas.
Bien entendida, la paciencia es tal vez más necesaria que nunca entre nosotros. No es posible dejar atrás la violencia y promover un proceso de pacificación sin una actitud paciente y tenaz por parte de todos.
No se recupera en un día la confianza rota por tanto enfrentamiento.
No es posible aproximar posturas y buscar juntos lo mejor para todos sin un trabajo paciente, sereno y lúcido. Por eso, ni impaciencia ni desaliento. Sencillamente, paciencia activa.

http://www.musicaliturgica.com/0000009a2106d5d04.php
Ilustración: Ad Reinhardt

No hay comentarios:

Publicar un comentario