Credo
Luis Barragán
Grosso modo, nos integramos y entendemos a través de las representaciones o imaginarios sociales que sintetizan lo que creemos de nosotros y de los otros, como lo que creemos que otros creen de nosotros, convirtiéndose en sentido común. Toda suerte de ideas, prejuicios, gestos, valores, hábitos, creencias, costumbres, principios (etc.), racional e irracionalmente amasados, sintonizan en un momento histórico determinado, afianzándonos sociológica, psicosocial y psicológicamente.
La revolución surge como un cambio drástico y necesario, sustentado en una cultura política alternativa que, al quebrar el modo compartido de comprensión y relacionamiento, apuesta por otros contenidos y estilos que desembocan en un diferente hacer, razonar y sentir, motorizado por determinados sectores sociales. Término desprestigiado por los autores postmodernos, no se entiende sin el progreso, ya que la iniciativa, tarea y pensamiento revolucionario presupone mejorar en los más disímiles ámbitos, por lo que – si fuese implacable la fórmula – renegaríamos del pasado que también cuenta con testimonios revolucionarios, aunque no se llamasen tales.
De atenernos al ahora enfermizo cuarteto reacción, reformismo, revolución y, combinándolos, simulacro, constatamos que la Venezuela de estos días, naufraga en medio de un experimento que tiene por hábil bandera la indefinición interesada de sus presupuestos. E, inevitable, falsifica el lenguaje, porque los “revolucionarios” y los “escuálidos” no son tan innovadores y tan escasos, respectivamente, ni todos los apátridas están fuera del gobierno y todos los honestos en la oposición.
El reclamo y convencimiento de la más excelsa pureza es, precisamente, lo que permite la abultada, subrepticia e innombrable contaminación ética y moral de todos los actores públicos, con las excepciones que tenga a bien indicar Perogrullo. No hay polarización política, todavía socialmente insuficiente, que no haga del maniqueísmo su única bandera, pero – atención – nos embargaría un extremismo de centro, irresponsable y oportunista, procurar romperlo sin un convincente reemplazo de la sensatez que parta – inevitable – de tamaña e infranqueable condición.
Aparente pleonasmo, el poder político – valga agregar, pastoral - cree realizar una revolución, cree que estamos convencido de ella, y cree que los creemos revolucionarios, en el marco de un ultrarrentismo suicida, cuya cultura compartimos y recreamos. A partir de 1998, asistimos a una masiva rotación del relevo lentamente purgado, que oferta por único relacionamiento y relacionador social al Estado, aunque importantes e inocultables logros resulten a la postre ociosos, debido al asombroso retroceso de la calidad de vida, el déficit crónico que no se compadece con los colosales ingresos petroleros percibidos, y las cifras acumuladas de muertes violentas digan de una guerra civil no declarada que, por lo demás, fundamentalmente afecta a los sectores más empobrecidos de la población.
En las cumbres del eufemismo, la simulación se vive con tan absoluta normalidad que la hace suya la propia oposición, indispuesta e incómoda frente a todo debate que lo sospeche con algún acento académico, porque la llamada antipolítica consagró la banalidad y la vanidad como sus mejores herramientas de promoción. Y disculpen los fanáticos, Perogrullo por delante, predomina un periodismo de la ligereza que ni siquiera logra interpelar (autocuestionándose), a un liderazgo que no puede sustituir, así lo presuma por la sola pertenencia a una agraciada secta de famosos.
Hay una mezcla de reaccionarios, reformistas y revolucionarios que tiene por principio reactivo, un insólito conservadurismo con ínfulas de renovación. Y una prédica oportunista de tolerancia, teñida de una lisonja de complicidad que no, de comprensión hacia las condiciones reales que la hagan posible: sospechosa retórica hacia el adversario, lejos de precisar posturas que haga posible fijar un puente entre extremos firmes, sólidos y confiables, únicamente consigue parapetear una suerte de terraza o balcón en la punta privilegiada (y privilegiadora), a la vez que la otra dibuja una escalerilla rústica de emergencia de la que sólo cabe saltar al vacío.
Autores especializados ilustran que el proceso iniciado hacia 1789, consumó la tendencia oculta de un – por entonces – favorable centralismo francés que lo hizo posible el estridente imaginario revolucionario, mientras que – colegimos – nuestro bullicio marcó el retroceso – ya explícito – de la descentralización, susceptible de correcciones, mas no de liquidación en un desafiante siglo XXI que, aún, tardamos en pisar. Creen, nos creen y creen que creemos que este socialismo es de la nueva centuria, atascados en la derrota política y militar de 1963, sin recibir noticias todavía del formidable debate político e ideológico que sus antecesores protagonizaron sobre el fracaso de la lucha armada.
http://www.noticierodigital.com/2013/03/credo/
http://www.noticierodigital.com/forum/viewtopic.php?t=949788
Fotografía: LB, av. San Martín (Caracas, 03/13). Pancarta que queda de la movilización con motivo del traslado del cadáver de Hugo Chávez Frías, desde el Hospital Militar. Al ampliarse la gráfica, puede notarse que la suscribe un grupo llamado "Guerreros de La Vega", de célebre actuación al iniciarse el gobierno de Chávez Frías.
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