lunes, 11 de marzo de 2013

LA OTRA RUTA

Dopaje y prejuicio
Luis Barragán


Presunción que ya no admite prueba en contra, el anuncio del fallecimiento de Chávez Frías se haría cuando todos los dispositivos estuviesen listos.  Esencial, no sería una simple y adolorida noticia, sino el despliegue de una inmensa maquinaria propagandística y publicitaria para construir el otro y rápido imaginario social que les resulta indispensable: reforzar la identidad del chavismo, sintetizarla en el heredero designado y martirizar al hijo de Sabaneta, víctima -  expresamente dicho -  de todo el vilipendio, por decir lo menos, que ningún otro  acumuló en todo nuestro historial republicano.

El más desavisado, ha recordado motivos, ceremonias y operaciones semejantes, como los funerales de Lenin y Stalin, y  seguramente lo será con Fidel cuando le toque, como ha ocurrido con la dinastía norcoreana, so pretexto del lacayismo imperial superviviente.  Ha sido inmenso el dopaje intentado en nuestro país, asociado a la campaña electoral que ya se inicia,  contando con un extraordinario éxito, aunque no ha impedido los cacerolazos espontáneos y dispersos, ni la propia invocación de casos como los referidos.

El esfuerzo de lograr ese otro imaginario, por supuesto, necesita de la cooperación de quienes se opusieron y se oponen socialmente al régimen, aunque – está demostrado – más desde el palabrerío digital que en el sufragio y su defensa cuando les toca.  Y, en efecto, lo consiguen porque la crítica contra Chávez Frías y su sucesor, es decidida y definitivamente estética y no ética, dejando  intacto el equipaje de prejuicios que, precisamente, facilitó su ascenso al poder.

Quisiera más de uno ser autobusero en este país, contando con un salario y una mínima seguridad social como la garantizó el Metro de Caracas en sus inicios, o  avance en una camioneta por-puesto que le ayude a llevar el pan a la casa como ya no lo puede hacer un técnico medio, un abogado o un médico. Sin embargo, desde la cumbre del desprecio social, aguijoneado por los servicios de contra-inteligencia del país, a quienes seguramente se debe el éxito de la prédica, estos sectores ilustrados de la oposición descargan su ira, la de sus propias impotencias y carencias, sobre un Maduro que, goloso, recordó en la Asamblea Nacional que también hizo de escolta o guardaespaldas.

Parece muy complicado denunciar que el corto gobierno de Maduro ha devaluado la moneda y espera el plebiscito para adoptar las medidas complementarias, o recordar las miles de muertes violentas. Y tan complicado como hacer el trabajo que está pendiente para ganar o neutralizar electoralmente al régimen, pues, inventándose cada quien un “pedigreé”, para contentura del oficialismo, la pretendida nobleza lo impide, por cierto, omitiendo que un tiempo atrás, dentro o fuera del poder, el autobusero Miquilena fue espléndidamente festejado.

De la antipolítica a la necropolítica, un subproducto, la guerra psicológica ha  hurgado en la profundidad de las amarguras y frustraciones del venezolano que no sabe todavía de su preferencia por el general y doctor que labró nuestras guerras decimonónicas, amarrándose – por si fuera poco – al prejuicio racial que no repara siquiera en los braguetazos ancestrales. Profundidad tal que permite identificar e implementar una estrategia que, a pesar de la gigantesca crisis social y económica,  tiene un éxito indudable al distorsionarla y reprimirla.

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