La mesa de diálogo y el fallido
paro del transporte
Luis Barragán
Eficazmente didáctico, el fracaso
de la llamada mesa de diálogo abonó al esfuerzo que, por siempre, ha realizado
el régimen a objeto de promover la mutua desconfianza entre los venezolanos. El
desentendimiento o desencuentro que la sospecha recíproca genera, lo elevaría a
su deseada y obstinada vocación por el arbitraje estelar de todo conflicto o
discordia, incluso, cotidiana y circunstancial, pues, no otra es la mirada que
se da el Estado así mismo en el marco del socialismo sólo nominalmente de la
presente centuria.
Por consiguiente, no existe
discrepancia alguna que, al institucionalizarse, pueda solventar la palabra,
porque no tiene cabida – sencillamente – la razón intuida y esgrimida en los
espacios públicos. Únicamente, se impone la arbitraria decisión gubernamental
que, más de las veces, impotente, permite que los problemas se agraven hasta lo
indecible.
Las tarifas del transporte
público urbano, por ejemplo, resultan absolutamente insinceras, porque
ahora una golosina es seis u ocho veces
más cara que el costo de traslado de un pasajero, siendo antes dos o tres veces
más barata. Cierto, nos ilustra sobre la dislocación o desproporción inaudita
de los precios que el flagelo de la hiperinflación, nadie puede dudarlo, ha
traído, generada por un gobernó
irresponsable que incurre en la no menos insólita irresponsabilidad de culpar a
un conductor por el altísimo costo de la vida, chatarrizada la buseta que
apenas anda por la imposibilidad de acceder a los respuestos y, menos, a otro
vehículo actualizado.
Lo curioso es que, en este país,
cada vez que el gremio del transporte de pasajeros pedía un aumento de la
tarifa, todos los sectores temblaban ante el más tímido anuncio de un paro. Y
éste, obligaba al inmediato establecimiento de una mesa de negociaciones que,
además de sentar al gobierno, igualmente convocaba a las diferentes
organizaciones de usuarios para un intercambio de exigencias que lograba un
adecuado balance de acuerdo a los recursos disponibles, añadido el
cuestionamiento de la política económica oficial.
Hoy, no ocurre con la antigua
facilidad de antes o, mejor, es negada violentamente por el gobierno que
convierte toda protesta en un acto insurreccional. Siendo un gremio
tradicionalmente combativo, fue el testimonio que recibimos, los transportistas
temen, entre otros motivos, a la acción desenfrenada de los llamados colectivos
armados que, al menor asomo de un paro, están dispuestos a romper
impunemente – por lo menos – los vidrios
de las unidades de tan costosa reposición. Luego, la semejanza de los resultados
de la tal mesa de diálogo, no dista demasiado de la realidad política que
embarga a una sociedad sojuzgada en sus más cotidianas manifestaciones, a la
que se le prohíbe el uso de la razón.
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