sábado, 23 de noviembre de 2013

50 VECES

EL NACIONAL, Caracas, 26 de abril de 1998 OPINION
Las coincidencias inexplicables, ¿son explicables?
RUBEN MONASTERIOS

Tal día como hoy se cumple un nuevo aniversario de uno de los tantos acontecimientos inquietantes, por decir lo menos, relacionados con el asesinato del presidente norteamericano Abraham Lincoln; "inquietantes" en parte porque muchos de ellos jamás han sido convincentemente explicados, y en parte por su asombrosa coincidencia con los concernientes al no menos perturbador magnicidio de Kennedy. El reseñado por las efemérides el 26 de abril de 1865 es la inesperada muerte del asesino de Lincoln, John Wilkes Booth, por obra del sargento de la policía Boston Corbett, quien supuestamente habría actuado como "vengador espontáneo", pese a que se habían dictado instrucciones expresas de atrapar vivo a Booth.
Repetidas veces se han reseñado las más de veinte coincidencias inexplicables entre ambos magnicidios, advertidas por primera vez por M.J. Boldo, y publicadas originalmente en la revista Excalibur de Africa del Sur, 1969. Algunas son sencillamente curiosas, como la referida a que Lincoln fue victimado en el Teatro Ford y Kennedy en un automóvil marca Lincoln fabricado por la Ford Motor Co, otras son mucho más impresionantes; además de la muerte de sus respectivos victimarios por supuestos fanáticos "vengadores espontáneos" antes de que pudieran rendir testimonios que permitieran llegar al fondo del asunto, se observa que los sucesores de los dos presidentes se apellidaban Johnson (Andrew y Lyndon) y que nacieron con un siglo de diferencia; así mismo transcurrieron cien años entre la elección de Lincoln, en 1860, y la de Kennedy, en 1960; y esta otra coincidencia todavía más perturbadora: el secretario de Lincoln, que era de apellido Kennedy, tuvo un presentimiento y le aconsejó al mandatario no asistir al teatro esa noche fatal; la secretaria de Kennedy, que se llamaba Lincoln, también tuvo un presentimiento y le rogó a su jefe no ir a Dallas.
¿Es un misterio? ¿Se trata acaso, de la intervención de esa entidad vagamente identificada, llamada destino, que por ignorada razón cruza los hilos rectores de las vidas humanas y demás acontecimientos? Según los matemáticos, nada tiene que ver con esos acontecimientos el destino, cualquier cosa que ello signifique; en su opinión, dado que todos los días ocurren millones de interacciones entre los millones de vivientes que existen en el planeta, lo raro sería que no hubiera coincidencias.
Al respecto, Rafael Sylva, notable estudioso de estos fenómenos y acucioso develador de los misterios de "nuestro insólito universo", cita en uno de sus artículos a un autor que escribía bajo el pseudónimo de "Doctor Cryton": "Basta un somero conocimiento de los aspectos más elementales de la Ley de Probabilidades para comprender que esas coincidencias (...) no son más que interesantes, aunque predecibles, subproductos de una mima ley: la Ley de Probabilidades" (Exceso, marzo, 1990); Sylva asume ese punto de vista. Pero, al mismo podríamos oponer el de otro autor, Richard Blodgett, recurriendo a su vez a la autoridad de Carl Jung, quien en un ensayo de 1952 afirmó que "las coincidencias son mucho más frecuentes de lo que predicen las teorías de probabilidades, y que, por tanto, muchas deben ser obra de una fuerza desconocida que trata de imponer un orden universal". Jung acuñó el término sincronicidad para designar el fenómeno de hechos aparentemente sin relación que ocurren por alguna asociación inesperada.
Varias autoridades científicas ponen en tela de juicio la existencia de esa "fuerza desconocida" que podríamos hacer equivaler a la idea de destino. Einstein, Podolsky y Rosen demostraron que dos partículas subatómicas que hayan interactuado una vez, pueden repetir su patrón de interacción milenio más tarde y a años luz de distancia; a este fenómeno se le llama Paradoja EPR, por sus descubridores. David Bohm observó que toda cosa existente en el Universo: desde las partículas subatómicas hasta las personas y demás cosas, está relacionada con todas las demás en una forma invisible para los conceptos ordinarios de la realidad; en su Teoría del Orden Implícito, y a partir de ella este científico aporta una explicación al fenómeno de la percepción extrasensorial, y a los casos, más frecuentes de lo que se supone, de personas que sin conocerse conciben simultáneamente la misma idea; el más notable entre estos es el de Darwin y Alfred Russel Wallace (1823-1913); ambos, encontrándose el primero en Londres y el otro en las Islas Molucas, concibieron en 1856 la Teoría de la Evolución; sólo que Darwin la dio a conocer primero.
Con todo el respeto debido a esas eminencias, todavía quedan muchos casos que uno, común mortal, no puede aceptar sin sobresaltos; apréciese el siguiente, estudiado por el investigador Warren Weaver: 15 miembros de un coro religioso debían reunirse para ensayar la noche del 1° de marzo de 1950, en la iglesia de Beatrice, localidad de Nebraska; su cita era a las 7:15 pm, y todos, por diferentes razones, se retrasaron. Fue una gran suerte: la iglesia quedó destruida por una explosión de gas a las 7:25 p.m. Warren calcula que la probabilidad de que 15 personas se retrasen simultáneamente es de una en un millón. ¿Se cumplió en el desconcertante caso la Ley de Probabilidades, o sería Dios que intervino para salvar la vida de esos humildes fieles que le rendían tributo con sus cánticos sagrados? Y si, en efecto, se cumplió la ley aludida, ¿acaso no sería por la Voluntad Divina?
(*) Tema de la semana de Rubén y sus Corazones Solitarios, por Mágica 99.1 FM, a las 6:00 pm.

Fotografía: http://internacional.elpais.com/internacional/2013/11/22/album/1385113625_633053.html#1385113625_633053_1385114092

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