domingo, 11 de diciembre de 2016

LA CASA TOMADA



Un desarraigo inaceptable

Luis Barragán

La reciente y sonada demolición de un viejo inmueble en la urbanización Las Mercedes de Caracas, afectando la memoria colectiva, actualiza o dice actualizar un debate frecuentemente inadvertido en relación a lo que va quedando del patrimonio histórico y arquitectónico de la Venezuela sumergida en una inédita crisis humanitaria. Voces como la de Hannia Gómez, se alzan en reclamo de los escasos referentes que le conceden una mínima identidad a la ciudad capital, como ocurre en todo el territorio nacional para avanzar, por sus provisionalidades, en un desarraigo inaceptable.

Comenzamos el presente año, con la construcción de un quiste de cemento en el Palacio Municipal, por el que no ha respondido el acalde menor, ni hay todavía respuesta alguna en torno a las denuncias consignadas en la Asamblea Nacional. Casi inmediatamente después, se desplomó la cúpula del hotel Miramar de Macuto, afamado desde los tiempos de Juan Vicente Gómez que logró sobrevivir al deslave varguense, mas no al régimen que ha hecho lo que viene en gana con el museo Armando Reverón de la misma localidad. No obstante, deseamos llamar la atención sobre las remodelaciones que ha ensayado el poder central.

Emblema por excelencia, siniestrada a mediados de la anterior década, la remodelación de una torre de Parque Central, tardó más que la propia construcción del complejo residencial y comercial. Y, en lugar de una restauración, la modificación del cine Rialto lógicamente nos ensordece, además, por el descaro de una tardanza que se convirtió en un esplendido y jugoso negocio, como muy bien podría deducirse con el propio Ludwig Wittgenstein.

En 2010 fue ordenada la expropiación de  La Francia por Chávez Frías, perteneciente curiosamente al propio Estado, pero aún no concluye la remodelación del edificio de un destino incierto que ha servido como atril de la propaganda oficialista; o el que perteneció a la Corte Suprema de Justicia,  después pasó al parlamento, cuya significación puede constatarse en un importante título de Leszek Zawisza (*), albergando a refugiados por las lluvias tres o cuatro años atrás para sufrir de una cirugía estética importante tal como fisgoneamos cada vez que acudimos a las sesiones del parlamento. No queda otra convicción o presunción que la del deliberado deterioro de los inmuebles públicos, por muy significativos que sean, para extenderse en una remodelación que promete cuantiosas, directas o indirectas ganancias al estamento en el poder.

Es tiempo de retomar la materia, añadida una reforma legal que sincere la situación, porque la solución no está en la expropiación – si fuere el caso – de los edificios de un estimado valor histórico y arquitectónico, habida cuenta de un Estado que no las honra y da ocasión para otras triquiñuelas, sino en la adquisición que haga a precios de mercado con la finalidad de no afectar al propietario, familiares o relacionados que no encuentran fórmula alguna para preservarlos, u optan – caso Toki-Eder – por dejar que caiga por su mismo peso la pieza.  Por lo pronto, no exageramos al equiparar la actual crisis de supervivencia física con la espiritual: el régimen desea vaciarnos completamente de historia para rellenarnos con la suya, falsa y falsificadora.

(*) “Arquitectura y obras públicas en Venezuela siglo XIX”, Ediciones de la Presidencia de la República, Caracas, 1989: III, 375-388. El Edificio de la Exposición del Centenario, concebido por Juan Hurtado Manrique, supuestamente integrará el complejo cultural dedicado al Bicentenario, pero no hallamos evidencia alguna de una discusión que autorice la afectación  del histórico inmueble que, por cierto, tiene al frente otro completamente remodelado que ha tardado en ocupar el gobierno del Distrito Capital, según la identificación que ostenta.

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