De una perversa pedagogía
Luis Barragán
Respecto a la mesa de diálogo y el proceso de paz que ha de
contextualizarla, no puede equipararse el fracaso del caso colombiano con el
venezolano, pues, en éste, ni siquiera alcanzó la mínima institucionalidad
capaz de concederla la credibilidad, confianza y eficacia tan indispensable,
mientras que, en aquél, la hubo lo suficiente para hacer las correcciones
necesarias e intentar nuevamente la consulta referendaria. Por lo demás,
resulta contrastante la conducta asumida por los actores.
Demasiado abultado, el incumplimiento de los compromisos
adquiridos por Miraflores encontró una respuesta tímida y confusa de sus
inmediatos interlocutores de la oposición que raya en una generalizada e
insondable sospecha, a juzgar por las declaraciones de Capriles Radonski, cuya
promesa, por cierto, puede conocer el mismo destino que tuvo la muy celebérrima
de Piñerúa Ordaz sobre una lista de los
más connotados corruptos de la década final del siglo pasado. Inevitable
sospecha de considerar el costo político, social, económico y también cultural
de un fracaso que no guarda correspondencia con las expectativas creadas, las
advertencias que sobraron y la propia iniciativa revocatoria de incuestionable
precisión y oportunidad constitucional que, faltando poco, quiso monopolizar un
sector que se sintió dueño y expresión de la misma noción unitaria, ahora,
deseosa de compartir el dramático revés.
Por lo pronto, ha quedado en pie una vil maniobra del engaño
que actualiza, provocando una perversa pedagogía, la imposibilidad de una sana,
pacífica y sostenible solución de cualesquiera
conflictos cotidianos que padecemos en Venezuela. No existe la más modesta
cola para adquirir los insumos básicos, por ejemplo, en la que brille la
ausencia de un conflicto, imponiéndose el hábito cambiante de organizarla según
la destreza e intereses de los más atrevidos y fuertes en complicidad con los
custodios que, para comenzar, revestidos o no de autoridad pública, la hacen
miserablemente rentable; cualquier pleito hasta por motivos fútiles, se
convierte en una aventura callejera con la indiferencia del cómodo Estado que
ostentamos, ocultando sus incapacidades; los estrados judiciales, convierten
las formalidades procesales en una ocasión prolongable para linchar a justos y
pecadores que ni siquiera desearon asomarse; definitivamente anómicos, nos
esmeramos en fingir las reglas que ayudan a rasgar las vestiduras para violentarlas
burdamente.
La llamada mesa de diálogo, expuso algunos de los elementos
que lucen tan familiares en la vida
rutinaria: ante el derecho, se impone la fuerza; ante la verdad, el
cinismo; ante la responsabilidad, el descaro de la palabra
deshonrada; y ante la integridad, el oportunismo. Pesa más la aventajada
arbitrariedad y el fraude, celebrada la viveza de una ganancia ocasional que
dice legitimar cualquier triquiñuela.
Subyace en el rechazo de los venezolanos a los resultados del
tal diálogo, el que es propio de una cultura que la vinculamos al sempiterno
rentismo de nuestros tormentos hasta nuevo aviso. Hay indicios, síntomas y
tendencias favorables a otra realidad signada por el cumplimiento de la palabra
empeñada, de las normas básicas para una pacífica convivencia, corresponsables
de un destino irrenunciablemente común al que debemos concurrir con la
autenticidad que demanda.
12/12/2016:
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