Luis Barragán
Fenómeno recurrente, nos está
asfixiando casi dramáticamente en todo el país. Rumores con miedo, inquietud,
zozobra. Se dirá, nadie quiere verse sorprendido por los hechos, o, desde el
cómodo empleo desde casa, todos se desean como dueños de un “tubazo” twittero.
Lo cierto es que los rumores
amargan la vida, contaminan rápidamente nuestras percepciones, reclaman y
explotan el instinto primario, dejan que
nos precipitemos en la impotencia,
provocan la inmediata condena,
generando la sospecha sobre el vecino mismo. Hay algo más que el motivo de
distracción, la afición deportiva o el humor
negro en los rumores.
Más de las veces, cuando escasean
los referentes públicos y confiables de opinión, luce recomendable indagar
sobre la naturaleza, características y alcances de los rumores. Si bien es cierto que no remedia la
enfermedad, por lo menos, permite un poco más de claridad doméstica que, es necesario
admitirlo, constituye una mínima ventaja frente a la patología colectiva que
nos toma por rehenes.
Por ejemplo, José Agustín Catalá
y Ediciones Centauro entregaron - en
1993 – una obra que merece la intensa
búsqueda – sobre todo – de los usuarios de las redes sociales digitales que
suelen rumorar, con la (in) voluntaria consecuencia del caso: “Los
rumores en Venezuela. Elementos para su estudio” de Iván Abreu Sojo.
Posiblemente los haya mejores y actuales, pero el título en cuestión satisfizo
tiempo atrás nuestras necesidades de comprensión.
Significativo, con prólogo del
desaparecido periodista y destacado militante del PCV, Federico Álvarez, la
primera parte trata de la definición del rumor, clasificación, transmisión,
estructura y evolución, recepción, tendencia, motivo y modificación; la segunda,
rumor, opinión pública y comunicación social; y, la tercera, versa sobre la “Venezuela
democrática definida por sus rumores”. Además, se sirve de sendos ejemplos
históricos, e, independientemente de las observaciones que pueda merecer la
obra, lo que importa es tener a mano una explicación lo más sensatamente
posible, aún en medio del oleaje de rumores que tiende a ahogarnos.
A modo de ilustración, refiere
que el rumor es “una voz paralela u opuesta a las fuentes institucionalmente
autorizadas”, pudiendo responder a hechos reales e irreales, teniendo por mejor
domicilio la crisis política. Por entonces, el autor lo consideró un fenómeno
esencial de la comunicación oral, aunque – sin anticiparlo, ni adivinarlo –
dejó una ventana abierta a la interconectividad, además de considerar el papel de los medios
formales de difusión social (421 ss.).
Considerado un asunto natural en
nuestra cotidianidad, le resta importancia como patología, consignando algunas recomendaciones para
afrontarlo (112 ss.). Por ejemplo, esperar – ignorándolos – a que se apaguen,
tratarlos como un problema local, verificar los hechos, prevenirse, intentar
descubrir los intereses que representan, informarse, emplazar a los líderes de
opinión, refutarlos directamente, demandar información.
Por lo pronto, en los días que
cursan, constatamos que el rumor no es un casual ejercicio de la vida
cotidiana, hallándonos en el curso de una impredecible crisis política; están
severamente afectadas las libertades de información y de expresión, recayendo
la sospecha sobre todo aquél que ose preguntar sobre el paradero presidencial;
y, lejos de convertirse en una ocurrencia demencial, hay indicios de una muy
bien orquestada operación de guerra psicológica. Por lo demás, las actuaciones
oficiales poco ayudan, pues, de un lado, no existe la suficiente y convincente
transparencia de sus versiones, francamente inverificables; y, del otro,
denunciando una conspiración de dimensiones – por añadidura – internacionales,
no la ha probado: por si fuera poco, la oposición en casa carece de los
recursos y servicios propicios a la creación y propagación de rumores,
sobrantes en el oficialismo.
http://opinionynoticias.com/opinionpolitica/14258-de-las-sombras-del-rumor
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