domingo, 11 de diciembre de 2016

¿ALCANZA PARA TODOS?



La mesa de diálogo y el fallido paro del transporte

Luis Barragán

Eficazmente didáctico, el fracaso de la llamada mesa de diálogo abonó al esfuerzo que, por siempre, ha realizado el régimen a objeto de promover la mutua desconfianza entre los venezolanos. El desentendimiento o desencuentro que la sospecha recíproca genera, lo elevaría a su deseada y obstinada vocación por el arbitraje estelar de todo conflicto o discordia, incluso, cotidiana y circunstancial, pues, no otra es la mirada que se da el Estado así mismo en el marco del socialismo sólo nominalmente de la presente centuria.

Por consiguiente, no existe discrepancia alguna que, al institucionalizarse, pueda solventar la palabra, porque no tiene cabida – sencillamente – la razón intuida y esgrimida en los espacios públicos. Únicamente, se impone la arbitraria decisión gubernamental que, más de las veces, impotente, permite que los problemas se agraven hasta lo indecible.

Las tarifas del transporte público urbano, por ejemplo, resultan absolutamente insinceras, porque ahora  una golosina es seis u ocho veces más cara que el costo de traslado de un pasajero, siendo antes dos o tres veces más barata. Cierto, nos ilustra sobre la dislocación o desproporción inaudita de los precios que el flagelo de la hiperinflación, nadie puede dudarlo, ha traído,   generada por un gobernó irresponsable que incurre en la no menos insólita irresponsabilidad de culpar a un conductor por el altísimo costo de la vida, chatarrizada la buseta que apenas anda por la imposibilidad de acceder a los respuestos y, menos, a otro vehículo actualizado.

Lo curioso es que, en este país, cada vez que el gremio del transporte de pasajeros pedía un aumento de la tarifa, todos los sectores temblaban ante el más tímido anuncio de un paro. Y éste, obligaba al inmediato establecimiento de una mesa de negociaciones que, además de sentar al gobierno, igualmente convocaba a las diferentes organizaciones de usuarios para un intercambio de exigencias que lograba un adecuado balance de acuerdo a los recursos disponibles, añadido el cuestionamiento de la política económica oficial.

Hoy, no ocurre con la antigua facilidad de antes o, mejor, es negada violentamente por el gobierno que convierte toda protesta en un acto insurreccional. Siendo un gremio tradicionalmente combativo, fue el testimonio que recibimos, los transportistas temen, entre otros motivos, a la acción desenfrenada de los llamados colectivos armados que, al menor asomo de un paro, están dispuestos a romper impunemente  – por lo menos – los vidrios de las unidades de tan costosa reposición. Luego, la semejanza de los resultados de la tal mesa de diálogo, no dista demasiado de la realidad política que embarga a una sociedad sojuzgada en sus más cotidianas manifestaciones, a la que se le prohíbe el uso de la razón.

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