Desinstitucionalización del conflicto
Luis Barragán
El régimen sospecha de la menor discrepancia, aún en su propio patio. Tamaña predisposición, sedimentada en los últimos años, fuerza a la negación de toda conflictividad social, sugerida como la vigilada ocurrencia de una conspiración tenebrosa.
El descontento no encuentra un legítimo canal de expresión, por mucho que los protestatarios invoquen su terca lealtad con el finado presidente, incluyendo la indumentaria de rigor. Las organizaciones de la sociedad civil, por muy naturales e inherentes que les sean, claman en el desierto y muy escasos funcionarios – medios – se atreven a recibirlas y, menos, procesar sus demandas a sabiendas que las comunas no constituyen su mejor manifestación y tampoco una confiable fuente de información sobre las realidades que siguen su curso inatajable..
Siendo la instancia apropiada, el parlamento no ventila los casos que amargan nuestra común existencia, ahogadas las voces por ese afán de la dócil uniformidad que nuestra contemporaneidad desconocía. La disconformidad tampoco halla una válvula de escape en un foro tan adecuado e idóneo, según lo establece la propia y vigente Constitución de la República.
Desinstitucionalizado el conflicto, como si fuese suficiente para aplacarlo y liquidarlo, queda una sola versión de nuestros aconteceres y pareceres, profundizando la cultura del morbo. Jugando el cinismo un rol estelar, no extraña que el candidato oficialista incurra en la más temeraria de las descalificaciones del adversario que merece casi toda su pieza oratoria, sino que auspicie y festeje sendos eventos por la paz y contra la violencia, como si los convocantes no tuviesen sobre sus espaldas el peso de catorce años de gobierno y de las cifras que equivalen a las más desesperadas urgencias funerarias. Por si fuese poco, en uno de esos actos, el de Maracay, la joven y desprevenida oradora invitada, comenzó por pedir empleo, convidada después a solventarlo con Rafael Ramírez.
Triturados, los fines siguen justificando toda suerte de medios. Y, desinstitucionalizado el conflicto, pareciera que cualquier mentira vale para hacerse doctrina.
http://www.analitica.com/va/politica/opinion/7026070.asp
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