Crimen y aldea monotemática
Luis Barragán
De acuerdo a las agencias internacionales de noticias, la diaria
situación de violencia y narcotráfico en México, adquiere cada vez una mayor gravedad. Venezuela le compite y supera en relación a la tasa anual de homicidios,
aunque – importante diferencia – acá se diluye el debate con asombrosa rapidez.
Recientemente, el propio secretario mexicano de Defensa, general Salvador
Cienfuegos, por cierto, desacostumbrado a los micrófonos, emitió unas
declaraciones que levantaron la natural y necesaria polémica: “Esto no
se resuelve a balazos”, siendo partidario del regreso de los soldados a sus
cuarteles. Distinguiendo entre las tareas estrictamente militares y las
policiales, en nuestro país todavía se confunden y ocurren hechos como el de la
consabida masacre de Barlovento, negado el gobierno a la revisión y
rectificación del modelo y dispositivo que ha empleado dizque para combatir el
hampa común.
Marcando el precedente de un iluminado, en una
oportunidad Chávez Frías ordenó que cada buseta de transportación pública
llevase a un efectivo de la Guardia Nacional para evitar los acostumbrados
asaltos, aunque – todo un recurso de distracción – caricaturizó groseramente el
problema e, imposible de atacarlo de tamaña manera, dejó un legado agudizado
hasta lo indecible. Y, de acuerdo a un
criterio generalmente aceptado, nunca supo, ni sabrá su sucesor, diferenciar entre el tiro militar y el policial, por lo
que las tristemente célebres OLP, en la que concursa la Fuerza Armada, no dan
resultado alguno, remitiéndonos a una dimensión del asunto que encuentra absolutamente
incapaz al gobierno de abordar y pretextar.
Por lo menos, un alto funcionario
gubernamental coloca el acento en la prensa azteca, irradiando la preocupación
a todos los sectores del país, mientras
que la (auto) censura, entre otros de los mecanismos en uso, impide el menor
cuestionamiento del régimen venezolano, por más que ostente un récord nada
envidiable de muertes callejeras por año. Destruida la institucionalidad misma
del Estado que ha de velar por nuestra seguridad personal, ha permitido la creación de sendos intereses
mafiosos que pugnan por su consolidación, impidiendo cualesquiera discusiones
que sobrepasen el simple escándalo de un evento que espera por otro,
banalizando el drama.
En contraste con los viejos
acontecimientos y épocas, en la aldea monotemática en la que nos convirtió, el
gobierno no tolera ni tiene los especialistas que se atrevan a una aproximación
al delito, desde la perspectiva de nuestro masivo y radical empobrecimiento,
deterioro de los cuerpos de seguridad, la insufrible militarización o el descarado
crimen organizado, por citar algunos de los aspectos ventilados comúnmente por
los expertos. La versión oficial privilegia la satanización de sus
cuestionantes y, no por casualidad, una estética del funcionario que, ya
irremediable, brinda su interpretación disfrazado cual caballero medioeval con
la armadura de estos tiempos: una marcialidad obscena que no se compadece con
la muy particular guerra civil que el Estado, con su dolosa o culposa
indiferencia, literalmente celebra suponiendo a todos escuálidos y, mejor,
escuálidos desarmados, redondeándoles al enemigo ideal.
Referencias:
Fotografía: LB. No se trata de un cañón giratorio, mote - por cierto - dado a Fraga Iribarne en un viejo libro de entrevistas; ni una versión ultramoderna de dudoso diseño, disparador de balas y de rayos láser simultáneamente. La confusión puede resultar comprensible al confundirse propiamente las funciones policiales y militares. La gráfica se refiere a la mezcladora de cemento ubicada a las puertas de la vieja sede de la Corte Suprema de Justicia (CSJ), objeto de una ya prolongada remodelación.
12/12/2016:
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