Luis Barragán
La reciente y sonada demolición de un viejo inmueble en la urbanización
Las Mercedes de Caracas, afectando la memoria colectiva, actualiza o dice
actualizar un debate frecuentemente inadvertido en relación a lo que va
quedando del patrimonio histórico y arquitectónico de la Venezuela sumergida en
una inédita crisis humanitaria. Voces como la de Hannia Gómez, se alzan en
reclamo de los escasos referentes que le conceden una mínima identidad a la
ciudad capital, como ocurre en todo el territorio nacional para avanzar, por
sus provisionalidades, en un desarraigo inaceptable.
Comenzamos el presente año, con la construcción de un quiste de cemento
en el Palacio Municipal, por el que no ha respondido el acalde menor, ni hay
todavía respuesta alguna en torno a las denuncias consignadas en la Asamblea
Nacional. Casi inmediatamente después, se desplomó la cúpula del hotel Miramar
de Macuto, afamado desde los tiempos de Juan Vicente Gómez que logró sobrevivir
al deslave varguense, mas no al régimen que ha hecho lo que viene en gana con
el museo Armando Reverón de la misma localidad. No obstante, deseamos llamar la
atención sobre las remodelaciones que ha ensayado el poder central.
Emblema por excelencia, siniestrada a mediados de la anterior década, la
remodelación de una torre de Parque Central, tardó más que la propia construcción
del complejo residencial y comercial. Y, en lugar de una restauración, la
modificación del cine Rialto lógicamente nos ensordece, además, por el descaro
de una tardanza que se convirtió en un esplendido y jugoso negocio, como muy
bien podría deducirse con el propio Ludwig Wittgenstein.
En 2010 fue ordenada la expropiación de
La Francia por Chávez Frías, perteneciente curiosamente al propio
Estado, pero aún no concluye la remodelación del edificio de un destino
incierto que ha servido como atril de la propaganda oficialista; o el que
perteneció a la Corte Suprema de Justicia,
después pasó al parlamento, cuya significación puede constatarse en un
importante título de Leszek Zawisza (*), albergando a refugiados por las
lluvias tres o cuatro años atrás para sufrir de una cirugía estética importante
tal como fisgoneamos cada vez que acudimos a las sesiones del parlamento. No
queda otra convicción o presunción que la del deliberado deterioro de los
inmuebles públicos, por muy significativos que sean, para extenderse en una
remodelación que promete cuantiosas, directas o indirectas ganancias al
estamento en el poder.
Es tiempo de retomar la materia, añadida una reforma legal que sincere
la situación, porque la solución no está en la expropiación – si fuere el caso
– de los edificios de un estimado valor histórico y arquitectónico, habida
cuenta de un Estado que no las honra y da ocasión para otras triquiñuelas, sino
en la adquisición que haga a precios de mercado con la finalidad de no afectar
al propietario, familiares o relacionados que no encuentran fórmula alguna para
preservarlos, u optan – caso Toki-Eder – por dejar que caiga por su mismo peso
la pieza. Por lo pronto, no exageramos
al equiparar la actual crisis de supervivencia física con la espiritual: el
régimen desea vaciarnos completamente de historia para rellenarnos con la suya,
falsa y falsificadora.
(*) “Arquitectura y obras públicas
en Venezuela siglo XIX”, Ediciones de la Presidencia de la República, Caracas,
1989: III, 375-388. El Edificio de la Exposición del Centenario, concebido por
Juan Hurtado Manrique, supuestamente integrará el complejo cultural dedicado al
Bicentenario, pero no hallamos evidencia alguna de una discusión que autorice
la afectación del histórico inmueble
que, por cierto, tiene al frente otro completamente remodelado que ha tardado
en ocupar el gobierno del Distrito Capital, según la identificación que
ostenta.
Fotografías: LB, las más recientes tomadas desde el exterior de la puerta principal de la vieja sede de la Corte Suprema de Justicia, Caracas, objeto deuna muy larga remodelación.
12/12/2016:
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