Insano califato post-petrolero
Luis Barragán
De elegir el problema, no se sabe
cuál es el peor. La crisis humanitaria toca todos los campos, incluyendo la más
grave desorientación en el ámbito opositor.
Pendiente el debate en la Asamblea
Nacional, la debacle en la producción y distribución de los medicamentos en
Venezuela, sencillamente, no tiene precedentes. La ocultación de las cifras
oficiales, como suele ocurrir en todo régimen semejante, no logra atenuar las nefastas consecuencias
para una población que, por cierto, antes fue incomparablemente saludable, a
pesar de lo que prediquen inmoralmente quienes hoy ostentan y literalmente
disfrutan del poder, la cultura y la riqueza en este califato biométrico y
post-petrolero.
La desindustrialización
farmacológica ha sido extraordinaria en la última década, elevada la deuda en
divisas con sendas empresas que optaron por marcharse del país, ahogadas y
perseguidas por una burocracia miserable. El gremio de los visitadores médicos,
incluso, reconocidos por su elegante paso, ha desaparecido al compás de nuestro
atraso científico y tecnológico en un renglón tan indispensable, reduciendo –
no faltaba más – las expectativas de los cursantes de las escuelas de farmacia
que tenemos.
Nos estamos familiarizando con la
muerte prematura e injusta de aquellos que no logran alcanzar el medicamento
necesario para sus afecciones crónicas, mientras los privilegiados del poder
poco o nada les molesta el sufrimiento que sus decisiones provocan. Además, entre
los “nuevos” tipos delictivos, se encuentra el de la venta de fórmulas
equívocas o adulteradas, en el califato escaso también de reactivos,
suplementos alimenticios y equipos médicos, bajo el evidente y masivo
descontrol sanitario de un Estado absolutamente ornamental que trata de
reprimir, mas no remediar, las epidemias que se creyeron por siempre superadas.
Recordamos, ahora, nuestra visita
al SEFAR dos o tres años atrás, cuando un grupo de parlamentarios constatamos
el vencimiento de las medicinas listas para la incineración, bajo el asedio de
los colectivos armados, en La Yaguara. Se veía venir la tragedia, pero Maduro
Moros y, mucho menos, su antecesor, les importó nada la suerte de un pueblo que
difícilmente puede sufragar – hoy – un sepelio.
Ilustración: Pedro León Zapata.
11/12/2016:
14/12/2016:
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