Perspectivas
Testimonio de una actriz que fue a Cuba “antes
de que Fidel muera”
Prakriti Maduro
“Hay que ir a Cuba antes de que muera Fidel”, decía
la gente, como si fuera imposible entender a Cuba como un destino turístico,
algo más que el testimonio de una política fallida. “Pude venir justo en la
raya”, pensaba ya en el avión de regreso a Venezuela. Era 2007.
Aquel viaje no fue para hacer turismo ideológico ni
para explorar los resultados del socialismo cubano. Fui a filmar una película
donde me correspondía interpretar a una cubana, de modo que la observación me
resultaba natural e inevitable. Observar era parte de mi trabajo.
Empecé a entender las dinámicas del socialismo en
Cuba desde el aeropuerto. En la correa giratoria donde se espera el equipaje vi
desfilar maletas y cajas durante mucho tiempo hasta que, luego de una cantidad
exagerada de carga si se comparada con la cantidad de pasajeros, salió la mía.
Aquellos cubanos que habían tenido alguna oportunidad de viajar aprovechaban
comprar afuera todo lo que les hacía falta. Casi todo. “En Venezuela no creo
que lleguemos a eso”, pensé. Ahí me enteré de que había un nuevo permiso: se
podían traer hasta dos reproductores de DVD por persona.
— ¿No trajiste DVD players?
— No… es que soy extranjera.
— ¡Igual! Hubieses aprovechado y los vendías…
— No… es que soy extranjera.
— ¡Igual! Hubieses aprovechado y los vendías…
2
El mismo día que llegué me invitaron a una fiesta
en casa de una consagrada actriz de teatro. Gente animada. Conversaciones
amenas. Buena música. Cuando solté el primer “Mucho gusto…”, se fue la luz.
“¡Ay, otra vez!”, dijo más de uno. Era la tercera vez en esa noche. La luz iba
y venía. Ya nadie buscaba explicaciones, sino linternas y velas que permanecían
a tiro.
Al día siguiente, ya en el hotel, encendí el
televisor. En la programación de los pocos canales transmitían programas de
calidad bastante regular. Yo necesitaba practicar el acento, así que me quedé
viendo un programa de entrevistas. Sin embargo, a los pocos segundos entró el
noticiero: una noticia feliz sobre los logros de la revolución. Ante la
propaganda, cambié el canal pero me conseguí la misma noticia. Y la misma en el
canal siguiente. La misma noticia en todos. Todos los canales se habían
encadenado a la hora del noticiero.
En ese instante sentí una presión en el pecho que
al mes siguiente se convirtió en una grieta. A través de ese mismo noticiero
encadenado vi las imágenes en vivo del cierre de RCTV.
3
“A este punto sí que no llegaremos en Venezuela”,
me dije la primera vez que fui a hacer mercado. Estaba en el automercado mejor
surtido de la zona y, aún así, resultaba alarmantemente vacío.
“Si quieres preparar un buen almuerzo, tienes que
ir a cinco o seis comercios el mismo día”, me dijo la juez que se dedicaba a
hacer los almuerzos para el catering de la película. Yo no quería hacer
un buen almuerzo, sino tener alguito en la pequeña nevera del hotel.
En la zona de la charcutería había una vitrina con
quesos. Y yo, práctica y además víctima de la dieta de los puntos, vi un
paquete de esas láminas de queso americano separadas en porciones cuadraditas.
Sólo quedaba un paquete y se lo pedí al charcutero con el nombre que le damos
en Venezuela:
— Me da ese queso Facilista que tiene allí, por
favor.
— ¿Queso qué?
— Ése… ése de ahí… —le dije, señalándolo.
– ¿Facilista? Oye, ¿y por qué lo llaman así?
— Porque es práctico: ya viene en lonjas y no se pegan.
— Ummm… aquí ese nombre no funcionaría. ¿“Facilista”? No nos creemos lo fácil… las cosas hay que trabajarlas.
— ¿Queso qué?
— Ése… ése de ahí… —le dije, señalándolo.
– ¿Facilista? Oye, ¿y por qué lo llaman así?
— Porque es práctico: ya viene en lonjas y no se pegan.
— Ummm… aquí ese nombre no funcionaría. ¿“Facilista”? No nos creemos lo fácil… las cosas hay que trabajarlas.
Estaba serio. No pretendía ser chistoso. Traté de
sonreírle para descubrir el sentido del humor que había en la frase. No
funcionó.
4
Cada vez que me trasladaban a la locación veía
filas y filas de gente en diferentes esquinas. “¿Y esa gente?”, le preguntaba
al licenciado en Administración y Contaduría que me habían asignado como
taxista. “Eso es que llegó arroz o frijoles”, solía ser la respuesta. O algo
como “Es que ahí se compra con Libreta de Racionamiento”. La libreta de
racionamiento sí me resultaba más fácil de entender: me parecía un antepasado
de las carpetas de CADIVI.
Casas, edificios y comercios desconchados,
oxidados, en ruinas. Vehículos, maquinaria y ascensores parados por falta de
repuestos.
El progreso estaba fuera de servicio hasta nuevo
aviso.
“A eso no llegaremos en Venezuela”, era mi único
mantra.
5
A principios del 2008 volví a Cuba. El viaje
duraría una semana y era para filmar las escenas que habían quedado pendientes.
El 24 de febrero, bien temprano en la mañana, me
trasladaba en algo que los cubanos llaman “almendrón”: un carro antiguo que
suelen usar como taxis. Ahí escuché en la radio a un locutor leyendo una carta
firmada por Fidel Castro que se había publicado en el periódico Granma ese
mismo día: por su delicado estado de salud, Fidel Castro se retiraba como
presidente, cediéndole el cargo a su hermano Raúl, quien hasta ese momento
cumplía labores de vicepresidente.
Esperaba ser testigo de una Cuba alterada, movida
por la algarabía o por el terror, pero alterada. Sin embargo, todo lucía como
un día normal. La gente seguía en lo suyo, como lidiando con el miedo a
alegrarse. “Es probable que todo siga igual”, me explicó un actor cubano
que tenía inmensas ganas de estar equivocado. La antropóloga con posgrado
en filología que trabajaba como asistente de vestuario en la película supo
definir el ambiente como “una densa nata”.
Aquella “densa nata” se me volvió a aparecer casi
cinco años después, el 8 de diciembre de 2012. Ese día escuché cómo en todos
los canales de televisión abierta Hugo Chávez le pedía al pueblo que si a él le
ocurría algo eligiera a Nicolás Maduro como presidente. Y pensé: “Si eso
sucediera, es probable que todo siga igual… O peor”.
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