domingo, 11 de diciembre de 2016

INDESEABLE LECCIÓN



De una perversa pedagogía

Luis Barragán

Respecto a la mesa de diálogo y el proceso de paz que ha de contextualizarla, no puede equipararse el fracaso del caso colombiano con el venezolano, pues, en éste, ni siquiera alcanzó la mínima institucionalidad capaz de concederla la credibilidad, confianza y eficacia tan indispensable, mientras que, en aquél, la hubo lo suficiente para hacer las correcciones necesarias e intentar nuevamente la consulta referendaria. Por lo demás, resulta contrastante la conducta asumida por los actores. 

Demasiado abultado, el incumplimiento de los compromisos adquiridos por Miraflores encontró una respuesta tímida y confusa de sus inmediatos interlocutores de la oposición que raya en una generalizada e insondable sospecha, a juzgar por las declaraciones de Capriles Radonski, cuya promesa, por cierto, puede conocer el mismo destino que tuvo la muy celebérrima de Piñerúa Ordaz  sobre una lista de los más connotados corruptos de la década final del siglo pasado. Inevitable sospecha de considerar el costo político, social, económico y también cultural de un fracaso que no guarda correspondencia con las expectativas creadas, las advertencias que sobraron y la propia iniciativa revocatoria de incuestionable precisión y oportunidad constitucional que, faltando poco, quiso monopolizar un sector que se sintió dueño y expresión de la misma noción unitaria, ahora, deseosa de compartir el dramático revés.

Por lo pronto, ha quedado en pie una vil maniobra del engaño que actualiza, provocando una perversa pedagogía, la imposibilidad de una sana, pacífica y sostenible solución de cualesquiera  conflictos cotidianos que padecemos en Venezuela. No existe la más modesta cola para adquirir los insumos básicos, por ejemplo, en la que brille la ausencia de un conflicto, imponiéndose el hábito cambiante de organizarla según la destreza e intereses de los más atrevidos y fuertes en complicidad con los custodios que, para comenzar, revestidos o no de autoridad pública, la hacen miserablemente rentable; cualquier pleito hasta por motivos fútiles, se convierte en una aventura callejera con la indiferencia del cómodo Estado que ostentamos, ocultando sus incapacidades; los estrados judiciales, convierten las formalidades procesales en una ocasión prolongable para linchar a justos y pecadores que ni siquiera desearon asomarse; definitivamente anómicos, nos esmeramos en fingir las reglas que ayudan a rasgar las vestiduras para violentarlas burdamente.

La llamada mesa de diálogo, expuso algunos de los elementos que lucen  tan familiares en la vida rutinaria: ante el derecho, se impone la fuerza; ante la verdad, el cinismo;  ante  la responsabilidad, el descaro de la palabra deshonrada; y ante la integridad, el oportunismo. Pesa más la aventajada arbitrariedad y el fraude, celebrada la viveza de una ganancia ocasional que dice legitimar cualquier triquiñuela.

Subyace en el rechazo de los venezolanos a los resultados del tal diálogo, el que es propio de una cultura que la vinculamos al sempiterno rentismo de nuestros tormentos hasta nuevo aviso. Hay indicios, síntomas y tendencias favorables a otra realidad signada por el cumplimiento de la palabra empeñada, de las normas básicas para una pacífica convivencia, corresponsables de un destino irrenunciablemente común al que debemos concurrir con la autenticidad que demanda.

12/12/2016:

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