La nostalgia es un error
José Luis García Martín
¿Son los libros y las bibliotecas, tal como los hemos conocido en los últimos años, una especie en extinción? Hay una extendida creencia de que sí y eso hace que cada vez abunden más las publicaciones dedicadas a ellos, casi como un canto de despedida.
Tras el éxito de La librería ambulante y La librería encantada, de Christopher Morley, Periférica publica ahora la novela que presuntamente los inspiró. ¿Novela? Los elementos de ficción de Los amores de un bibliómano son –afortunadamente– muy escasos, apenas una apoyatura para entrelazar una serie de bien humoradas reflexiones y anécdotas sobre libros, libreros y coleccionistas.
Su autor, Eugene Field (1850-1895), es un autor norteamericano conocido en su país, y desconocido entre nosotros, por sus cuentos y poemas para niños. Los amores de un bibliómano se terminó de escribir unos pocos días antes de su muerte, según cuenta el hermano, su primer editor, en el epílogo; se había comenzado pocos meses antes, cuando ya ese final estaba anunciado, pero no hay en sus páginas ninguna huella de la enfermedad.
El lector actual hubiera preferido que estas memorias de ficción fueran unas verdaderas memorias, pero el autor renuncia a hablar directamente de sí mismo y prefiere transferir sus recuerdos de una vida entre libros a un coleccionista de mayor edad.
Las primeras líneas le sirven para deshacer equívocos. Las suyas no son las memorias de un Casanova: “En este momento, cuando estoy a punto de empezar la tarea más importante de mi vida, me acuerdo del sentimiento de aversión con el que en diferentes ocasiones he leído las confesiones de hombres famosos por sus hazañas en el terreno amoroso”. Quienes se dedican a “contarnos cuántas conquistas han hecho, y con frecuencia tienen además el mal gusto de explicarnos, con pesada prolijidad, los modos y maneras con que las llevan a cabo” le parecen semejantes a un cazador que “estuviera siempre alardeando de los ciervos que ha matado y se recreara en los repulsivos detalles de sus carnicerías”.
Su primer amor fue un viejo ejemplar (una “vieja copia” dice la traductora) del Manual de Nueva Inglaterra, un difundido libro de texto del siglo XVIII. Todavía se sabe de memoria muchos de sus pasajes, aún no ha olvidado aquel enamoramiento inicial: “Y en esto se ejemplifica la ventaja que el amor a los libros tiene sobre otras clases de amor. Las mujeres son por naturaleza volubles, y los hombres también; su amistad es susceptible de disipación a la mínima provocación o a la menor excusa”. Los libros, por el contrario, no cambiarían:”Dentro de mil años serán lo que son hoy, dirán las mismas palabras, expresarán la misma alegría, la misma promesa, el mismo consuelo; siempre constantes, ríen con los que ríen y lloran con los que lloran”. Pero los libros no dicen lo mismo a cada lector ni si se leen en un momento o en otro de la vida.
Los capítulos siguientes nos hablan de cómo aparece una nueva pasión, los cuentos de hadas; del lujo de leer en la cama; de los comienzos de la afición al coleccionismo; de libreros e impresores; del olor de los libros; del gusto por los catálogos, para algunos preferibles a la lectura de las propias obras catalogadas…
Todo contado con ameno humor, con las artes divagatorias del ensayismo inglés, como quien charla, junto a una chimenea encendida, ante buenos amigos y con una copa en la mano. De vez en cuando la prosa se interrumpe para dar paso a algunos poemas, que el autor en ocasiones atribuye al juez Methuen, un fiel amigo muy presente en estas páginas.
Tienen Los amores de un bibliómano el encanto de otros tiempos, que la ciega nostalgia considera mejores. La contraportada del libro nos recuerda la definición que la Real Academia ofrece de bibliomanía: “Pasión de tener muchos libros raros o los pertenecientes a tal o cual ramo, más por manía que para instruirse”. Poca relación hay a menudo entre la bibliomanía y el placer de la lectura. La literatura ya existía desde siglos antes de la aparición del libro impreso, y seguiría existiendo sin merma alguna aunque este dejara de existir.
Los bibliómanos o bibliófilos tienen algo de fetichistas que coleccionan zapatos de mujer y que, en muchos casos, acaban prefiriendo el bello zapato de tacón a la mujer que lo utiliza. Al buen lector le importa más el texto que la rareza de la edición. En cualquier catálogo de un librero anticuario, los libros más caros suelen ser casi siempre los que menos apetece leer. Leer un libro, para el perfecto bibliófilo, es casi una profanación: los bellos o los raros libros, los que interesa coleccionar, se miran pero no se tocan, o se tocan con guantes y siempre lo menos posible.
La bibliomanía es, como todas las manías, un tanto risible y goza de un prestigio quizá un tanto desmesurado. El libro cuando más antiguo, lujoso o artístico, cuanto más deba ser preservado en vitrina, menos sirve para leer, menos útil es.
El mejor libro, el más funcional, el que más facilita la lectura; la mejor biblioteca, la que más obras guarda y en el menor espacio y en el orden más accesible.
De momento, el libro tradicional, el libro en papel, el que amaba Eugene Field, se defiende bastante bien frente al libro electrónico; si algún día se inventa un artilugio que lo sustituya por completo con ventaja, bien venido sea. En ese caso, desaparecerá en el uso habitual, pero los lectores no lo echarán de menos y los bibliómanos podrán seguir coleccionando, como hacen ahora, hermosas y raras ediciones que no tendrán la tentación de leer.
Eugene Field
Los amores de un bibliómano
Traducción de Ángeles de los Santos
Periférica. Cáceres, 2013.
http://crisisdepapel.blogspot.com/2013/11/la-nostalgia-es-un-error.html
Fotografía: LB, pieza de Rafael Barrios, La Castellana, Caracas (23/11/13).
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