viernes, 15 de marzo de 2013

ESPEJUELOS

EL VENEZOLANO, Miami, 15 de marzo de 2013
Chávez, o cómo ser aspirante a mito en la era del Twitter
Marcos Villasmil

Dentro de sus muchas funciones, un mito tiende a dividir a una sociedad. Sobre todo si su origen es político. Todavía hay rusos que extrañan a Stalin, colombianos a Gaitán o argentinos a Perón.
Los actos del régimen y la reacción de multitud de venezolanos ante la muerte del autócrata apuntan al inescrupuloso intento de construcción de una figura mítica, digna de los altares populares de la patria, junto a Negro Primero, María Lionza, José Gregorio Hernández y, claro, Bolívar.
Nos recuerda Leszek Kolakowski que los mitos tienden a establecer una frontera cultural con la vertiente tecnológica de una sociedad dada, de la cual la ciencia es su expresión más común. Un punto central, fundamental, es que la fe en un mito no puede obtenerse por convencimiento racional. Además, y para peor, si bien la estructura mítica no sirve para explicar la realidad de forma racional, quien cree en el mito no exige dicha explicación. El mito le basta y sobra.
En el caso venezolano, como bien afirma Luis Castro Leiva, “la saturación cultural alcanzada por el bolivarianismo en esta república hace del mito la sustancia del valor moral de las acciones y pasiones políticas.”
UN PAÍS DE CIUDADANOS, NO DE PETRO-CONSUMIDORES
La revolución, afirmaba Mao, no es un baile de buenos modales. Y ese asesino que acabó siendo una muy exitosa efigie de franela, el Che Guevara, sentenció que el revolucionario debe ser una máquina fría de matar.  Así son esos fascistas de izquierda. Y es que, nos recuerda Umberto Eco, detrás de un régimen y su ideología hay una manera de pensar y de sentir, una serie de hábitos culturales, una nebulosa de instintos oscuros y de pulsiones insondables.
Caído el Muro de Berlín, los viudos del totalitarismo entendieron que en esta época híper-tecnológica las formas eran muy importantes, por aquello de que tapar sus marranadas no era tan fácil como en el pasado. Las viejas tácticas de confrontación se vieron derrotadas por innovaciones tecnológicas capitalistas que las desnudaban en toda su crudeza. Había que cambiar de modales, y pronto: así, hoy se puede ser un muy revolucionario lector de Kropotkin o de Lenin, y usar un iPhone, un iPad, una MacBook, o tener cuentas en Facebook y Twitter. Como se puede fungir de demócrata, participar en elecciones, e incluso ganarlas, para luego destruir el Estado de Derecho desde dentro. Los Putin, Ortega, o Mugabe así lo demuestran. Pero el más efectivo de todos fue Hugo Chávez.
Cambio de formas, pero no de objetivos. Máxime cuando se tiene todo un coro de cheerleaders en medio de la variopinta congregación de supuestos demócratas que gobiernan nuestros países de la América no norteamericana.
Un triunfo central de las fuerzas totalitarias, alimentado por los coros de tontos útiles que les siguen el cántico: la democracia es simplemente un método electoral, y punto. ¿El mayor tonto, extremadamente útil? Insulza, el mayordomo – en el más claro sentido británico del término- de la OEA.
Un fracaso general de la sociedad venezolana es que no hemos sido capaces de construir un país de ciudadanos. Al contrario. La antropología petrolera ha hecho de Venezuela no sólo un petro-estado, sino que, usando como recurso la promoción de la ignorancia, ha generado ciudadanos pétreamente domesticados en los modales del consumismo y del clientelismo más extremos.
Venezuela tiene un postgrado en dictaduras. Y en todas esas aventuras irresponsables, nos recuerda también Luis Castro Leiva, “el ritual dictatorial comienza como una extraordinaria aventura moral, como una revolución, si no que le pregunten a los militares.” En Hugo Chávez se unieron el siglo XIX y el XXI. Los híper-precios del petróleo sirvieron para re-establecer la chatarra argumental e ideológica del socialismo del siglo XIX, convertido por obra y gracia de la voluntad de un militar golpista en petro-socialismo,  mágicamente unido al petro-capitalismo de Estado que seguimos padeciendo  hoy los venezolanos. Por ello, no hay análisis lineal o racional de la realidad actual venezolana. Estamos a merced de cualquier accidente, locura o cataclismo social.
Está de moda centrar la crítica al chavismo en sus falencias económicas, pero el daño mayor, el que sin duda alguna será más difícil de solucionar, es el daño antropológico. No sólo por el cáncer de la división –otro cáncer importante ligado al tirano- sino por haber repotenciado, en palabras de Manuel Felipe Sierra, el ADN militarista que pervive en las mentes venezolanas desde el origen de la nacionalidad republicana. Un ADN al que se une, siempre por la teta petrolera, un paternalismo misionero clientelar y vergonzante. Hugo Chávez llevó al paroxismo lo que por desgracia todavía subsiste en la corriente sanguínea nacional: Chávez se convirtió en el líder adorado por las masas que Carlos Andrés Pérez quiso ser, creyó ser,  y al final no fue.
No hay agenda realmente democrática que no parta de allí: del daño antropológico causado por tantos años de desidia, de abandono de ideas, de destrucción institucional, de degradación de la moral y de la ética tanto públicas como privadas. Vivimos en una anomia y una anarquía constantes, porque tenemos un Estado ilegítimo y sin autoridad donde el vicio y la injusticia se dan la mano, convertida la sociedad, por orden de Chávez, en un cuartel al lado de un pozo petrolero.
Y dicho daño y las consecuencias catastróficas que derivan de él no pueden olvidarse, o incluso perdonarse. Al perdón, para que fructifique en mentes y corazones de verdaderos ciudadanos, debe ir unida la buena fe del autor del daño. Hay demasiadas víctimas de la persecución y del odio del chavismo como para que se pueda presumir la buena fe de los cabecillas mayores de esta supuesta revolución convertida en bacanal. Las responsabilidades podrán ser colectivas y variadas, pero las culpas siempre son individuales.
Por más de veinte años Hugo Chávez Frías, el Nuevo Mito Nacional, el hombre que más daño ha hecho a Venezuela en toda su historia, si bien nunca poseyó una real filosofía, sí tuvo, y a granel, una retórica: demostró crecientemente que un perenne monólogo puede convertirse en todo un delirio.


Fotografía: LB, adherentes que forma parte de una movilización hacia Caracas para las exequias de Chávez Frías (Plaza Venezuela, Caracas, 11/03/13).

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